domingo, 30 de octubre de 2011

Néstor y Cristina: el triunfo, el recuerdo y lo excepcional

Por Ricardo Forster



La anticipación, de la que escribía –sin ser portador de ningún don profético– en esta misma columna la semana pasada, se ha consumado. El triunfo de Cristina ha sido extraordinario, de una contundencia novedosa para lo que va de este ciclo democrático abierto en 1983. Hay que retroceder muy lejos en la historia nacional para recordar un tercer mandato consecutivo de la misma fuerza política (eso fue en 1928 cuando Hipólito Yrigoyen logró ser electo por segunda vez y sucediendo, en esa ocasión, a Marcelo T. de Alvear que si bien provenía del mismo partido se había convertido en su antagonista). El Frente para la Victoria ha logrado transformar el mapa político argentino de un modo hasta ahora desconocido allí donde la diferencia entre la primera fuerza y la segunda ha sido de más de 37 puntos, arrojando al resto de los candidatos a una intemperie que amenaza con descargar sobre ellos una severa tormenta. La novedad del acontecimiento exige eludir las simplificaciones y buscar, en el vértigo de lo desplegado en estos caudalosos ocho años, los motivos de este respaldo inédito que le ha brindado la mayoría del pueblo a Cristina.

En todo caso, estamos ante una nueva etapa de un ciclo histórico con características excepcionales que, de una manera insospechada, le ha cambiado la fisonomía a la vida argentina. Si quisiéramos mirar en espejo la historia tratando de buscar algún equivalente tendríamos que, tal vez y salvando distancias y diferencias, regresar sobre el primer peronismo que constituyó, de eso no hay ninguna duda ni polémica entre los historiadores, una profunda y decisiva inflexión que modificó de cuajo identidades, cultura, mundo social y geografía política y económica dándole forma, en sus zigzagueos, ambivalencias, realizaciones, sueños, esperanzas, tragedias y frustraciones a la Argentina de los últimos 60 años. Lo cierto es que partiendo de un magro 22 por ciento de los votos y en circunstancias harto difíciles en las que cualquier decisión constituía un riesgo y una incertidumbre, el proyecto inaugurado por Néstor Kirchner en mayo de 2003 llega a una legitimación social, con las elecciones del 23 de octubre, que marca un verdadero hito histórico.

El nivel de las iniciativas y la intensidad de los cambios producidos señalan la excepcionalidad de este momento y su altísima capacidad para romper la inercia de crisis y decadencia que se había instalado como un mal crónico entre nosotros. Pero esas transformaciones asumieron un rol completamente distinto del de los años ’90, década también atravesada por un proyecto (asociado oscuramente y deudor de lo iniciado y no concluido por Martínez de Hoz y la dictadura) que conmovió desgarradoramente la vida de los argentinos dejando marcas profundas en una sociedad que recién ahora comienza a salir de las determinaciones de ese tiempo dominado por la quimera de la globalización, el individualismo consumista, el sueño de ingresar al primer mundo y las relaciones carnales. Nunca estará de más recordar la persistencia, entre nosotros, de esas marcas que le dieron forma a un sentido común hegemonizado por los valores emergentes de una trama económico-social construida para terminar de destruir lo que quedaba de la Argentina heredada, con idas y vueltas, desde la irrupción del peronismo. En un sentido no menor, y bajo la imperiosa necesidad de reparar lo dañado, el kirchnerismo tuvo que remontar una cuesta muy empinada que, entre otras cosas, exigía reconstruir relato, valores y memoria.

Invirtiendo radicalmente la matriz neoliberal que dominó la etapa del menemismo, lo abierto el 25 de mayo de 2003 vino a sorprender a una sociedad que, esto hay que decirlo, no imaginaba que ese hombre alto, flaco y desgarbado se pondría a la altura de su discurso inaugural. Una sociedad fragmentada, moral y socialmente dañada, con un nivel de desconfianza proporcional a las vastas desilusiones de una democracia que languidecía mientras crecían exponencialmente la miseria, la exclusión social, la desigualdad y lo sombrío dominaba a las almas cabizbajas de un país en llamas, no parecía muy dispuesta a creerle a un desconocido gobernador santacruceño que venía en nombre de “una generación diezmada” y afirmaba, como se había hecho recurrentemente en el pasado pero invirtiendo después esa promesa, que “no pensaba dejar sus convicciones en la puerta de entrada a la Casa Rosada”. Entre la sorpresa, el azar que hizo lo suyo, la incredulidad y el coraje para quebrarle el espinazo a la profecía autocumplida de la catástrofe, ese desaliñado caminante del viento patagónico, acostumbrado a inclinar el cuerpo hacia adelante para seguir avanzando, inició un giro espectacular de la historia nacional que encontró su punto de máximo reconocimiento en el cierre, provisorio, de esa tremenda etapa de reconstrucción y de reparación de la vida argentina. Cristina, con su triunfo aluvional, vino a sellar lo que previamente había inaugurado su compañero de toda la vida. Ahora, consumada la hazaña de remontar la derrota de junio de 2009, se abre, bajo la lógica de la continuidad de un proyecto poderoso, una nueva etapa en este complejo y apasionante camino.

El kirchnerismo, porque de él se trata, ha logrado, remando contracorriente, torcer el rumbo de un país que no podía salir de su eterna frustración y que no acababa de reponerse de la peor crisis social de su historia. Y lo hizo, en primer lugar, gracias a la voluntad inquebrantable y a la potencia política de Néstor Kirchner que llegó inesperadamente y en condiciones de extrema fragilidad a un lugar que quemaba a todo aquel que se le acercaba. Tomó un país incendiado, sin brújula y corroído económica, política e institucionalmente y lo hizo sabiendo de las dificultades y de los escollos con los que no dejaría de toparse, en especial los que vendrían, como casi siempre en nuestra historia, del poder económico. Supo, Kirchner, entrelazar, como no se hacía desde tiempos lejanos, convicciones con acción de gobierno; comprendió que era indispensable reconstruir tanto vida económica y social en conjunto con una reconstrucción de la memoria y la justicia. Pero también supo mirar más lejos y afianzó los lazos estratégicos con el Brasil de Lula que fue el punto de partida para la definitiva inserción de la Argentina en América latina y, a la par, avanzó con audacia en un proceso de desendeudamiento que terminó por ser decisivo a la hora de proteger al país de la inclemente crisis económica mundial (también, junto con Lula, canceló la deuda con el FMI rompiendo una dependencia histórica que los gobiernos democráticos tenían con esa entidad financiera). La impronta de Kirchner ha sido fundamental y es el punto de partida sin el cual no hubiera sido posible alcanzar una victoria tan contundente.

No fue, entonces, casual que en su discurso del domingo a la noche, discurso tocado por recuerdos y fantasmas, potente y medular, y testimonio de tanto camino recorrido, Cristina, como respondiendo al coro mediático opositor que buscaba separar su aplastante triunfo de la impronta abierta el 25 de mayo de 2003, le dedicase su parte más emotiva y políticamente intensa a resaltar a Néstor Kirchner, a su voluntad y a su tozudez para ir contra lo que el poder y el sistema buscaron imponerle desde un comienzo. Cristina rescató al militante, al estratega y al arquitecto de un proyecto que, muy poco tiempo atrás, resultaba apenas un sueño trasnochado, una quimera inalcanzable. Pero también selló la profunda y decisiva imbricación entre su gobierno y lo que, en otro lugar, he denominado el “nombre de Kirchner”, es decir la emergencia excepcional de una figura que vino a enloquecer la historia argentina abriendo lo que parecía imposible de abrir. Voluntad, coraje, audacia, invención, determinación y una pizca de locura están en la alquimia de este tiempo nacional en el que tantas cosas sorprendentes no han dejado de impactarnos e interpelarnos.

El país fue testigo de un emocionado homenaje que se convirtió, al mismo tiempo, en un extraordinario reconocimiento de quien fuera, según las palabras de Cristina, “uno de los cuadros políticos más potentes de la historia argentina”. Por fuera de las especulaciones morbosas o de las lucubraciones mezquinas y descalificadoras de algunos intelectuales que suelen despacharse a gusto en las páginas de La Nación, lo que simplemente hizo Cristina, en la noche del triunfo y el recuerdo emocionado y aclarando que no hablaba en su condición de viuda sino de militante, fue reconstruir el largo camino recorrido junto a Kirchner, un camino que logró lo que parecía una quimera: darle forma a una fuerza política capaz de reencontrarse con el apoyo y el fervor de una parte sustancial del pueblo argentino no a través de las trampas pospolíticas y espectacularizantes de los estetas noventistas sino a partir de decisiones y acciones de gobierno que modificaron de cuajo la persistencia del modelo neoliberal. Lo que reivindicó fue lo olvidado por quienes siguen creyéndose los sutiles intérpretes de la actualidad: la dimensión esencialmente política de Néstor Kirchner, su voluntad para ponerse al hombro un país estallado y su coraje para sacarlo de su indigencia económica, política y moral. Nada más insustancial y vacío de ideas que interpretar el triunfo del 23 de octubre como si fuera el resultado de las dotes, como lo señaló sin pudor Beatriz Sarlo en el diario fundado por Mitre, de consumada actriz de Cristina, capaz, con un puñado de “publicistas e ideólogos”, de diseñar el camino que, apropiándose de su condición de viuda, le permitió llegar a donde llegó. Sarlo no ha logrado salir de la matriz despolitizadora que contaminó, como una epidemia, al progresismo en los años ’90 y que sigue presente en algunos de sus actuales representantes tan fervorosos y nostálgicos de la “República perdida” y de las estéticas posmodernas.

También, en esta hora de consolidación exponencial, hay que recordar las dificultades, la inclemencia de la corporación mediática que se lanzó, sin contemplaciones, a horadar al gobierno de Cristina. A veces la actualidad suele velar lo previo y nos hace olvidar lo que sucedió entre marzo de 2008 –cuando estalló el conflicto con las patronales agrarias que encontraron en los medios de comunicación concentrados sus mejores aliados– y junio de 2009, cuando las elecciones de medio mandato expusieron la debilidad, en ese momento, del apoyo popular al Gobierno. Y, sin embargo, en cada uno de esos momentos extremadamente difíciles y complejos la respuesta del kirchnerismo, de Cristina y Néstor, fue no sólo no retroceder sino, con una contundencia innovadora en la vida política democrática, doblar la apuesta como respuesta a las presiones y a los chantajes de las corporaciones. Así se hizo después del voto no positivo del invisible Cobos que motivó, para sorpresa del poder, que Cristina no se replegara sino que, en una decisión desafiante y estratégicamente inobjetable, produjera un cambio estructural de la economía al reestatizar el sistema jubilatorio. La respuesta a la derrota de junio de 2009 fue la aprobación de la ley de servicios audiovisuales después de amplificar en todo el país un debate excepcional, la decisión de implementar la asignación universal que cambió el mapa de la pobreza y de la indigencia habilitando una transformación fundamental en la relación entre el Gobierno y esos sectores dañados hasta la médula por un sistema reproductor de injusticias, desigualdades y exclusiones que la implementación de la asignación vino en parte a reparar. Ese año terminó con el cambio de mando en el Banco Central que llevó a Mercedes Marcó del Pont a su presidencia eyectando al Golden Boy y redefiniendo lo que hasta ese momento había sido una supuesta matriz intocable respecto del uso de las reservas.

Y qué decir del inolvidable 2010 que contuvo, en su interior, tanto como para ocupar la totalidad de un tiempo apasionante: desde los impresionantes y multitudinarios festejos del Bicentenario hasta ese acontecimiento parteaguas que fue la muerte sorpresiva de Néstor Kirchner, pasando previamente por la ley de matrimonio civil igualitario. Un año de intensidades extremas, de alegría y tristeza, que mostró hasta dónde había desplegado el kirchnerismo una profunda ofensiva contracultural que, a caballo de un proyecto capaz de ir generando cambios estructurales en la vida de los argentinos, le había logrado torcer el brazo a la hegemonía cultural ejercida por la corporación mediática. Cristina, en un sentido incluso más radical que Néstor, jugó a fondo la carta de la disputa por el relato. Ella estuvo en cada detalle y se hizo cargo de darle contenido político a esa disputa.

El resultado electoral no es, entonces, y como intentó presentar el arco opositor junto con el “periodismo independiente”, la consecuencia unilateral de los altos índices de consumo y de la marcha exitosa de la economía. Es en parte eso y muchísimo más: la consolidación de una figura extraordinaria de la política como lo es Cristina, la presencia poderosa de Néstor Kirchner en lo más entrañable y profundo del sentimiento popular, la capacidad para salir a disputar sentido y relato de la mano de una decisiva reescritura de la historia nacional que se conjugó con la emergencia de actores cultural-políticos que le aportaron mucho al proceso de construcción del kirchnerismo, el desenmascaramiento de las estrategias engañosas de la corporación mediática, la puesta en evidencia de una oposición política famélica de ideas y cooptada hasta los huesos por la agenda armada por esos mismos medios, la audacia para enfrentar la crisis económica mundial, la política científica y de recuperación de la industria, la inversión inédita en educación, y tantas otras cosas que la autoceguera le impidió ver a una oposición que leyó un diario especialmente escrito para ella.

Ahora se abre una nueva y compleja etapa cuyo eje, así lo ha dicho con elocuencia Cristina, será avanzar en la construcción de una sociedad más igualitaria. Ese es el desafío de los cuatro años que se abren, desafío que tendrá la impronta de quien sellara a fuego un nuevo tiempo argentino un día de mayo que, cuando la distancia lo permita, será recordado como un parteaguas de la historia. Entre el 23 y el 27 de octubre, y por esos caprichos del almanaque, en lo que va de una a otra fecha, la del triunfo y la del recuerdo, la del compromiso y la de la tristeza, se conjuga la pasión política que le abrazó el alma a Néstor Kirchner y la voluntad de seguir ese mandato guardado en la memoria popular y nacido en otro tiempo argentino por quien hoy, sola y acompañada por millones, seguirá su propio camino para consolidar lo que soñaron, siendo muy jóvenes, con su compañero de amor, vida e ideales. 
 
23DIARIO

“El pueblo se expresó con el corazón”

SACERDOTES CATOLICOS IDENTIFICADOS CON “LA OPCION POR LOS POBRES” RESPALDARON A LA PRESIDENTA


Los curas destacaron que el voto no estuvo movido por “el bolsillo, como algunos agoreros afirman”. Señalaron que el votante “supo reconocer que era tenido en cuenta en el trabajo, en la salud, en la educación, en sus jubilaciones, en sus mesas, en su propia vida”.

Por Washington Uranga
 
En su carta a la Presidenta, los sacerdotes enfatizaron que el pueblo votó en reconocimiento a su gestión.
Imagen: Diego Spivacow.
Curas católicos de todo el país, identificados con la “opción por los pobres”, con la adhesión de un importante número de laicos católicos, emitieron una carta abierta dirigida a Cristina Fernández a raíz de los resultados electorales del domingo pasado, en la que declaran que “el pueblo argentino se expresó en la urnas” y ponen de manifiesto su felicitación y respaldo a la Presidenta reelecta. “Estamos convencidos –dicen los curas– de que el pueblo, en especial los más pobres, se expresó no con el bolsillo, como algunos agoreros afirman, sino con el corazón.” Sostienen que es precisamente “el corazón del pueblo” el que “supo reconocer que era tenido en cuenta en el trabajo, en la salud, en la educación, en sus jubilaciones, en sus mesas, en su propia vida”. Y agregan que ese mismo corazón popular “sabe y sabrá reconocer lo que hace en su favor o también cuándo se lo niega o se lo olvida”.
Agregan que “esta expresión popular (puesta de manifiesto en el resultado electoral del pasado domingo) no puede ser escuchada o reconocida por quien no sepa –o no quiera– escuchar la voz del pueblo”.
Los autores de la carta son los curas habitualmente identificados dentro del grupo “Opción por los pobres”, quienes se autodefinen como movidos y animados “por el amor a los pobres, su dignidad, la justicia”. La mayoría de estos sacerdotes trabaja en barrios populares y en organizaciones sociales de base de todo el país. Entre los firmantes se puede reconocer, entre otros, a Eduardo de la Serna (Quilmes), Rodolfo Taboada (San Isidro), Gonzalo Llorente (La Rioja), Marcos Alemán (Mendoza), Carlos Morena (Bariloche), José Piguillem (Merlo-Moreno), Rubén Capitanio (Neuquén), Carlos Barbero (Zárate-Campana), Eduardo González (San Martín), Eleuterio Ruiz (Lomas de Zamora), Carlos P. Gómez (La Plata), Luis Casalá (Mercedes-Luján), Roberto Musante (Buenos Aires), Roberto Ferrari (Santiago del Estero) y Marcelo Sarrailh (Córdoba). A estos sacerdotes se suman las firmas de más de un centenar de laicos y laicas católicos de todo el país.
Dirigiéndose a Cristina Fernández los curas dicen que “desde nuestro lugar militante de la vida, queremos felicitarla y alentarla Señora Presidenta, a que no descanse mientras al pueblo le falte salud, trabajo digno, justicia, paz y vida mejor para todos”. Y expresan también su deseo de acompañamiento al proceso político que encabeza la mandataria reelecta. “Sepa que desde nuestros lugares, nosotros estaremos allí. Acompañándola en la búsqueda de una cada vez más justa distribución del ingreso sin temor a herir los intereses de la avaricia o codicia de personas o corporaciones, apoyando todo lo que entendamos como nacional y popular, cuestionándole con lealtad y amor a los pobres lo que no nos parezca bien, aplaudiendo lo que sea a favor de ellos y soñando con un futuro mejor para todas y todos”.
La carta finaliza con un saludo afectuoso para Cristina Fernández “con profundo respeto y alegría”. El texto se hizo público a menos de una semana de los resultados electorales, mientras la jerarquía de la Iglesia Católica sigue sin emitir pronunciamiento alguno tras los comicios y reservando sus consideraciones seguramente para la asamblea plenaria electiva del Episcopado, que se celebrará en el mes de noviembre.

Página12

Un luminoso día de justicia

Por Horacio Verbitsky

“Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aun si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas.” Lilia Ferreyra apretaba contra su cuerpo una de las copias de la Carta de Rodolfo J. Walsh que hicimos después de su secuestro y asesinato, el 25 de marzo de 1977. Su testimonio fue uno de los más conmovedores del largo juicio que terminó esta semana con la condena a dieciséis miembros del núcleo operativo de la primera ESMA, e incluyó la reconstrucción en su memoria del cuento “Juan se iba por el río”, desaparecido en el saqueo de la casa del matrimonio, por el que también fueron condenados los culpables. Además estaban en la sala familiares de los secuestrados en la Iglesia de la Santa Cruz y varios miembros del grupo que en 1979 fue llevado a la quinta El Silencio, propiedad del Arzobispado de Buenos Aires, para que no los encontrara en la ESMA la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Por esos hechos deberán pasar el resto de sus días en prisión personajes como Astiz, Pernías, Cavallo y el Tigre Acosta. Casi todos ellos habían sido detenidos por la Cámara Federal de la Capital en el verano de 1987, pero poco después fueron liberados por la ley de obediencia debida. Fue en esta causa que, conmocionado por la confesión de Adolfo Scilingo, Emilio Mignone solicitó el derecho a la verdad sobre lo sucedido con su hija y abrió así la puerta que permitiría retomar los juicios interrumpidos bajo la presión de las armas, luego de que se declararan nulas las leyes de impunidad, en 2001. Un símbolo de la persistencia de los organismos defensores de los derechos humanos es la ubicación en primera fila de las querellas de Carolina Varsky, la extraordinaria directora de Litigio del CELS, quien era apenas una adolescente cuando por primera vez los miembros de esta banda de marinos criminales fueron detenidos. Que la sentencia se leyera horas antes del primer aniversario de la muerte de Néstor Kirchner es otro acto de justicia. Cuando él llegó a la presidencia ya había casi un centenar de altos jefes militares y de fuerzas de seguridad detenidos y procesados. Desde 1998 estaban bajo arresto Videla, Ma-ssera y otros jefes de la dictadura por el robo de bebés y el saqueo de bienes, dos delitos que las leyes de impunidad no perdonaron. Entre marzo de 2001 y mayo de 2003 varios jueces y cámaras federales, la Cámara de Casación Penal y la Procuración General afirmaron que los secuestros, torturas y desapariciones forzadas de personas constituyen delitos contra la humanidad y, como tales, no están sujetos a amnistías ni prescripción. Pero faltaba la confirmación de la Corte Suprema de Justicia, donde un cardumen de incompetentes y corruptos mantenía abierta esa página sólo por temor a las consecuencias. La jerarquía eclesiástica, Duhalde y Brinzoni creyeron llegado el momento oportuno luego de las elecciones de 2003. Pero Kirchner se opuso y al asumir adoptó la simple fórmula Memoria, Verdad y Justicia. De inmediato decapitó a esa cúpula castrense que volvía a inmiscuirse en las cuestiones políticas que no le corresponden, promovió el juicio político a los jueces indignos de la Corte Suprema y pidió al Congreso que declarara nulas aquellas leyes y ratificara los tratados internacionales sobre la imprescriptibilidad de aquellos crímenes. Un poco después desconoció al obispo castrense que había abogado ante la Corte por sus feligreses de manos ensangrentadas y rompió con el viejo cómplice de la Triple A que se imaginó que lo manejaría como un ventrílocuo. En un manuscrito presentado a los jueces, Acosta dijo que la carta de Walsh era “un arma de la guerra civil revolucionaria terrorista” y que la admiración que aún suscita demuestra que “la guerra no terminó”. Walsh entendió que no tenía sentido pedir a los jefes de aquella empresa criminal que meditaran. Pero impresiona que quienes entonces fueran jóvenes oficiales a sus órdenes, hoy entre su séptima y novena década de vida, muestren la misma incapacidad para reflexionar sobre las atrocidades que cometieron. Astiz bufoneó acariciándose una escarapela tamaño Billiken y algunos familiares y amigos de los marinos entonaron el Himno Nacional. Pero los hijos de varios de los condenados lloraban y se abrazaban en busca de consuelo. Sus padres son los responsables del dolor que hoy los atraviesa. Ojalá algunos de ellos comprendieran lo que Walsh escribió hace 34 años. Ni la carta ni el proceso judicial son armas de guerra. Los dieciocho detenidos gozaron del derecho de defensa con todas las garantías que negaron a sus víctimas e incluso un personaje tan notorio como Rolón fue absuelto. El juicio fue así una ejemplificación insuperable de la diferencia entre una dictadura sin ley y el imperfecto estado de derecho. La encuesta realizada el día de las elecciones por el Centro de Opinión Pública de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires indicó que entre las políticas del gobierno nacional que cuentan con mayor aprobación del electorado la principal es el juzgamiento de los crímenes de la dictadura, con el 93 por ciento entre los votantes de Cristina y el 79 por ciento de quienes prefirieron a otros candidatos. La sociedad sí está a la altura de aquellas palabras de Walsh.

Página12

sábado, 29 de octubre de 2011

Sí, a la noble igualdad

Por Osvaldo Bayer

 
Ya se cumplen noventa años. Algo inexplicable. La crueldad más ocultada de nuestra historia. El fusilamiento de los peones patagónicos de 1921. Un crimen que dejó abierta una herida que no cicatrizará jamás. Llevado a cabo por un gobierno elegido por el pueblo, el de Hipólito Yrigoyen. No hay explicación alguna. Se fusiló y ya está. Se cumplieron órdenes, dijo el Ejército. Han quedado para siempre como testigo las tumbas masivas. Ahora ya marcadas. Allí están, silenciosas pero que hablan por sí mismas y lo dicen todo. Fusilados por pedir tan poco. Y sus héroes: don José Font (Facón Grande), Albino Argüelles, Ramón Outerello, el alemán Schultz. Y cientos de chilotes, argentinos, y trabajadores llegados de más allá de los mares.
Santa Cruz se prepara. Habrá como todos los años, Memoria. Allí, junto a las tumbas masivas. Se guardará silencio mientras el viento sigue trayendo el eco de las balas de aquel 1921. Hablarán trabajadores del campo, historiadores, representantes del pueblo. Palabras y emoción.
Recuerdo cuando inicié la investigación, en 1966. Vivían protagonistas y testigos. Por primera vez comenzaron a hablar luego de medio siglo de silencio. Los soldados, los oficiales fusiladores, los estancieros, los políticos, los peones que habían salvado su vida por ser menores de edad pero que habían visto todo.
Muerte en el paraíso. Ver por última vez esos paisajes, esos cielos azules antes de morir. Morir por pedir tan poco. Fusilados por el Ejército Argentino. La orden de la pena de muerte por “subversión” fue dada por el presidente Yrigoyen. Una huelga por unos pesos más y un poco más de dignidad en el trabajo no es “subversión”, señor presidente. Los radicales explicaban en los pasillos del Congreso que sí, está bien, Yrigoyen le había dado la orden de pena de muerte al teniente coronel Varela, jefe del 10 de Caballería, pero que “a éste se le había ido la mano”. Todo está dicho en la sesión del 23 de marzo de 1922 de Diputados, donde la oposición quiso saber la verdad de todo, el porqué de los fusilamientos si la pena de muerte ya había quedado anulada en 1918 por disposición de ese mismo Congreso. La oposición exigió de inmediato el envío de una comisión investigadora para que situara las tumbas masivas y se comprobara el número de peones rurales fusilados. Pero el oficialismo radical votó en contra. No quería que se supiera la verdad. La única manera de ocultar el crimen oficial era guardar silencio y mirar para otro lado. Para que el olvido tapara el crimen. De eso no se habla.
Hasta que un año después el anarquista alemán Kurt Wilckens hará volar por el aire al obediente teniente coronel Varela con una bomba frente al Regimiento 1 de Infantería, de acuerdo con el principio: “Cuando en un país no hay justicia, el pueblo tiene derecho a hacerse justicia por su propia mano”.
La tragedia de los peones de campo patagónicos quedó oculta. Pero, lo repetimos, la Etica siempre triunfa en la historia. Y así fue. Medio siglo después la tragedia quedaba en claro. Las investigaciones históricas probaron el crimen oficial. Pese a las prohibiciones y la quema de libros de la dictadura de la desaparición de personas, la tragedia no quedó oculta nunca más. Hoy, en territorio santacruceño están marcadas todas las tumbas masivas y los héroes del movimiento rural tienen sus estatuas. Facón Grande está allí a la entrada de Jaramillo, a pocos metros de donde fue fusilado; Albino Argüelles es recordado por un monumento a la entrada de San Julián; Ramón Outerello, a la entrada de Puerto Santa Cruz. Todos los años, al llegar la fecha de las ejecuciones se realizan frente a las tumbas masivas actos recordatorios. Donde está el monumento de los fusilados en las estancia La Anita, de los Braun, todos los principios de diciembre se hace un acto al que concurren alumnos, docentes, vecinos y cantautores populares, que entonan canciones en recuerdo de los héroes que pedían tan poco por su sacrificado trabajo. Además, la tragedia ha sido llevada al cine y al teatro. Ha quedado para siempre en la conciencia del pueblo. Más todavía, hay una iniciativa para considerar a los fusilamientos de las peonadas patagónicas como un “crimen de lesa humanidad”, es decir, no prescribirá jamás. Algo para tener en cuenta por quienes recurren a las armas para dirimir los conflictos sociales.
Sí, se recuerda a las víctimas. En cambio, a los ejecutores del crimen no los recuerda nadie; hasta sus familiares se avergüenzan de ellos. Como ejemplo de la cosecha por los crímenes oficiales, el teniente coronel Varela, en su tumba en el panteón militar de la Chacarita tenía una sola placa, que decía: “La comunidad británica de Santa Cruz al teniente coronel Varela, que supo cumplir con su deber”. Esa placa fue retirada últimamente. Pero lo dice todo. Como cuando esa misma comunidad de los estancieros británicos le cantaron al militar fusilador el “For he is jolly good fellow” (“porque es un buen compañero”) como está en la crónicas del diario inglés de Punta Arenas. Es decir, el beneplácito de los dueños de la tierra.
Pero, vayamos a la verdad, el principal responsable de esta tragedia fue el presidente Yrigoyen. Sí, como dijeron sus partidarios, Yrigoyen le dio el bando de la pena de muerte a Varela pero éste se extralimitó y la usó en forma desmesurada. Si hubiese sido así, Yrigoyen tendría que haber ordenado de inmediato una investigación a fondo de los hechos. No, se cubrió todo, con el voto negativo de la bancada radical hacia una comisión parlamentaria investigadora. Además de este gravísimo atentado contra la vida impuesto desde el poder, Yrigoyen tampoco dio ninguna declaración acerca de la brutal represión de los obreros metalúrgicos en la Semana Trágica de enero de 1919, ni en la represión de los hacheros de La Forestal, también de 1921. Lo he repetido muchas veces y lo seguiré repitiendo porque la democracia verdadera exige eso: el reconocimiento de los errores, en este caso, errores que costaron centenares de víctimas y una tiránica injusticia social: el partido radical debe hacer un pedido público de autocrítica y pedir perdón a la sociedad. Como lo hemos sostenido eso no es una humillación sino una demostración de que se cree en la democracia y se hace uso de ella para prometer un “Nunca más” en crímenes políticos, que en nuestro país no sólo fue hecho por dictaduras militares sino también por políticos elegidos por el pueblo.
“Así no se mata a un criollo”, gritó en el momento de ser fusilado el gaucho Facón Grande, como era llamado don José Font. El eco quedó y nos llega cuando nos vamos acercando a Jaramillo. No hay que olvidar la gesta de estos hombres que resolvieron decir ¡basta! a la explotación del hombre por el hombre y salir a pedir más dignidad.
Todo había nacido con la concesión Grünbein, del presidente Roca, por la cual se cedieron 2.500.000 hectáreas a diecinueve estancieros británicos. Primero, para “despejar” los campos se contrataron a los “cazadores de indios”, que eliminaron a los tehuelches, y luego se comenzó con la explotación de las fuerzas de trabajo que llevó a las huelgas que terminaron con el fusilamiento de más de mil trabajadores del campo.
Estos noventa años tienen que ser recordados por todas las organizaciones obreras del país y en los institutos de enseñanza y en actos culturales de organismos oficiales. Otra vez las palabras “Nunca más” deben pronunciarse en voz alta. Sí a la palabra, no a la bala como solución. Que la “noble igualdad” que cantamos en nuestro himno vaya cobrando verdadera validez.

Página 12

jueves, 27 de octubre de 2011

Un emblema, 86 tristezas


Por Victoria Ginzberg
 
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¿Será por la supuesta “cara angelical” de Alfredo Astiz, por su mirada fría como un témpano, sus ojos inexpresivos, superficiales, el rictus asqueroso que se volvió a ver en sus apariciones en este juicio, su lunar? ¿Será por su infiltración en el incipiente movimiento de derechos humanos, porque logró la confianza y la compasión de las mujeres que ya se organizaban para reclamar que les devolvieran a sus hijos, porque dicen que selló con un beso su traición y eso solo ya parece parte del guión de una película? ¿Será por aquellas víctimas, en apariencia “más débiles”, o por las “más célebres”, por el escritor, el periodista, el militante que utilizó su máquina de escribir para difundir los crímenes que se cometían en los sótanos y usó su otra arma para defenderse cuando lo buscaron para asesinarlo y llevarlo a aquellos sótanos? ¿Será por los bebés que nacieron en una piecita de Capucha, porque, antes de matarlas, a las madres les hacían escribir una carta a su familia que nunca sería entregada y les mostraban un ajuar comprado para ese niño que sería despojado de su nombre y de su historia? ¿Porque hubo víctimas francesas y suecas y desde Francia y Suecia el reclamo fue permanente, una mosca en la oreja para funcionarios políticos y judiciales argentinos? ¿Será porque el edificio, imponente, atraía indefectiblemente las miradas de todos los que entraban o salían de la Capital por la zona norte? ¿Porque sus cuatro columnas, su nombre en el friso, su iluminación nocturna, su visibilidad y presencia eran en definitiva señales de la pretensión de mostrar que todavía estaba allí, que todavía estaban allí? ¿Será porque el jefe, el Almirante Cero imaginó que luego de las muertes, las torturas, las violaciones, podría convertirse en un líder político? ¿Será porque siempre hay grietas y hubo sobrevivientes que incluso mientras la resistencia mayor era mantenerse con vida ya imaginaban posibles juicios, denuncias, declaraciones? ¿Porque cuando “las sacaban a comer” las mujeres escribían su bronca en los baños con el lápiz labial que les daban como parte de su proceso de “rehabilitación”? ¿Será porque muchos de los que salieron hablaron incluso cuando no tenían los dos pies afuera, cuando todavía eran vigilados, cuando el terror seguía habitando sus cuerpos?
Tal vez por todas esas cosas un poco, aunque nada termina de explicarlo del todo. Lo cierto es que la ESMA, la Escuela de Mecánica de la Armada, se convirtió tempranamente en el símbolo del sistema acabado del horror del terrorismo de Estado. Fue probablemente el centro clandestino de detención y exterminio por el que pasaron más víctimas. Pero no se trata de una cuestión cuantitativa. Algo hizo que a pesar de que ya había más de 240 represores condenados y más allá de la importancia que tuvieron sentencias como las del Atlético-Banco-Olimpo o La Perla o el quiebre que significó para la continuidad de la impunidad en democracia la cadena perpetua a Luis Abelardo Patti, por citar algunos ejemplos, ayer fuera un día bisagra.
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La carga simbólica de la ESMA fue también comprendida por los represores. El juicio que luego de dos años concluyó ayer fue el más resistido desde la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Cuando el Congreso barrió con aquellos dos impedimentos, la Cámara Federal porteña decidió de oficio reabrir las dos “megacausas” que habían quedado congeladas a fines de los ’80: Primer Cuerpo de Ejército y ESMA. En la primera había todavía mucho por hacer, testimonios que tomar, pruebas que recolectar. La segunda estaba casi lista para ser “elevada”, es decir para comenzar con los preparativos de juicio oral. Pero el expediente terminó demorado un año en la Cámara de Casación Penal. Fue el “caso testigo” de los represores y sus defensores, entre los que se contaba el ex presidente de ese tribunal superior Alfredo Bisordi, que luego de irse de ese puesto pasó a desempeñar formalmente el papel de abogado de los acusados de violaciones a los derechos humanos. La investigación sobre el Primer Cuerpo de Ejército comenzó a avanzar y a la vez se abrieron y terminaron causas en distintos lugares del país: La Plata, Córdoba, Tucumán, Mendoza... Sobre la ESMA, sólo se intentó hacer un juicio al prefecto Héctor Febres por cuatro casos. Lo que haya sido ese proceso ¿un globo de ensayo? ¿un pase de facturas al chivo expiatorio? terminó con el acusado muerto por envenenamiento por cianuro en condiciones más que sospechosas. Los Marinos, sea porque tienen mayor poder de lobby, todavía contactos o mucha suerte, lograron demorar sus condenas. Recién a fines del año pasado hubo sentencia para miembros de ese arma en Mar del Plata. Ayer les tocó a sus represores más simbólicos.
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“Es que a través de la ESMA se puede contar el proceso de memoria, verdad y justicia desde la democracia para acá”, apunta Valeria Barbuto, del Centro de Estudios Legales y Sociales.
En 1994, los represores Antonio Pernías y Juan Carlos Rolón fueron al Congreso para defenderse porque los senadores se negaban a votar sus ascensos luego de que se publicitaran sus antecedentes. Admitieron haber participado en torturas y secuestros. El incidente motivó que se estableciera un mecanismo de consulta con organismos de derechos humanos y la secretaría del área para comprobar que los miembros de las Fuerzas Armadas involucrados en violaciones a los derechos humanos que debido a las leyes de impunidad no podían ser condenados al menos no siguieran haciendo carrera.
Otro marino que pasó por la ESMA, Adolfo Scilingo, fue, con su confesión ante Horacio Verbitsky en El Vuelo, quien inauguró un nuevo período en el vínculo entre la sociedad argentina y la memoria de los crímenes de la última dictadura. La ratificación en la voz de los verdugos de que los desaparecidos eran tirados vivos al mar, terminó de alguna forma con la era del hielo postindultos y dio inicio a un proceso –el de la justicia– que todavía estamos viviendo.
La ESMA también fue punta de lanza en la política de recuperación de los sitios en los que funcionaron centros clandestinos de detención. En 1998 Carlos Menem anunció que demolería el edificio para levantar allí un monumento a la “reconciliación nacional”. La Justicia, a pedido de Graciela Lois y Laura Bonaparte, lo impidió. La medida tomada por Menem derivó de a poco y con el tiempo –desalojo de los marinos de por medio– en la instalación del Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos.
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La sentencia de ayer se festejó dentro y fuera del tribunal. En la sala y en la calle hubo abrazos, lágrimas de emoción, de tristeza y de alegría. “Hemos cumplido nuestro mandato con los compañeros”, dijo como en representación de los sobrevivientes de la ESMA Lila Pastoriza. Además de conseguir la primera condena en la Argentina para la mano de obra de Massera, los que estuvieron secuestrados en la ESMA y pudieron salir fueron durante el juicio la voz de los asesinados y desaparecidos. “Un muerto es una tristeza, un millón de muertos es una información”, cita Pilar Calveiro a Tzvetan Todorov en Poder y Desaparición. Los sobrevivientes contaron las historias de los que ya no están, recuperaron sus nombres, sus deseos, su militancia. Para que los muertos dejaran de ser un número, el número que les dieron en la ESMA al entrar y se volvieran una tristeza. Cada uno una tristeza particular. 86 tristezas por las que ayer se hizo justicia.

Página12

La siembra de Néstor Kirchner

Por Hugo Chávez Frías *

Amado Pueblo Argentino,
amada Cristina:
A un año de la siembra del compañero Néstor Kirchner, dirijo estas palabras al Gran Pueblo Argentino: mi alma y mi corazón saltan hasta la página para rendir tributo de admiración y gratitud al indoblegable combatiente, al conductor ejemplar y al entrañable amigo.
Me cuentan los ojos y el corazón que por mí miran y sienten desde las calles y los campos de Argentina, que dice un cartel en Buenos Aires: “Algún día los hijos de tus hijos preguntarán por él”. Y cuando lo hagan, me permito agregar, ahí estará Néstor, siempre vivo y siempre dispuesto a seguir adelante junto a su Pueblo por el mismo camino ancho, amoroso y resplandeciente que conduce a la felicidad colectiva y a la plenitud humana.
Quién puede dudarlo: Néstor personifica lo más elevado del espíritu popular y libertario argentino. Su vida fue y sigue siendo testimonio fiel y paradigmático de entrega y coraje. Cómo olvidar, por poner un ejemplo que me es caro, su brillante rol protagónico en la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata (noviembre 2005), cuando enterramos al ALCA. El papel de anfitrión que le tocó desempeñar fue clave para decidir los nuevos rumbos del continente. Todavía me parece que oigo su voz, la voz de nuestra dignidad, al enfrentar resueltamente a Bush y a su pretensión de imponernos la agenda neoliberal del imperio: “Aquí no vengan a patotearnos, no vamos a aceptar que nos patoteen”.
Con certeza, en esta hora en que lo recordamos, está invocando, desde el legado combativo que nos dejó, al verbo encendido de Mariano Moreno: “Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila”.
Quisiera rememorar unas palabras de este tenaz e incansable forjador de Patria, y las rememoro, sobre todo, por las circunstancias en que fueron pronunciadas. Recién salido de su intervención quirúrgica al inicio del año pasado, Néstor dijo: “Les puedo asegurar que en los momentos que me tocó vivir, contaba los minutos para estar en el lugar en el que tenía que estar. Es un lugar donde la hora de la Argentina nos requiere a todos estar al frente para consolidar este proceso de transformación que iniciamos en el año 2003”. He allí la grandeza humana junto a la convicción en un destino político, encarnándose en un hombre de veras excepcional. Un hombre que le entregó la vida a su Pueblo; que se consagró a servirlo con inquebrantable lealtad y con infinito amor.
“La memoria erige el tiempo”, decía Jorge Luis Borges, y vaya que la Argentina de hoy ha recuperado plenamente la salud de la memoria y, por eso mismo, erige libre y soberanamente su tiempo: el tiempo de los nuevos amaneceres que ha dejado definitivamente atrás a la oscurana de los opresores. Por supuesto, Néstor fue magno artífice de esta Argentina que volvió en sí, reencontrándose con su conciencia histórica, reencarnando su dignidad.
Néstor es, lo digo con Miguel Angel Asturias, la lucha que no termina contra la impunidad: contra el olvido. Cuánta pasión y cuánta tenacidad puso en reivindicar a las víctimas del gorilato argentino, conociendo, como conocía, lo que fueron aquellos años de tinieblas. Hay que volver, una y otra vez, sobre sus palabras, porque tienen el acento de la verdad: “Queremos que haya justicia, queremos que realmente haya una recuperación fortísima de la memoria y que en esta Argentina se vuelvan a recordar, recuperar y tomar como ejemplo a aquellos que son capaces de dar todo por los valores que tienen y una generación en la Argentina que fue capaz de hacer eso, que ha dejado un ejemplo, que ha dejado un sendero, su vida, sus madres, que ha dejado sus abuelas y que ha dejado sus hijos”.
Cuánto alegra saber hoy que Néstor es memoria viva de los argentinos y argentinas. Memoria viva, valga la reiteración, que trasciende al vago e inerte recuerdo, para hacerse combativa presencia en el corazón de cada una y cada uno de ustedes, compatriotas suyos y nuestros. Así lo demostraron el domingo 23 de octubre, acudiendo masivamente a las urnas electorales para reafirmar el proyecto de liberación nacional al que le diera alma y vida. Néstor no aspiró a otra gloria que a la de cumplir con el sagrado propósito de levantar de nuevo a la Patria austral, fundida y en el piso como la había encontrado al asumir la Presidencia. Cada nuevo día, Néstor vive en Cristina. Cada nuevo día, Néstor triunfa con Cristina. Y cuánta razón tiene el gran pensador argentino Ricardo Forster: “Un hilo de continuidad sólida atraviesa lo inaugurado por el flaco desgarbado y su compañera de vida e ideas”.
Desde el corazón de su Pueblo, una y otra vez, Néstor vuelve a ser del tamaño de su compromiso, y su compromiso es del tamaño de su amada Argentina. Néstor no saldrá jamás de ese infinito corazón que lo lleva consigo y lo arrulla, para que, desde allí, siga soñando y labrando la tierra de la justicia y de la igualdad.
Pero este gran paladín popular fue, al mismo tiempo, un genuino adalid de la unidad. Así lo definió cabalmente el mismo Ricardo Forster: “Alguien que reescribió, con otra escritura, el vínculo de la Argentina con sus hermanos latinoamericanos sabiendo, como lo supo desde un principio, que era el destino que nos venía esperando desde los albores de las gestas emancipadoras”. Desde la Presidencia de la República Argentina y desde la Secretaría General de la Unasur, Néstor sirvió, con lucidez y con pasión, a la causa de la unidad suramericana y nuestroamericana. En ello fue un peronista convencido y, por eso mismo, consecuente.
Yo debo decir que Néstor comprendió, con su visión de águila, la necesidad histórica y política de establecer una alianza estratégica entre la Argentina y Venezuela. Tras 180 años de la entrevista de Guayaquil, los hijos de San Martín y los hijos de Bolívar volvimos a abrazarnos, reemprendiendo juntos la gran obra que quedó inconclusa: nuestra definitiva Independencia. El largo camino de Caracas a Buenos Aires quedaba felizmente abierto: por él seguimos con Néstor como vigía, señalando el rumbo.
Ya para finalizar estas líneas, permítanme, hermanas y hermanos argentinos que me leen, dirigirme a él: a Néstor. Compañero, amigo, hermano: la muerte no pudo matar a tanta vida hace un año en El Calafate; la muerte nunca podrá matarte porque tu nombre es Pueblo. Y el 23 de octubre de 2011 has vuelto a vencer, esto es, ha vuelto a vencer la fuerza del amor, la fuerza de la esperanza, la fuerza de la vida: la fuerza que eres en Cristina y que, desde ella, es la fuerza de la Argentina perpetua; la que cambió para siempre. En medio de un infinito mar de banderas albicelestes, por las calles y los campos de tu Patria amada y a la que amo, renaces cada día.
¡Honor y gloria a Néstor Kirchner!
¡Néstor vive, la lucha sigue!
¡En la luz de Néstor: Viva Cristina!
¡Viviremos y Venceremos!
¡Hasta la victoria siempre!
*Presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Caracas, 25 de octubre de 2011.

Página12

miércoles, 26 de octubre de 2011

El derecho humano al ambiente

Debate sobre recursos naturales en el Centro Cultural de la Memoria


Al inaugurar la exposición Derecho al Ambiente. Muestra diálogo, un panel discutió sobre el desarrollo sustentable y los derechos humanos. Participaron funcionarios, el presidente del CELS, Horacio Verbitsky, y el especialista Antonio Brailovsky.

Por Carlos Rodríguez
 
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La mesa debatió sobre cómo lograr la explotación racional de los recursos naturales.
La íntima relación que existe entre derecho ambiental y derechos humanos fue el tema central en la presentación en sociedad de una muestra itinerante que tiene por objeto enriquecer la discusión sobre qué debe entenderse como “desarrollo sustentable” a la hora de fijar políticas públicas que sirvan para lograr la explotación racional de los recursos naturales. El especialista en historia ambiental Antonio Brailovsky hizo un recorrido crítico sobre la idealización que se hizo en su momento de la Revolución Industrial, hasta que la magia de la tecnología estalló junto con la bomba en Hiroshima. El periodista Horacio Verbitsky, en su carácter de titular del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), llamó a buscar equilibrios necesarios en provincias argentinas que en su intento por crear fuentes de trabajo terminan por afectar recursos vitales como el agua, al aprobar explotaciones mineras a cielo abierto. Todos los expositores coincidieron en la necesidad de avanzar en un debate nacional y latinoamericano sobre estos temas.
La exposición Derecho al Ambiente. Muestra diálogo, fue inaugurada ayer en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en la sede de la ex ESMA. Los discursos inaugurales estuvieron a cargo de la subsecretaria de Planificación y Política Ambiental de la Nación, Silvia Révora; del secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, y del director del centro cultural, Eduardo Jozami. Los presentadores hicieron hincapié en la importancia de dar “un carácter institucional a los derechos ambientales” y a “la relación entre el tema ambiental y la aplicación de los derechos humanos, en defensa de los intereses de los pueblos”.
Tras la presentación formal se hizo una mesa de debate. El primero en hablar fue Juan Manuel Abal Medina, secretario de Comunicación Pública, quien dijo que la política ambiental “no puede ser vista de otro lugar que no esté vinculado a los derechos humanos” y que eso significa “una transformación del modo de acumulación de nuestra sociedad, porque la economía debe estar centrada en satisfacer los derechos del pueblo argentino y de los pueblos latinoamericanos, en el marco de la recuperación de derechos de la que habla Cristina” Kirchner.
Horacio Verbitsky, quien elogió la presencia de Silvia Révora en la Subsecretaría de Política Ambiental, alertó sin embargo sobre medidas que adoptan gobiernos provinciales alineados con el kirchnerismo, como los de Formosa o Salta, autorizando explotaciones agrícolas o desmontes que afectan a los pueblos originarios wichí o qom. Sostuvo que “las explotaciones de modelo extractivo afectan a los pueblos originarios”, mientras que “los pobres urbanos (en las grandes ciudades) tienen que vivir a la vera de ríos contaminados por las grandes empresas”.
El presidente del CELS se refirió también a la política desarrollada por el gobierno de San Juan que “para crear nuevos empleos autoriza explotaciones mineras” cuestionadas por sectores de la sociedad. Verbitsky dijo que si bien “no se puede hacer un planteo que ignore el derecho de las personas” a trabajar, tampoco puede dejarse de lado el análisis negativo de los daños ambientales que esa actividad provoca. Dijo que el gobierno nacional debe tener una política muy firme en ese sentido. Como dijo conocer la postura a favor de la defensa del ambiente que tiene Révora, anunció entre sonrisas que “todo va a ser motivo de conflicto”, dadas las diferentes posiciones que existen, en la materia, dentro de distintas áreas del gobierno nacional.
Antonio Elio Brailovsky, a su turno, hizo una enumeración de hechos históricos relacionados con el medio ambiente y sus depredadores. Además de la Revolución Industrial y de las bombas arrojadas en Japón sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, señaló el Ecosidio que significó, para Vietnam y para el planeta, la decisión de los Estados Unidos de arrojar napalm en la guerra contra el Vietcong “porque había que matar a los árboles para poder matar al enemigo”. Brailovsky elogió las “terrazas andinas” creadas por los pueblos originarios en Perú y en toda América para resguardar sus cosechas de los invasores españoles.
Luego criticó la existencia de un libro de zoología que se usa hoy en las escuelas y que dice que “el indio es sucio y que no respeta a la fauna”, cuando la realidad indica todo lo contrario. Luego cuestionó la existencia, hoy, de “sustancias tóxicas” con las que hay que lidiar en forma cotidiana. La subsecretaria Révora, en el cierre, discrepó con algunos conceptos de Brailovsky y aseguró que se trabaja para controlar los residuos peligrosos. Resaltó luego que la muestra inaugurada, que será llevada a todas las provincias durante el año próximo, busca “generar discusión y conciencia ambiental en el pueblo argentino”.

Página12

¿Qué te pasa, Beatriz?

Una respuesta a Sarlo


Me hacés acordar a Borges, Beatriz, cuando dijo que el 17 de Octubre fue todo una farsa armada desde el gobierno. Peor todavía, a Mirtha Legrand cuando dudó que el cadáver estuviese adentro del féretro, o a Carrió cuando sostuvo que el llanto de los jóvenes lo organizó Fuerza Bruta.
 
He leído tu  artículo en La Nación del lunes 24 de octubre. Y en verdad, Beatriz, estoy  sorprendido, demasiado sorprendido. Casi una página de Beatriz Sarlo en el diario de los Mitre para sostener que si bien hay algunos “motivos económicos”, la causa del  triunfo electoral de Cristina tiene su explicación profunda en que se trató  de la “autoinvención” de una viuda. La lectura de ese artículo me dejó perplejo. Sólo se me ocurre preguntarte: ¿Qué te pasa,  Beatriz?
Vos quizás no recuerdes que nos conocimos en 1966, en la editorial Jorge Álvarez que funcionaba en la calle Talcahuano y donde circulaban jóvenes  escritores  progresistas (te supuse marxista). Después, te visité  en un  departamento de la calle Coronel Díaz para entregarte unas páginas sobre la Década Infame para la editorial de Carlos Pérez –lamentablemente desaparecido– (te supuse posadista). Más tarde, tuviste la gentileza de  registrar algunos de mis libros como “recibidos” en tu revista Punto de vista (te supuse “prochina”)  y en una ocasión, bajo la dictadura, nos encontramos en una manifestación obrera de la cual nos corrieron las fuerzas represivas con gases lacrimógenos (te supuse peronista de izquierda). Ya bajo el gobierno de Alfonsín, nos cruzamos, si mal no recuerdo, en el Teatro San Martín, pero no advertiste mi presencia, quizás porque moviéndote siempre en la crítica vanguardista no habías registrado en tu memoria esos encuentros casuales con alguien de la Izquierda Nacional, encuentros que no llegaron a convertirse en amistad, pero sí en esa complicidad recóndita entre quienes aspiramos a una sociedad distinta (aunque ya te  supuse socialdemócrata). Por eso, cuando alguien me decía: Beatriz ha sido peronista, trabajó cerca del posadismo, fue prochina, pro alfonsinista y socialdemócrata yo intentaba justificar esos cambios como producto de una búsqueda, una auténtica y trabajosa búsqueda en un país complicado donde las palabras se vacían de contenido y hay que realizar  grandes esfuerzos para saber lo que ocurre y dónde ubicarse. Siempre te consideré inteligente y sin ningún interés subalterno, fuese prestigio o dinero.
Sé que no te importa demasiado saber que defendía tus giros políticos, como tampoco que siempre te he leído con respeto y te he valorado como  intelectual. Quizás tampoco te importe ahora que te pregunte –siguiendo el ejemplo de Kirchner con Clarín– “¿Qué te pasa, Beatriz?”. Y formulé la pregunta porque ese artículo es indigno de vos y ahora debo suponer que te hiciste “mitrista”. Claro, para mí eso ya es más grave porque nunca he escrito ni voy a escribir jamás en La  Nación  hasta que –suceso imposible– ese matutino denuncie que Mitre fue un genocida que arrasó con el  Paraguay según lo denunció Alberdi y lo cantó Guido Spano con aquel: “Ya no existe el  Paraguay / donde nací como tú.”
Por eso siento la necesidad de reprocharte este último salto mortal que diste. Porque ya eran suficientes tus colaboraciones en Clarín para venir a recalar, desde hace un tiempo, en La Nación, que es, como se sabe,  todo lo contrario de la nación. Siento la necesidad de decírtelo y no vas a poder contestarme “conmigo, no” porque vos no tenés “coronita” ni tampoco me podés imputar alguna actitud o conducta dudosa, ni concesiones de ningún tipo que hayan ido en perjuicio de las mayorías populares. 
Y vamos al artículo, donde  reducís un gran triunfo electoral, por márgenes poco habituales del 54% de Cristina al 17% para la segunda fuerza (con la que casualmente vos simpatizás).
Lo titulaste “Victoriosa autoinvención”. Y a poco de empezar reproducís, como si la compartieses, la declaración de la pitonisa derrotada, que espero que ya no salga más en las pantallas televisivas después del  l%  de los votos, es decir, de ser repudiada por el 99% de la sociedad argentina: “De lo que pase ahora, nosotros no somos responsables, sino los millones que la votaron.” Es decir, implícitamente, más de 11 millones de imbéciles,  tontos,  engañados o boludos, según el calificativo que quieras emplear. 
Pocas líneas después, te referís a un cántico: “Néstor no se murió / Néstor vive en el pueblo”. Y nada más. No, Beatriz, no, debiste decirlo completo: “Néstor no se murió / Néstor no se murió / Néstor vive en el Pueblo / la puta madre que los parió.” Así se expresa la juventud que proclama su dolor y  su bronca por la muerte de un presidente militante,  y también  alude a  sus opositores. Así, completito.  ¿O es que en la Tribuna de doctrina no se puede putear? ¿Se puede mentir, difamar, distorsionar la historia, pero se trata de un órgano tan delicado y  de tan elevada cultura que no se puede putear?
Pero esto es anecdótico. Lo fundamental de tu artículo constituye una interpretación pobrísima de un acontecimiento riquísimo. Este último es el cambio operado en la Argentina en los últimos ocho años,  que  vos lo reducís a una cosmética fúnebre, a un montaje cinematográfico, a una “puesta en escena”, según lo subtitulás. Y esto no se  puede permitir en una intelectual que hace años que piensa, elabora tesis, critica, argumenta con tan alto nivel que ha dado clases en la Facultad de Filosofía y Letras (¡ah! y también en Cambridge,  supuesto templo de la sabiduría universal).
Entonces decís –cuando tu pueblo se moviliza y le otorga a Cristina 40 puntos de diferencia respecto al segundo-, vos decís,  -y no quisiera recordártelo– decís: “La Presidenta Viuda  fue la protagonista de la obra y la directora de la obra, una creación suya y de un grupo muy chico de publicitarios e ideólogos que la dejó hacer y perfeccionó lo perfeccionable. En lo esencial, una autoinvención” (La Nación, 24/10/2011). Luego, seguís de este modo: “Después del entierro de Néstor, Cristina Kirchner dispuso casi de inmediato todos los elementos de la puesta en escena y vestuario: su luto, su palidez (atenuada con el transcurso de los meses), su figura erguida, su voz potente, que podía quebrarse por la emoción que ella misma se provocaba al mencionar al marido ausente.” ¿Cómo no nos dimos cuenta, Beatriz? Quizás se ponía cebolla cortada en el escote para provocarse lágrimas... y nosotros, tan boludos, ¡nos creíamos que era dolor, que era tristeza!
Pero decís más todavía: “La Presidenta hizo una actuación de alta escuela, mezcla de vigor y emoción, se colocó a sí misma al borde del llanto y se rescató por un ejercicio público de la voluntad. Es la gran actriz de carácter sobre un escenario diseñado meticulosamente por ella misma.” Y más aún: “A veces, un flash la asimila a buena actriz de la televisión representando a una gran mujer política, el mismo empaque de señora que ha bajado a las cosas pero que conserva sus aires, la misma ropa con brillos, un poco de sobreactuación, un poco de distancia y mucho de afectividad.”
Me hacés acordar a Borges, Beatriz, cuando dijo que el 17 de octubre fue todo una farsa armada desde el gobierno. Peor todavía, a Mirtha Legrand cuando dudó que el cadáver estuviese adentro del féretro o a Carrió cuando sostuvo que el llanto de los jóvenes lo organizó Fuerza Bruta. Y vuelvo a preguntarte: ¿Qué te pasa, Beatriz?
No puedo creer que pienses que todo ha sido un invento, todo ficción. ¿En estos últimos años no hubo disminución de la desocupación, ni de la pobreza, ni de la indigencia, no hubo hundimiento del ALCA en Mar del Plata ni constitución de la Unasur, no hubo lucha contra la Sociedad Rural y las grandes corporaciones mediáticas, ni Asignación Universal por Hijo, ni Asignación Prenatal, ni matrimonio igualitario, ni Ley de Medios, ni hubo captación parcial de la renta agraria diferencial a través de las retenciones, ni estatización de las AFJP para  recuperar los aportes previsionales de los trabajadores, ni aumento de jubilados y para jubilados? ¿Sólo hubo un escenario bien montado, una mujer pálida por el cosmético y una leyenda para incautos?
Para peor, agregás que, por cierto, hubo “inversiones en cultura..., necesarias para montar el espectáculo” y contar con los artistas, aunque “habrá que examinar su transparencia porque hay mucho dinero en juego flotando por áreas grises”, es decir, “pan y circo”, o lo que es lo mismo “choripán y Coca Cola” para 11 millones de argentinos a quienes se les compraron los votos. No eran entonces boludos, eran corruptos. Y de  esas inversiones  en la farándula, con algo –reconocés– de “subsidios, miniturismo, bolsas de shoppings o plasmas”, se montó la gran mentira  que provocó el 54% de los votos.
Finalmente agregás que la gran “novedad en la historia electoral argentina no está dada por el triunfo por 40 puntos de diferencia sino en  el lejano segundo lugar obtenido por Binner”. Eso sí es genuino e importante, ¿no es cierto? Esos tres millones de votos fueron concientes, de gente culta, progresista, que seguramente leyó alguna vez las sesudas elucubraciones de “Norteamérico Ghioldi”. Aunque, te digo, no es tan novedoso: esa palidez del candidato, ese empaque y seriedad que hacen recordar demasiado a los socialistas del treinta, tan poco graciosos que a su candidato Nicolás Repetto lo llamaban el “candidato del cianuro”, algo así como el aburrimiento de De la Rúa, quiero suponer  sin Banelco. Pero con un gran don de la oportunidad este Binner se abraza con otro “socialista”, el ex presidente uruguayo Tabaré (Marx los perdone desde la eternidad por llamarse socialistas), a quien supongo te referís cuando hablás del  “inspirador uruguayo” que apoyó a Binner, que “supo esperar desde años atrás”, que vetó la ley del  aborto y luego fue a decirle a Bush que le diera armas para hacerle la guerra a nuestra patria. Mejor referente, imposible. 
Por eso te pregunto, ¿qué te pasa, Beatriz? Y no te enojés y me digas “conmigo, no”, ubicándote en una supuesta altura de ética, progresismo y cultura elevada para terminar  descalificando la alegría de tu pueblo en las calles;  desvalorizando un gran triunfo popular como hace muchos años no se había visto con tanta contundencia.
¿Acaso vale la pena rodar por la pendiente de esta manera para escribir en el diario que el genocida de la Guerra del Paraguay se dejó de guardaespaldas, como bien decía Homero Manzi? En serio, ¿te pasa algo, Beatriz?

TIEMPO ARGENTINO

martes, 25 de octubre de 2011

El kirchnerismo, el malentendido y la anticipación.

Por Ricardo Forster


Ricardo Forster
 
Que la Argentina es un país extraño, fascinante, zigzagueante y espasmódico ya no es una novedad. Que los giros epocales suelen sorprendernos modificando lo que parecía cerrado es otra de las características nacionales. Que la sociedad, esa entelequia tan difícil de definir y que tiene tantos matices que la vuelven indescifrable, no suele comportarse de acuerdo a libretos previamente establecidos, constituye también parte de nuestra alambicada y enigmática idiosincrasia. Lejos de los estereotipos con los cuales solemos intentar interpretar nuestras circunstancias, nos encontramos, una y otra vez, transgrediendo lo que se espera de nosotros y quebrando certezas que, cuando se pronuncian, parecen inconmovibles y definitorias.

El kirchnerismo, apelando –con cierta libertad– a un concepto del filósofo francés Rancière, constituye un “malentendido”, algo así como una ruptura de lo esperable, un desequilibrio de lo que debía permanecer equilibrado, un desacuerdo de los acuerdos previamente establecidos y, finalmente, un disenso de los pactos consensualistas tan perseguidos por los cultores del republicanismo liberal y los gerenciamientos policiales de la política. Simplemente lo que se abrió bajo la irrupción imprevista de Néstor Kirchner hace ocho años no hizo otra cosa, que no es poco dadas las circunstancias argentinas, que encolerizar al poder real mostrándole, ante sus ojos azorados, que la clausura de la historia (imaginada por ese mismo poder bajo la forma de su absoluta y definitiva dominación) no era otra cosa que una quimera, el deseo exuberante y desmesurado de quienes estaban acostumbrados a medir la travesía por el tiempo de nuestro país bajo la perspectiva de lo eterno e inexorable cuyo rostro contemporáneo no era otro que el del neoliberalismo definitivamente realizado. El malentendido siguió su camino hasta desembocar en el famoso conflicto con la corporación agromediática que terminó por sincerar lo que todavía no alcanzaba a visualizarse. Sin escalas intermedias, y retomando la categórica imagen de John W. Cooke, el kirchnerismo pasó a convertirse en el “hecho maldito del país burgués”, aunque no remitiendo al fantasma de la revolución social (como lo imaginaba, en uno de sus rostros, el propio Cooke) sino afirmando el derecho de la política a recuperar un protagonismo perdido pero no en nombre de abstracciones republicanas sino en el de una tradición popular que, bajo lo nuevo de la época, regresaba para desencajar el “humor de los mercados”. Más que un reformismo y también diferente a un mero desarrollismo (como algunos han querido caracterizarlo), el kirchnerismo asumió un rol rupturista y una vocación de ir contracorriente en una época del capitalismo, esto hay que decirlo, en la que muy pocas voces se alzaban para cuestionar su marcha triunfal bajo el traje brutal del neoliberalismo.

Lejos de acoplarse a esas ilusiones, más lejos todavía de amplificar la pirueta del travestismo menemista, pero también antagónico a la retórica de un progresismo cómplice de la perpetuación de la economía global de mercado bajo formato rioplatense, el kirchnerismo vino a enloquecer la inercia de la historia tocando lo que parecía intocable una vez que los espectros de las experiencias emancipatorias (en sus diferentes versiones de izquierda y nacional populares) parecían haberse retirado a las salas de museos temáticos que nos recordaban cómo habían sido aquellas épocas dominadas por el espíritu de la revolución o simplemente habían pasado a ser objetos de estudio de historiadores, filósofos, sociólogos o arqueólogos.

El kirchnerismo (y tratar de penetrar en su originalidad es una manera de comenzar a entender por qué Cristina está a un paso de alcanzar una legitimación electoral descomunal), sin pretender convertirse en heredero o en émulo de esos ímpetus transformadores asociados a la gramática de las corrientes liberacionistas que supieron galvanizar y calentar en otros tiempos la geografía latinoamericana, se propuso, con aparente humildad, como una fuerza reparatoria, como la etapa –indispensable– de una reconstrucción no sólo de la vida económica y social sino, también, de la trama dañada de las representaciones populares. Sin esa escala intermedia, sin quebrarle el espinazo al proceso creciente de despolitización y de vaciamiento cultural simbólico que venía desplegándose en nuestro país, cualquier sueño de reencuentro con las esperanzas democrático igualitaristas no era otra cosa que una vana ilusión carente de base de sustento en la realidad. El kirchnerismo, en todo caso, enlazó viejos sueños algo ajados con una fuerte dosis de pragmatismo mostrando que no todo estaba perdido en una época dominada mayoritariamente por el desencanto y el cinismo que habilitó diversos tipos de alquimia política transformando antiguas y venerables tradiciones populares en correas de transmisión de políticas reaccionarias.

Así como logró rescatar (en una tarea que no culmina y que sigue teniendo zonas opacas) al peronismo de su captura prostibularia bajo la forma excremencial del menemismo (por eso resulta indispensable eludir la tentación de la iconografía nacionalpopular, aquella que escudándose en la recepción dogmática y acrítica deja sin revisar el daño que en el interior de esa tradición ejerció la cooptación neoliberal y la persistencia de antiguas marcas oscurantistas), también desnudó las esenciales carencias de un progresismo vaciado y petulante que, por esas cosas de la desmemoria, sigue insistiendo con sus mismas fórmulas republicano-liberales sin hacerse cargo de su altísima responsabilidad en la sequía argentina de la década del ’90, cuando creyó que la inexorabilidad del orden económico era algo sellado de una vez y para siempre y que lo que le quedaba a una fuerza política otrora de matriz popular y de izquierda no era más que recostarse en un agusanado ideal republicano asociado a una retórica de la honestidad y la anticorrupción. En todo caso, el kirchnerismo, con sus maneras algo plebeyas y rupturistas, con su decisionismo inicial y su abandono de los lenguajes heredados de esa década maldita, rompió la inercia y enloqueció a los distintos actores de un drama nacional que simplemente no entendían qué es lo que estaba pasando y quién les había cambiado las reglas de juego. Comenzar a descifrar los “enigmas” del kirchnerismo es algo muy recomendable a la hora de tratar de explicarse por qué Cristina arrasará en las próximas elecciones pero es, también, interrogar con algo de audacia qué modificaciones sustanciales se han ido produciendo en el interior de la vida social argentina como para cambiar cualitativa y cuantitativamente la actualidad de la política y, sobre todo, de la realidad de los sectores populares que han transferido su reconocimiento, después de mucho tiempo, a una figura como Cristina Kirchner. Esas indagaciones no sólo estarán destinadas a desentrañar lo que viene sucediendo desde 2003 sino, también, deberán interrogarse, con espíritu abierto y crítico, cuáles son los desafíos por venir y qué significa la famosa “profundización” del proyecto (prefiero ese término al de “modelo” que me resulta parcial y más vinculado a una matriz económica, mientras que proyecto amplifica la cuestión hacia la dimensión política y cultural).

Si hiciéramos el esfuerzo de instalarnos en julio de 2008 o, más cerca todavía, si nos trasladáramos a los días y meses posteriores a las elecciones de junio de 2009, y si alguien nos hubiera preguntado qué imaginábamos de cara a octubre de 2011, seguro que ni el más optimista de los kirchneristas habría anticipado la contundencia de lo que las encuestas anticipan. El propio Néstor Kirchner, incansable en su búsqueda de abrir caminos hacia la consolidación del proyecto, bregaba por alcanzar esa cifra mágica del 40 por ciento de los votos tomando una distancia de 10 puntos respecto del segundo, anulando de ese modo la posibilidad de una complicada segunda vuelta. Remontar la derrota del voto no positivo del ya hoy invisible Cobos y, aún más, doblar el recodo de ese otro momento fatídico que pareció transformar a la oposición en un fuerza indetenible que arrasaba con todo, constituía una tarea harto complicada y con pronóstico incierto. ¿Cómo no recordar a tantas voces, incluso amigas, que se apresuraron a anunciar el crepúsculo de lo iniciado en mayo del 2003? ¿Cómo olvidar el fuego cruzado que provenía de la corporación mediática y de la oposición política que ya se regodeaban con la supuesta debilidad del Gobierno?

Sin dudas que los acontecimientos del inolvidable 2010 (precedidos por la respuesta a la derrota de junio de 2009 que asumió la forma de la ley de servicios audiovisuales y de la asignación universal por hijo) comenzaron, desde el affaire Redrado que culminó con su eyección del Banco central y el nombramiento de Mercedes Marcó del Pont, hasta la inesperada muerte de Kirchner y pasando previamente por ese otro acontecimiento caudaloso y sorprendente como lo fue el festejo multitudinario del Bicentenario, a reconstruir, en la trama colectiva y en la recuperación de la imagen de Cristina, el camino que encontraría, hasta ahora, su punto máximo en las internas abiertas del 14 de agosto que se convirtió en una verdadera fecha bisagra, fecha que acabó por sepultar las expectativas de la oposición y, sobre todo, de la corporación mediática que había apostado todas sus fichas a un declive irreversible del oficialismo y que, a partir de su mirada estrecha y encapsulada, le impidió descifrar el crecimiento exponencial de la imagen de Cristina junto con una decisiva transformación en la relación de los sectores populares con el gobierno nacional.

Pensaron que el efecto emotivo de la muerte de Kirchner acabaría pasando, del mismo modo que interpretaron los resultados electorales de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba como augurios de lo que acabaría por suceder en octubre. Incluso alucinaron con que las internas abiertas serían el instrumento que le permitiría a la oposición definir quién, de entre los candidatos, sería el elegido para disputarle a Cristina la presidencia. Pero se encontraron, para su indescriptible horror, ante un resultado que nunca imaginaron que podía darse. En esa noche del 14 de agosto se rompieron en mil pedazos las ilusiones poskirchneristas abriendo, para escándalo de esos mismos medios de comunicación todopoderosos, la perspectiva de una tremenda derrota en toda la línea. La lógica del prejuicio y el encapsulamiento les jugó definitivamente en contra. Como en otros momentos de nuestra historia vieron lo que previamente querían ver, mientras que por detrás y por debajo, entre los intersticios invisibles de la vida social, crecía, con fuerza que hoy es abrumadora, el apoyo a Cristina.

El 14 de agosto vino a sincerar lo que el velamiento mediático mantenía oculto, como si su relato monocorde hubiera terminado por construir una ficción que se topó, finalmente, con la verdad no dicha de una realidad capaz de horadar el cerco informativo y de romper en mil pedazos la unidireccionalidad de un dispositivo que, de tanto diseñar la escena ideal de la catástrofe tantas veces anunciada y nunca acontecida, no hubiera siquiera alucinado, en su peor pesadilla, que la única catástrofe por suceder sería la bancarrota de la propia oposición que simplemente quedó enmudecida y sin palabras para dar cuenta de su caída en abismo.

Aquello que antes definía el sentido común dominante y articulaba la gramática de la famosa opinión pública, la proliferación de un supuesto sentimiento de crítica irreversible hacia el Gobierno, no pudo resistir el impacto del 14 de agosto y acabó por desnudar la pobreza franciscana no sólo de la oposición política sino, centralmente, de la usina mediática desde la que se buscó dirigir la estrategia de confrontación antioficialista. Demudados y desconcertados las principales plumas de los medios concentrados, los autoproclamados periodistas independientes, buscaron, con esfuerzo digno de mejor causa, responsabilizar del estrepitoso fracaso a los dirigentes de la oposición que fueron descriptos como ineptos e irresponsables. Para agregar algún otro elemento que hiciera más creíble el sorpresivo giro del electorado centraron sus análisis en el bienestar económico, en el aumento de los índices de consumo y en el famoso viento de cola que terminó por resolverle todos los problemas al kirchnerismo. Hasta el día de hoy, esos sesudos analistas no pudieron ni pueden, porque es más fuerte que ellos, concederle algún mérito al propio Gobierno (en todo caso se detuvieron, con impiadoso cinismo, a analizar el “efecto viudez” como un catalizador de votos o a recordar el famoso “voto cuota” del menemismo como para relacionar los ’90 con la actualidad). Hoy apenas si añoran el tiempo en que sus anuncios se cumplían y lo hacen deseando que la crisis económica de los países desarrollados golpee con brutalidad en nuestro país. Calculan, con eterna malicia, que ese es el único factor que podría debilitar al Gobierno y, a partir de allí, abrirles una nueva oportunidad para sus interminables conspiraciones.

Lo cierto es que no se recuerda, en los anales de la vida democrática argentina, que la semana previa a una elección caracterizada como decisiva, la anticipación del resultado, su inusual contundencia bajo el nombre, ahora, de Cristina, unida a la fragmentación opositora, le restara cualquier sorpresa. Lo abismal de la distancia, también inédita, abre un doble escenario de cara al futuro inmediato: la relegitimación histórica del kirchnerismo y la crisis abrumadora de todos aquellos que apostaron a expandir el famoso “clima destituyente”.DIARIO23

lunes, 24 de octubre de 2011

El tren de la historia, abollado, sucio y repleto


Por Luis Bruschtein
 
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El triunfo arrasador de Cristina Kirchner escribe hacia adelante, pero también hacia atrás. Resignifica una historia. Crea un clima, la sensación de que el que se quedó fuera no participó en uno de los principales relatos políticos de la democracia argentina. Cristina se convirtió en la presidenta más votada desde el retorno a la democracia, en la presidenta que sacó mayor diferencia a sus competidores en toda la historia del país, en la cabeza del único proyecto político que fue votado por tercera vez consecutiva en toda la historia de la democracia argentina.
Hay una resonancia poderosa en esas marcas. La cantidad no da la razón, pero se la quita a las lecturas cerradas de la oposición. Tiene que obligar a la reflexión, a buscar nuevas explicaciones, nuevas conclusiones sobre los hechos, por lo menos a no negarlos. El gobierno que reestatizó las jubilaciones en un acto estratégico de soberanía y justicia social no puede ser la continuidad del menemismo, como dijeron. El gobierno que anuló la legislación de impunidad y encarceló después de tantos años a los criminales de la dictadura no puede ser la continuidad de la impunidad, como se dijo. El gobierno que se hermanó con otros gobiernos populares de la región e impulsó un proceso de integración como nunca antes en Sudamérica no puede ser el gobierno de los aislados. Todas esas explicaciones y muchas más fueron pompas de jabón.
Y es más, el que alguna vez soñó con meter presos a los asesinos, con participar en un proceso de unidad de los pueblos latinoamericanos o con darle capacidad de decisión soberana al Estado frente a las corporaciones y los organismos financieros internacionales, el que soñó todo eso y más, pero se quedó a un costado, se quedó a un costado, perdió el tren de la historia abollado, sucio y repleto de pasajeros. Las oportunidades de la vida siempre son imperfectas, como se lamentan las solteronas.
Escribe hacia atrás, resignifica, y donde había supuesta cooptación de tradiciones y culturas, hay continuidad, por ejemplo. “Somos de la gloriosa, Juventud Peronista(...) y a pesar de los golpes, a pesar de los muertos, de los desaparecidos, no nos han vencido”, fue la primera canción que recibió Cristina al entrar ayer al bunker del Intercontinental. Lo que parecía cooptación era un puente, el espíritu de una Argentina rebelde, noble y generosa que encarnó en una generación masacrada y repudiada, que encontraba un lugar, se completaba en la historia, cerraba su propia tragedia en una continuidad que para esa generación es culminación, la paz de encontrar la posta que la contiene y la continúa.
Eso que se resignifica hacia atrás abre ventanas al futuro, remueve conciencias, atrae a las Madres, crea enemigos de poder, pero compromete, tiene costos políticos pero conecta con las nuevas generaciones. Crea el vínculo dorado con la juventud y la proyección en el tiempo. Tuvo la capacidad de provocar el reconocimiento tan difícil y exigente de los jóvenes. Reconocer a aquellos jóvenes del pasado fue uno de los pilares del puente hacia los nuevos jóvenes. Es la única fuerza que promovió a la política a hijos de desaparecidos, a nietos restituidos, que dio protagonismo a las Madres y eso la diferencia de otras fuerzas de centroizquierda. Ninguna otra fuerza progresista o de derecha lo hizo. Ni siquiera la izquierda que, por el contrario, disputó espacios con ellas. Nadie quiso reivindicar a una generación, algunos escuchaban a las Madres, pero las mantenían lejos, no se mezclaron, ninguno les ofreció que fueran parte de ellos, porque nadie quiso comprometerse con sus reclamos ni contagiarse la lepra setentista.
Son decisiones que tienen consecuencias. En este caso fue avanzar contra el sentido común de una época y eso les evitó caer cuando se derrumbaron esos axiomas de la posdictadura. Ese paso que parecía al vacío creó ciudadanía porque derrumbó los mitos del miedo y los implícitos que perduraban de la dictadura, y porque fue salir del discurso progresista para ser progresista en la acción política, algo que hasta entonces parecía imposible. Son méritos que otras fuerzas progresistas deberán esforzarse para alcanzar y superar.
El significado histórico de esa catarata de votos abarca también al espíritu de aquella generación masacrada y repudiada, la incluye, nadie la aparta. Está votando también ese espíritu y eso es construcción de ciudadanía porque es reparación a una generación que fue lo que la sociedad quiso que fuera y que después le dio la espalda. No están votando a las organizaciones políticas de los ’70, sino a una generación que fue protagonista, víctima y producto de una circunstancia histórica. Es un voto que respalda los juicios y la cárcel a los asesinos de la dictadura. El kirchnerismo fue la fuerza política que lo hizo y fue la fuerza que se votó.
Este recorrido que hace el kirchnerismo a través del movimiento de derechos humanos lo repitió a través de todos los nuevos relatos de la Argentina de los últimos treinta o cuarenta años. Tanto el movimiento de los derechos humanos como el de los piqueteros y desocupados, como el de los nuevos trabajadores y los sindicatos combativos, impulsó políticas democratizantes de igualdad de género y antidiscriminatorios de los pueblos originarios y creó ciudadanía por esos caminos. Dio espacio, abrió lugares, mucho antes que alguna otra fuerza se diera cuenta. Todos esos movimientos fueron representados en las listas del Frente para la Victoria, mientras la oposición seguía tratando de pensar que enfrentaba sólo al viejo tronco justicialista heredado del menemismo.
Esa dificultad para ver la transformación que se producía en el kirchnerismo que estaba generando todas esas aperturas, y ver el espejismo de una imagen congelada en el pasado fue la misma dificultad para entender su incapacidad de dar cuenta de una sociedad nueva. Una sociedad que cambió desde la dictadura y los ’90, hasta la crisis del 2001-2002 y las gestiones kirchneristas.
Hay una sociedad nueva, que tiene sus nuevos relatos, que nunca son generales, pero que son tomados por el conjunto para formar el nuevo mosaico. Ese mosaico apenas se ve reflejado en las fuerzas políticas de la oposición. Sin un respaldo mediático que fue cuestionado y relativizado, la oposición se reveló esquelética como a través de una máquina de rayos X. Esa fue la imagen que revelaron estas elecciones. Estas fuerzas no dan cuenta del nuevo país o no han sabido integrar a su discurso esa realidad cotidiana, aunque a veces puedan sentirla.
El resultado escribe hacia adelante porque demuestra que esa política económica, cultural, social, internacional y demás fue aceptada, generó consecuencias positivas que la sociedad pudo percibir. Esa retrospectiva está diciendo entonces que es sobre esas políticas que se tiene que insistir y profundizar. Se resignifica el futuro porque la experiencia del pasado permitió la concepción del proyecto o del modelo o de la propuesta, como se le quiera decir. Es el modelo que surge de una experiencia y que se consolida por la aprobación de la sociedad en esta elección abrumadora. Es un proceso que se da muy cada tanto, que tiene todas las condiciones para que cuaje una experiencia política que trascienda en el tiempo. Y la mejor forma de ayudar a su trascendencia en el tiempo y en un territorio bien definido en el campo del progresismo nacional y popular será que la oposición asuma, como lo viene haciendo, la misma actitud que tuvo con el primer peronismo. El kirchnerismo podrá meter la pata, pero aun así tendrá garantizada su supervivencia con una oposición que vive metiendo la pata.

Página12

La reelección y después



 
 Todo el país sabía que iba a pasar lo que pasó. Y estuvo bueno, quizás eso indica que la Argentina está entrando, finalmente, en la previsibilidad. Igual que en las primarias de agosto, el frente político de la Presidenta triunfó porque el electorado piensa que el rumbo general de su gobierno garantiza cierta estabilidad. Ese preciado oro que los argentinos han desconocido, por generaciones. Anoche no hubo ninguna sorpresa y sobró alegría en los partidarios de casi todos los candidatos. Y el plato fuerte fue el discurso de la Presidenta, como debe ser. Y discurso que, para mí, invita a dos lecturas: la del plano personal y la del plano político.

El frente político de la Presidenta triunfó porque el electorado piensa que el rumbo general de su gobierno garantiza cierta estabilidad
Empiezo por la segunda, que es más trascendente: pienso que quizá esta noche la sociedad argentina, muy mayoritariamente, se pronunció de manera de darle a la Presidenta una legitimación definitiva y contundente. Tantos cuestionamientos al respecto, tantas especulaciones sobre supuestos dobles comandos y demás (en esencia, reparos machistas) ahora quedan todos desautorizados. Ningún jefe de estado argentino, desde Juan Perón, recibió un respaldo de legitimidad como éste. Otra cosa importante es que esta elección demuestra que todo un aparato mediático, de radio y televisión y prensa escrita, hoy ya no puede torcer la voluntad popular. Lo hicieron durante muchísimo tiempo. Hoy se demostró que perdieron ese poder.
Mi tercera apreciación es que se acabó el mundo exterior ficcional que inventaron tantos dirigentes políticos y corearon periodistas. Se habló con exceso de un mundo que le daba la espalda a la Argentina, y eso acabó anoche: quedarán más aislados los corresponsales que postulan, como ayer mismo en El País, de Madrid, que salir de la crisis exige más ajuste.

Ningún jefe de estado argentino, desde Juan Perón, recibió un respaldo de legitimidad como éste
La cuarta es que la re-reelección como tema quedó felizmente desautorizado. La Presidenta dio a entender que no aspira más: "qué más puedo querer", dijo con sinceridad evidente y sin ironía alguna. Y además, ¿no es ridículo exigirle un pronunciamiento al respecto desde antes de ser reelecta, y seguir insistiendo la misma noche en que ella triunfa con más de la mitad de los votos de todo el país? Personalmente estoy en contra de toda re-reelección y sólo quiero que se cumplan los mandatos constitucionales. Y si pudiera, y por si acaso ella lee esta nota, le diría: "Señora, no les responda y ordene a sus funcionarios que no hablen del tema. Haga como hizo antes de elegir a Boudou como compañero de fórmula: ni una palabra. Manténgase así lo más que pueda, hasta el último momento. Entonces diga simplemente que no irá por la re-reelección". En cuanto a la otra, primera lectura, digo que me agradó ese discurso lleno de idealismo, sensibilidad y sentido común. Pero sobre todo me gustó su idealismo cuando, segura de sí, convencida y buscando convencer, dejó sentado que en su segunda gestión no habrá más de lo mismo, sino más de lo mejor.
Me gustó también su referencia respetuosa a los candidatos de la oposición, y su imposición de respeto a los señores Binner, Macri, Alfonsín y los demás, haciendo callar a los desaforados de la tribuna. Esa es la Presidenta que uno desea tener.
Luego, en la inevitable, lógica alusión a Néstor Kirchner dijo también algo que me pareció muy fuerte: "No hablo como su viuda, sino como su compañera. No hablo de él como marido, sino como militante política. Que nadie se equivoque". Eso me pareció admirable: era una mujer de excepción la que hablaba, dejando de lado a la oradora de barricada para mostrarse adolorida pero serena. Y digo excepcional, además, porque recordé todo lo que la han criticado no por presidenta, ni antes por primera dama o por senadora; recordé todo lo que la rebajaron como mujer. No sólo los machos de la política, y los machos argentinos en general, sino también tantas mujeres. Hay que tener el cuero excepcionalmente duro para bancar eso. Una gran presencia anímica, propia de una estructura fuerte pero a la vez sensible.
La evocación-confesión de que ante la derrota electoral de 2009 en la Provincia de Buenos Aires fue Néstor el que "fue al frente y puso todo y más", me pareció conmovedora. Y cuando dijo "no me la creo" yo le creí. Y por un segundo me quebré, como cualquier ciudadano que ve cómo están cambiando su país, con claroscuros pero para mejor.
Pensé, entonces, que no faltarán los que creen que finge o sobreactúa. Allá ellos, me dije. Y me fui a dormir. 

"LA NACION"

sábado, 15 de octubre de 2011

Ahora atacan los Grondona


Por Osvaldo Bayer
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Como era de esperar, después del ataque de los Martínez de Hoz que nos iniciaron juicio, ahora nos atacan los Grondona. Los primeros por “agraviar a la familia”, los segundos, por tratar de bajar del pedestal al genocida general Julio Argentino Roca quien, para ellos, es un signo irrefutable de virilidad, de talento liberal positivista y guardián del orden y de las fortunas de los que las merecen. Dice Mariano Grondona en La Nación del 2 de octubre, en una nota titulada “La demonización de Roca y el olvido de Sarmiento”: “El escritor Osvaldo Bayer ha propuesto retirar la estatua de Roca de la ciudad de Buenos Aires porque en su opinión fue ‘el Hitler argentino’”.
Le solicito a Mariano Grondona que presente prueba de ello, que cite el lugar donde dice que yo sostengo eso. Fue muy distinto. Ante los que sostienen lo siguiente y ante las pruebas históricas: “Está bien, Roca habrá matado a unos miles de indios y a otros miles los esclavizó mandándolos a la isla Martín García a construir fortificaciones, o a Tucumán a trabajar el azúcar, pero fue quien dio impulso a los ferrocarriles, aprobó la ley 1420 e hizo obras que todavía se pueden ver”. Y yo les contesté: es el mismo argumento fuera de toda ética que sostienen los historiadores nazis: “Está bien, Hitler habrá matado a dos millones o seis millones de judíos, pero eliminó la desocupación en Alemania de diez millones de personas sin trabajo, creó colonias de vacaciones para madres solteras y lugares de recreo para los niños”. Fíjese el lector lo que sostiene Félix Luna –a quien Grondona en su nota califica de “verdadero historiador” en “su espléndida biografía de Roca” en su libro Soy Roca–. Aquí va la cita: “Roca encarnó el progreso, insertó a la Argentina en el mundo, me puse en su piel para entender lo que implicaba exterminar a unos pocos cientos de indios para poder gobernar. Hay que considerar el contexto de aquella época en que se vivía una atmósfera darwinista que marcaba la supervivencia del más fuerte y la superioridad de la raza blanca. Con errores, con abusos, con costos, hizo la Argentina que hoy disfrutamos: los parques, los edificios, el palacio de Obras Sanitarias, el de Tribunales, la Casa de Gobierno”. Hasta ahí Félix Luna, textual.
Es la misma argumentación, justificar crímenes mostrando el plano bello de genocidios atroces. Con un grupo de historiadores hemos publicado el libro Historia de la crueldad argentina, que está sembrado de una documentación fielmente legítima, donde demostramos el racismo inaceptable de Roca con respecto a los pueblos originarios, a través de sus discursos y cartas, y el gran negociado que significó la denominada “conquista del desierto”, donde se repartieron las tierras ocupadas por los pueblos originarios durante siglos, que fueron a parar a manos de miembros de la Sociedad Rural Argentina, la misma que hoy representa los intereses de los grandes hacendados. El mismo Roca aceptó una impresionante extensión de tierra regalada por el gobierno después de su campaña de exterminio y fundó la estancia La Larga, cercana a Guaminí.
El cuadro que nos pinta Grondona de lo que fue el genocidio indígena es hasta idílico. Lea esto el lector (textual):
“... Roca, en vez de ser un despiadado genocida, pactó la paz con casi todas las tribus invasoras”. Si hasta parece una campaña “bucólica” la de Roca. Al finalizar su campaña, dirá Roca ante el Congreso: “La ola de bárbaros que ha inundado por espacio de siglos las fértiles llanuras ha sido por fin destruida. El éxito más brillante acaba de coronar esta expedición, dejando así libres para siempre del dominio del indio estos vastísimos territorios que se presentan ahora llenos de deslumbradoras promesas al inmigrante y al capital extranjero”. Había triunfado el pedido que la Sociedad Rural había solicitado al gobierno nacional, ya en 1870, instando a la represión de los “indios salvajes” con la firma de Martínez de Hoz, Amado, Leloir, Temperley, Atucha, Ramos Mejía, Llavallol, Unzué, Miguens, Terrero, Arana, Casares, Señorans, Martín y Omar, Real de Azúa. Apellidos bien conocidos.
A Grondona lo invitaría a leer su propio diario, La Nación, cuando transcribe una crónica llamada “Sesenta indios fusilados”, del 16 de noviembre de 1878 y el editorial “Impunidad”, del 17 de noviembre del mismo año, donde queda clara la crueldad y el crimen que se cometía con los prisioneros que se tomaban. Todo esto está en el profundo trabajo de Diana Lenton en “Cuestión de indios”, publicado en el libro Historia de la crueldad argentina. Y sobre la falta absoluta de ética y de respeto por los derechos humanos alcanza sólo con leer la nota del diario El Nacional, del 31-12-1878, titulada “Entrega de indios”: “Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las familias de esta ciudad por medio de la Sociedad de Beneficencia”. Y el mismo diario trae esta crónica que verdaderamente da vergüenza: “Llegan los indios prisioneros con sus familias. La desesperación, el llanto no cesa. Se les quitan a las madres indias sus hijos para en su presencia regalarlos a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano, unos se tapan la cara, otros miran resignadamente al suelo, la madre india aprieta contra el seno al hijo de sus entrañas, el padre indio se cruza por delante para defender a su familia de los avances de la civilización”. Roca, occidental y cristiano.
Grondona, en su nota, nos sigue describiendo todo como si Roca hubiera sido un enviado celestial. Escribe: “En 1877 había un consenso prácticamente unánime por librar a los colonos del flagelo del malón, y Roca lo instrumentó no sólo con solvencia militar, sino también con mesura política reduciendo su acción militar a batir en combate a los pocos miles de lanzas que, pese a sus ofertas de paz, lo desafiaban”. Todo un caballero este Roca, mesurado.
Sí, Roca y Avellaneda restablecen de hecho la esclavitud en la Argentina, la cual había sido eliminada por los patriotas de Mayo en 1813. Claro, total eran indios y sus mujeres sólo “chinas”, como aparece en los comunicados oficiales.
Grondona trata de llevar el tema al clima político actual señalando que nosotros queremos poner a Kirchner como monumento en vez de Roca, allá en la Diagonal Sur. Nada de eso. Desde hace una década un conjunto de historiadores y sociólogos –acompañados por un auténtico pueblo– estamos pidiendo que en vez del genocida se ponga allí la figura de la mujer de los pueblos originarios. Porque en su cuerpo se creó el mestizo, el criollo, nuestro soldado de la Independencia, y cómo sufrió esa mujer cuando le quitaron a sus hijos para enviarlos a las familias de “bien” como “mandaderos” y a ellas como sirvientas. Un anticipo de lo que hicieron los militares de Videla, con el robo de niños a las prisioneras.
Puede haber tal vez en Santa Cruz algunos que pidan eso del monumento a Kirchner, pero yo soy partidario de que a las figuras públicas hay que darles un plazo de cincuenta años después de su muerte antes de entronizarlos, para que sean las próximas generaciones las que dictaminen si su obra merece el bronce.
El que en ese sentido bate el tambor de la oposición, el también grondoniano Luis Alberto Romero, y desde las páginas de La Nación, esta vez desde la primera plana, se largó en el título “Bajen a Roca, alcen a Néstor”. Claro, ya es llevar un tema histórico, y meter a quienes no quieren el bronce para un genocida, en un apriete de la política actual, o hacer creer que la discusión de si Roca fue un genocida o no es meterla en la cocina de la politiquería del momento, poco antes de las elecciones. Así escribe Romero algo que no condice con la verdad: “Esta suerte de beatificación de Kirchner se une ahora con la execración de Roca”. No, no es así. Como decimos. Hace una década comenzamos junto al monumento a Roca a leer documentos históricos sobre el genocidio de nuestros pueblos originarios y la actuación de Roca. Y sosteníamos y sostenemos que ese monumento es un insulto a la mayoría del pueblo argentino que tiene algo o mucho de sangre de los pueblos originarios. Leímos principalmente sus expresiones racistas y cómo llevó a cabo el genocidio, en contraposición de grandes libertadores como Mariano Moreno, Juan José Castelli, Juan Bautista Alberdi y muchos más. No lo hicimos ni para ganar votos electorales ni cargos en la administración pública. Lo hicimos para que en nuestro país, por fin, se tenga como principio en la Historia y la Política, la palabra Etica.
Al final de su amplísima nota a todo trapo con caricaturas de Roca y el matrimonio Kirchner, Romero de alguna manera reconoce el infame crimen de Roca con unas disculpas no muy claras. Dice: “En cuanto a los pueblos originarios ciertamente hoy no aprobaríamos la manera como los trató Roca...”. No, diga el señor Romero: cómo los mató o esclavizó Roca”. Porque esa es la verdad.
Mientras tanto, el más grande monumento de Buenos Aires sigue siendo el del genocida Roca. Y eso que fue creado por un gobierno no democrático: el de la Década Infame, de Justo-Roca, sí, siendo vicepresidente el hijo de Roca, Julio Argentino Roca (h). El gobierno del fraude patriótico. Y fue inaugurado por Castillo en 1940. Hasta eso. Pero nadie se atreve a tocarlo. Y sigue la represión contra nuestros pueblos originarios, véase Jujuy y Formosa. Sepamos reaccionar. La historia no justifica ningún crimen. Pueden pasar décadas, o siglos, pero finalmente siempre triunfa la Etica.

Página12