viernes, 30 de septiembre de 2011

Educación, compromiso del Estado

Modelo inclusivo




El modelo argentino de financiamiento de la educación con garantía y creciente inversión del Estado central respecto de las provincias funciona como mecanismo de redistribución de la riqueza.
 
Es un discurso muy común en la política actual. Combate frontal a la pobreza, se dice. Todos acuerdan. ¿Todos acuerdan? El problema es hacerlo.
¿Cómo se combate la pobreza? Las diferentes respuestas que podrían darse a esta pregunta –a propósito, fundamental– son capaces a su vez de articular distintos tipos de discursos, aunque lo cierto es que la mayoría de las veces la idea del combate a la pobreza aparece como una consigna vacía y sin un verdadero esquema programático detrás. “Hay que luchar contra la pobreza”, repiten candidatos de distinto signo político como un latiguillo que, de tan repetido, hasta parece haber perdido fuerza y sentido.
“Venimos a ratificar nuestro compromiso político y moral para que los pobres dejen de ser pobres y pasen a formar parte de la clase media en una Nación integrada”, aseguró Elisa Carrió en el lanzamiento de su candidatura. También Mario Das Neves estableció como eje de su campaña “la lucha contra la pobreza”.
Ahora bien: hay algo que está oculto detrás de este debate, y es que para discutir la pobreza hay que sí o sí discutir la riqueza. Lo que pocos se animan a decir es que la pobreza es consecuencia de la concentración y de la exclusión. O en otras palabras: en la Argentina, si hay pobres es porque hay ricos cada vez más ricos.
Ese mismo esquema podría trasladarse al terreno de la educación. Analizar lo que pasa en Chile y Argentina es clave.
Mientras ambos países invierten en educación aproximadamente lo mismo, alrededor del 6,40% de sus Productos Internos Brutos, la diferencia surge en desde dónde se realiza esta inversión.
En Chile, ese 6,40 se compone de un 4% de inversión estatal y un 2,5% de inversión privada por parte de las familias. En la Argentina, el Estado asegura esa inversión desde el nivel inicial hasta la educación superior (y en muchos casos, hasta la post graduación).
La comparación entre uno y otro modelo refleja la idea de que el modelo chileno funciona en sintonía con un modelo social y económico de concentración que implantó la dictadura y pese a muchos esfuerzos no pudo ser desarmado. Las familias y su riqueza determinan el tipo de educación al que van a poder acceder sus niños y jóvenes, reafirmando el lugar asignado por las leyes del mercado.
El modelo argentino de financiamiento de la educación con garantía y creciente inversión del Estado central respecto de las provincias funciona como mecanismo de redistribución de la riqueza. Va en el camino de brindar más posibilidades a los que menos tienen, en sinergia con un modelo económico y social de desendeudamiento, reindustrialización, integración regional, defensa del trabajo y del mercado interno.

CONCENTRACIÓN Y EXCLUSIÓN, DOS PARTES DE UN MISMO PROCESO. La respuesta a ese dilema desde una visión nacional, popular y democrática, no es otra que la de un Estado presente que sea capaz de hacerse cargo de la redistribución de la oferta educativa. Así, cuando el Estado asigna el 6,40% del PBI a la educación está distribuyendo conocimiento a los más pobres, de la misma manera que lo hace cuando crea un canal como Encuentro, o al entregar netbooks, o al construir una nueva escuela. Y de eso hablamos cuando hablamos de combatir la desigualdad: del hecho de que los hijos de los ricos no tengan para ver otro canal mejor que Encuentro, o por qué concurrir a una escuela mejor que la pública, o disponer de una computadora mejor que las que se distribuyen a través del Plan Conectar Igualdad. Porque no se trata, justamente, de bajar la calidad de la educación de los ricos, sino de transformar las condiciones para que todos cuenten también con las mismas posibilidades.
Para eso es necesario ser parte de esta batalla cultural acerca de cuál es el papel del Estado. Hace años que una parte importante de la opinión pública muestra serias dificultades para registrar las protecciones sociales que ellos mismos reciben de parte del Estado –vía subsidios, obra pública, rutas–, pero en cambio cuestionan con dureza su rol en cuanto a la redistribución de recursos hacia las clases más desprotegidas. De esa manera, el Estado es visto como aquello que les pone límites, pero jamás como aquel conjunto de instituciones que posibilita el desarrollo de su fuerza individual, social y colectiva.
Fue Hugo Biolcati quien definió al Estado como un predador insaciable. “Los neoliberales quieren el Estado, lo que ocurre es que ellos lo quieren para otra cosa muy distinta que la de los que estamos por una democracia o por una sociedad igualitaria”, señaló recientemente en una entrevista el economista José Luis Coraggio. No sería correcto, entonces, afirmar que durante los ’90 el Estado sencillamente “se retiró”. Nada más alejado: el Estado permaneció siempre en su sitio, salvo que en ese caso lo hizo para generar programas sociales para los más poderosos: garantizando un tipo de cambio que permitía viajar, consumir, con créditos hipotecarios subsidiados para las clases medias y altas. “Yo no quiero un Estado gerenciador. Yo tengo vocación por un Estado inductor, controlador y fiscalizador que trabaje para promover la distribución de la renta. Porque si el Estado no hace esas cosas, nadie las hace”, advirtió en la misma línea el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. El Estado es para los pobres: los ricos no necesitan del Estado.
Es preciso que entre todos revisemos los preconceptos acerca del Estado para volver a postular luego cuáles son sus verdaderas capacidades a la hora de posibilitar el desarrollo individual, social y colectivo de una sociedad que pueda pensarse de iguales. Porque cuando se discute la sociedad, se discute también el Estado; y siempre que se discute el Estado se discute al mismo tiempo la sociedad.
Por momentos este parece ser un debate de lo más lejano, y sin embargo se trata de una batalla por el sentido que tarde o temprano será preciso librar. Si dos años atrás a alguien se le hubiera ocurrido anticipar que en el 2010 íbamos a estar en la Argentina considerando el matrimonio igualitario, más de uno se hubiera reído con sorna ante la aparente distancia del planteo.
Ya hemos comprobado que hay discusiones a las que no hay que tenerles miedo. Hoy, más que nunca, tenemos que volver a discutir el rol del Estado. Que es también discutir la sociedad y cómo la imaginamos,

TIEMPO ARGENTINO

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Haití, país ocupado


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Por Eduardo Galeano *
Consulte usted cualquier enciclopedia. Pregunte cuál fue el primer país libre en América. Recibirá siempre la misma respuesta: los Estados Unidos. Pero los Estados Unidos declararon su independencia cuando eran una nación con seiscientos cincuenta mil esclavos, que siguieron siendo esclavos durante un siglo, y en su primera Constitución establecieron que un negro equivalía a las tres quintas partes de una persona.
Y si a cualquier enciclopedia pregunta usted cuál fue el primer país que abolió la esclavitud, recibirá siempre la misma respuesta: Inglaterra. Pero el primer país que abolió la esclavitud no fue Inglaterra sino Haití, que todavía sigue expiando el pecado de su dignidad.
Los negros esclavos de Haití habían derrotado al glorioso ejército de Napoleón Bonaparte y Europa nunca perdonó esa humillación. Haití pagó a Francia, durante un siglo y medio, una indemnización gigantesca, por ser culpable de su libertad, pero ni eso alcanzó. Aquella insolencia negra sigue doliendo a los blancos amos del mundo.
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De todo eso, sabemos poco o nada.
Haití es un país invisible.
Sólo cobró fama cuando el terremoto del año 2010 mató a más de doscientos mil haitianos.
La tragedia hizo que el país ocupara, fugazmente, el primer plano de los medios de comunicación.
Haití no se conoce por el talento de sus artistas, magos de la chatarra capaces de convertir la basura en hermosura, ni por sus hazañas históricas en la guerra contra la esclavitud y la opresión colonial.
Vale la pena repetirlo una vez más, para que los sordos escuchen: Haití fue el país fundador de la independencia de América y el primero que derrotó la esclavitud en el mundo.
Merece mucho más que la notoriedad nacida de sus desgracias.
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Actualmente, los ejércitos de varios países, incluyendo el mío, continúan ocupando Haití. ¿Cómo se justifica esta invasión militar? Pues alegando que Haití pone en peligro la seguridad internacional.
Nada de nuevo.
Todo a lo largo del siglo diecinueve, el ejemplo de Haití constituyó una amenaza para la seguridad de los países que continuaban practicando la esclavitud. Ya lo había dicho Thomas Jefferson: de Haití provenía la peste de la rebelión. En Carolina del Sur, por ejemplo, la ley permitía encarcelar a cualquier marinero negro, mientras su barco estuviera en puerto, por el riesgo de que pudiera contagiar la peste antiesclavista. Y en Brasil, esa peste se llamaba haitianismo.
Ya en el siglo veinte, Haití fue invadido por los marines, por ser un país inseguro para sus acreedores extranjeros. Los invasores empezaron por apoderarse de las aduanas y entregaron el Banco Nacional al City Bank de Nueva York. Y ya que estaban, se quedaron diecinueve años.
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El cruce de la frontera entre la República Dominicana y Haití se llama El mal paso.
Quizás el nombre es una señal de alarma: está usted entrando en el mundo negro, la magia negra, la brujería...
El vudú, la religión que los esclavos trajeron de Africa y se nacionalizó en Haití, no merece llamarse religión. Desde el punto de vista de los propietarios de la Civilización, el vudú es cosa de negros, ignorancia, atraso, pura superstición. La Iglesia Católica, donde no faltan fieles capaces de vender uñas de los santos y plumas del arcángel Gabriel, logró que esta superstición fuera oficialmente prohibida en 1845, 1860, 1896, 1915 y 1942, sin que el pueblo se diera por enterado.
Pero desde hace ya algunos años, las sectas evangélicas se encargan de la guerra contra la superstición en Haití. Esas sectas vienen de los Estados Unidos, un país que no tiene piso 13 en sus edificios, ni fila 13 en sus aviones, habitado por civilizados cristianos que creen que Dios hizo el mundo en una semana.
En ese país, el predicador evangélico Pat Robertson explicó en la televisión el terremoto del año 2010. Este pastor de almas reveló que los negros haitianos habían conquistado la independencia de Francia a partir de una ceremonia vudú, invocando la ayuda del Diablo desde lo hondo de la selva haitiana. El Diablo, que les dio la libertad, envió al terremoto para pasarles la cuenta.
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¿Hasta cuándo seguirán los soldados extranjeros en Haití? Ellos llegaron para estabilizar y ayudar, pero llevan siete años desayudando y desestabilizando a este país que no los quiere.
La ocupación militar de Haití está costando a las Naciones Unidas más de ochocientos millones de dólares por año.
Si las Naciones Unidas destinaran esos fondos a la cooperación técnica y la solidaridad social, Haití podría recibir un buen impulso al desarrollo de su energía creadora. Y así se salvaría de sus salvadores armados, que tienen cierta tendencia a violar, matar y regalar enfermedades fatales.
Haití no necesita que nadie venga a multiplicar sus calamidades. Tampoco necesita la caridad de nadie. Como bien dice un antiguo proverbio africano, la mano que da está siempre arriba de la mano que recibe.
Pero Haití sí necesita solidaridad, médicos, escuelas, hospitales y una colaboración verdadera que haga posible el renacimiento de su soberanía alimentaria, asesinada por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras sociedades filantrópicas.
Para nosotros, latinoamericanos, esa solidaridad es un deber de gratitud: será la mejor manera de decir gracias a esta pequeña gran nación que en 1804 nos abrió, con su contagioso ejemplo, las puertas de la libertad.
(Este artículo está dedicado a Guillermo Chifflet, que fue obligado a renunciar a la Cámara de Diputados del Uruguay cuando votó contra el envío de soldados a Haití.)
* Texto leído ayer por el escritor uruguayo en la Biblioteca Nacional en el marco de la mesa-debate “Haití y la respuesta latinoamericana”, en la que participaron además Camille Chalmers y Jorge Coscia.
Página12

sábado, 17 de septiembre de 2011

El lugar de los derechos humanos


Por Luis Bruschtein
 
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La repercusión tan dispar que tuvo en Argentina el premio que les otorgó la Unesco a las Abuelas de Plaza de Mayo puso en evidencia que, a pesar de todo lo que se ha recorrido en este camino, sigue habiendo muchos baches. Hay debates sobre la política de derechos humanos, y sobre la política en los derechos humanos, que se entremezclan en forma muy parecida a lo que sucede con los medios y los periodistas. Hay políticas de derechos humanos y cuando se las aplica también se está haciendo política. La presidenta Cristina Kirchner asistió a la entrega del premio. Prácticamente, hizo un viaje especial para poder asistir. También es cierto que las Abuelas apoyan medidas de este gobierno, como sucede con la mayoría de los organismos de derechos humanos, sobre todo los integrados por familiares de las víctimas del terrorismo de Estado.
Planteado así el escenario, aquellos que no están de acuerdo con el Gobierno invisibilizan, subestiman o directamente abandonan esa problemática aun cuando en el pasado hayan sido participantes activos. En algunos casos se llega incluso a atacar a esos organismos acusándolos de haber desnaturalizado sus luchas. Entonces estos organismos, que durante la mayor parte de su existencia fueron muy hostilizados por sectores importantes de la sociedad, se sienten atacados y alambran sus territorios.
Los derechos humanos no tienen dueño, no son del oficialismo ni de la oposición ni de nadie de la derecha o de la izquierda, sino que son de la sociedad en su conjunto porque hacen a la superación de la condición humana. Pero la realidad ha demostrado que cuando se participa en las actividades de promoción y defensa de los derechos humanos, necesariamente se está haciendo política. De la misma forma que hace política un periodista que escribe sobre el accidente de trenes o un sindicalista que lucha por el salario o un activista en un centro de estudiantes. Es política desde un ámbito específico que tiene reglas de juego diferentes a las reglas de juego de la política partidaria, porque no son las mismas lógicas ni los mismos lugares, pero es política.
El liberalismo propone escenarios con protagonistas en estado de suspensión. El que es periodista deja de ser ciudadano, igual que el gremialista o el activista de derechos humanos. Como si ninguno fuera persona o, por el contrario, como si alguien pudiera ser más que una persona. No se puede dejar de ser ciudadano ni persona. Ni se puede dejar de pensar o sentir. Incluso si fuera posible dejar de ser o hacer cualquiera de esas cosas, todas las demás se harían mal. Este escenario es tan ideal que es el que más se presta para ingenuos y tramposos, sobre todo estos últimos, que son los que le sacan provecho.
Desde un sector de la izquierda se plantea, a su vez, que un organismo de derechos humanos es la antítesis del Estado y por eso tiene que estar opuesto a los gobiernos. Se plantean como antitéticos del Estado porque, por definición, son los Estados los que cometen violaciones a los derechos humanos. Pero, en democracia, cuando desde la política se combaten estas violaciones, se necesita transformar al Estado y para eso hay que ganar el gobierno. Entonces es más complejo cuando hay un gobierno que se esfuerza por transformar al Estado en ese sentido con políticas de derechos humanos y acciones en sintonía. Los organismos de derechos humanos no pueden obstaculizar ni ser enemigos de esos esfuerzos, como plantea parte de la izquierda y un sector minoritario de otros organismos de derechos humanos, porque de esa forma sí que estarían actuando en contra de sus principios. La democratización del Estado es un proceso político donde impactan relaciones de fuerza contrarias, procesos culturales que se han ido acumulando en pliegues y estamentos, así como intereses creados, prácticas naturalizadas y hasta núcleos delictivos. Desconocer esa realidad donde se juegan tensiones de todo tipo no es intransigencia en defensa de los derechos humanos sino sólo hacer agitativismo con ellos.
El relato épico, ético y humano de las Abuelas de Plaza de Mayo o de las Madres de Plaza de Mayo empieza a formar parte de la historia. Echó a rodar fuera de las fronteras argentinas y ha sido tomado y valorado por todo el mundo. En otros países se habla de las Abuelas o de las Madres, como aquí hablamos de Mahatma Gandhi, de Martin Luther King o de Nelson Mandela. Son leyenda, son parte del acervo ético pedagógico de esta humanidad y, más allá de lo religioso, se pueden contar sus historias con la misma intención pedagógica o moral con que se leen los versículos de la Biblia o las andanzas de Buda. Ese es un registro que se pierde en el cabotaje, o sea en casa. Las distancias son más cortas y resulta más difícil ver el horizonte.
Se puede coincidir o no con las posiciones políticas de las Abuelas y las Madres, pero hay un plano donde ellas tienen una representatividad mayor que las posiciones políticas que puedan asumir en determinado momento. Hay un punto donde ellas son la expresión más pura y genuina de los esfuerzos de la sociedad argentina por mejorar la calidad ética y moral de su condición. A esta altura, eso es lo que representan, incluso más allá de las personas en particular que sea cada una de ellas.
Ni siquiera el ninguneo de los medios alcanza ya para impedir que así se escriba la historia. Que los grandes medios hayan ignorado la importancia del premio que se les dio a las Abuelas en Francia ya no quiere decir que el premio no fuera importante o que las Abuelas de Plaza de Mayo no existan. La historia fue tomando vuelo y ya no hay forma de borrar esos comienzos de esto que todavía está a medio camino entre lo actual y lo venidero. Así será también en la Argentina y hay que tomarlo con esa proyección. Las Madres y las Abuelas serán en el futuro una referencia muy fuerte de época.
Pero así como puede haber disputas políticas en el ámbito de los derechos humanos, el beneficio o las pérdidas no son para parcialidades sino para todos por igual. Cuando un torturador tortura, está rebajando el piso de la misma condición que compartimos todos. Cuanto más dignificada sea la convivencia en una sociedad –por ejemplo, por la intervención de la Justicia–, más se benefician todos, incluso el que hasta ayer torturaba, porque la que se eleva también es la condición que todos compartimos. En la capacidad de establecer relaciones de calidad se mide también la calidad del ser que forma ese tejido. Todo lo que se haga en derechos humanos beneficia a la sociedad en su conjunto. Nadie se beneficia más que otro. Es un bien social abarcativo. No protege sólo al que lo aplica. Protege incluso al diferente, al otro y hasta al enemigo.
Se supone que éstas son cosas sabidas. Pero lo que sucedió con el premio de las Abuelas pareciera decir lo contrario. El premio tendría que haber sido celebrado por todos, pero sólo lo hicieron algunos. Como si el debate político hubiera impedido visualizar que ese premio también es un estímulo que involucra a toda la sociedad, desde cada individuo que la compone hasta sus corrientes políticas e ideológicas. Hay sectores mediáticos, políticos, religiosos y demás que siempre se opusieron a todas las medidas reivindicadas por las Madres o las Abuelas y, por lo tanto, aunque en el fondo también resulten beneficiados, es natural que no celebren este tipo de premiaciones. Pero hay sectores en la oposición que a su manera siempre intentaron mantener definiciones y planteos sobre derechos humanos y a los que la confrontación política los ha llevado a apartarse. Se guían así por lo secundario y circunstancial, y en cambio relegan lo principal y de fondo.
El reconocimiento del papel de la política en los derechos humanos tendría que permitir un juego de relacionamientos no excluyente ni autoexcluyente entre posiciones distintas que coincidan en ese punto en el que hay menos diferencias que sobre todos los demás. Seguramente hubo muchos más que en su fuero interno tuvieron ganas de festejar el premio a las Abuelas y no lo hicieron porque ya lo estaba haciendo el kirchnerismo.

Página12

jueves, 15 de septiembre de 2011

“Los diarios no recibían a Abuelas”

Robert Cox dio su testimonio en el juicio por el robo de bebés


El ex director del Buenos Aires Herald durante los primeros años de la dictadura detalló cómo gran parte de la prensa guardaba silencio a pesar de saber sobre secuestros y desapariciones. Cox se fue del país en el ’79, después de un día de secuestro.

Por Alejandra Dandan
 
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“Lo que más importaba era tratar de romper el silencio sobre el país”, dijo Robert Cox.
A esta altura es conocido el rol del Buenos Aires Herald durante la dictadura, la decisión de publicar el nombre de los de-saparecidos para romper el cerco informativo sobre Argentina. Convocado por el Tribunal Oral Federal 6 a la audiencia del plan sistemático de robo de bebés, el director del diario de aquella época Robert Cox habló esta vez del “pacto de caballeros” de los grandes medios con la dictadura. Un pacto formalizado de alguna manera a partir de lo que aparece como un encuentro de los directivos con Albano Harguindeguy, entonces ministro del Interior, un encuentro al que no lo convocaron. Cox habló. Explicó. Hizo silencio. Buscó las formas de decir algunas cosas y avanzó: “Directivos de otros diarios con los que traté de tomar contacto, pero desafortunadamente no pude, pero hubo una decisión de... –y dijo–: no es grato hablar de otros colegas, todavía es muy difícil llegar a una conclusión, pero realmente como hubo muchos años de dictadura, los grandes diarios estaban acostumbrados a cumplir las órdenes de los dictadores y hubo una autocensura que era más de casi complicidad con los militares”.
Cox avanzó lentamente, apuntalado por alguna pregunta del fiscal Martín Niklison y alguna pregunta específica de los jueces María del Carmen Roqueta, Julio Panelo y Domingo Altieri. “Era muy difícil de entender”, siguió. “Porque era solamente cuestión de publicar, de recibir a las Madres o Abuelas, pero los diarios no las recibieron.” En ese mismo momento habló de un colega suyo de la BBC que venía de la Unión Soviética y se entrevistó con uno de los hombres de jerarquía del diario La Nación. En ese contexto, le preguntó por qué no publicaban lo que estaba pasando. Y la persona, de la que se escuchó el nombre en la audiencia, le respondió: “Bueno, nuestros lectores no tienen interés en eso”.
Cox dejó el país a fines de 1979, después de un secuestro de un día en la Superintendencia de Seguridad, donde encontró una pared pintada con una gran esvástica, nombres escritos en las celdas y la certeza de lo que estaba pasando. Emilio Massera le había dicho ya que no publicara más su nombre porque iba a terminar “adentro”, pero cuando las amenazas cercaron a su familia tomó la decisión de irse del país. Ahora vuelve a Buenos Aires cuatro meses al año. En aquel momento, además de dirigir The Buenos Aires Herald o poner en contacto a las Abuelas y las Madres con corresponsales extranjeros escribía en otros diarios de afuera, entre ellos The Washington Post. En uno de los artículos intentó explicar lo que pasaba “porque lo que más importaba era tratar de romper el silencio sobre el país”, dijo. El artículo tenía dos objetivos: “Uno, dar cuenta del acuerdo de caballeros de los diarios más importantes de no publicar lo que estaba pasando en Argentina y otro, decir que la llamada ‘revolución de terciopelo’ no era así porque la gente estaba de-sapareciendo: era un esfuerzo mío para poder dar cuenta de lo que pasaba en Argentina”.
Cox llegó a la audiencia a pedido de fiscalía y querellas. Delia Gionvanola de Califano lo nombró semanas atrás en su propia declaración. Dijo que alguna vez en la redacción del diario Cox le contó que en los ministerios había listas de personas que estaban en lista de espera para quedarse con los hijos de los desaparecidos. Cuando se lo preguntaron Cox no lo recordó. Habló, sin embargo, de las mujeres que buscaban a sus nietos ya nacidos y desaparecidos, a quienes los militares habían secuestrado con sus padres. Mencionó el nombre de María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani, recordó el caso del matrimonio uruguayo Zaffaroni Islas, del abuelo Schroeder y la nieta del poeta Juan Gelman. Sobre los Schroeder dijo que hicieron una campaña para salvar la vida de los nietos, “como periodistas en tiempos de normalidad, pero no eran circunstancias normales”. También habló de la publicación de la foto de Clara Anahí, la nieta de Chicha. “Y seguimos con las Abuelas porque ellas hacían desde el principio algo muy importante. Yo hacía dos cosas –explicó–: alertar al pueblo que existía una asociación de los abuelos en los editoriales y poniendo a ellas en contacto con los corresponsales extranjeros. Y cuando era posible publicar noticias con notas sobre desapariciones en las que hubo chicos involucrados. Lo más importante en ese momento era saber dónde estaban los desaparecidos, dónde estaban.”
Cuando le preguntaron por las embarazadas, no lo sabía: “Creo que posiblemente yo no sabía de eso hasta que estuve en el exilio, pero era imposible pensarlo, inconcebible realmente”. Estando más tarde en Brasil un diplomático le dijo que lo que pasaba en Argentina “no es para tanto porque hemos tenido dictadores en América latina, pero lo que no puedo entender es el caso de los chicos”. El diplomático “hablaba así”, dijo Cox. “Y me toma mucho, hasta hoy, pensar que hubo gente capaz de dejar a una mujer dar a luz un bebé y después matar a la madre. Casi no puedo concebirlo, obviamente, yo no lo sabía.”
El 24 de marzo de 1976, Cox ya era director del diario. En ese momento llegó una orden del gobierno militar con las instrucciones acerca de cómo cubrir las noticias. “Al principio no había nada escrito, llamaron por teléfono”, explicó. Les dijeron que en el futuro no podían publicar noticias sobre ataques o hallazgos de cuerpos sin información oficial. Cox entendió aquello como censura. Un periodista se fue a Casa de Gobierno. “Volvió con un papel sin firma, ni nada, diciendo más o menos que no se podía publicar información sobre la violencia, sobre lo que estaba pasando, nosotros estuvimos publicando lo que pasaba cuando era posible y para tratar de confrontar los datos pedíamos en ese entonces los hábeas corpus, pensando que se podía decir que era información oficial.”
A medida que avanzaban las preguntas, el periodista que tiene 80 años recordó las reuniones con los jefes de la dictadura. Harguindeguy, dos encuentros con Videla y con Massera. Habló de los enfrentamientos entre Marina y Ejército. Dijo que Massera siempre “trató de seducirnos”. “Videla era un hombre nervioso, Massera era un hombre del mal.”
Uno de los encuentros con Harguindeguy le permitió volver a hablar sobre el cerco de noticias. El ex ministro le pregunta si sabía de la ESMA. Para entonces, ya se había escapado Jaime Dri del centro clandestino de la Marina. La información circulaba entre algunos periodistas. Harguindeguy lo indagó como si él mismo no supiera nada. “Pero obviamente sabía perfectamente bien cómo era la ESMA”, dijo. “También eso era una de las cosas que no estaban saliendo en los diarios y eso explica lo que pasó: porque cuando la gente puede ver y en ese entonces la gente veía lo que pasaba en la calle, pero cuando no sale nada, con alguna honrosa excepción, en radios, televisión, la gente no tiene que afrontar la realidad y puede evitarla porque no hay nada escrito. O hecho por los medios de comunicación.”

Página12

De escépticos a cínicos


Por Emir Sader *
 
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El escepticismo parece un buen refugio en tiempos en que ya se decretó el fin de las utopías, el fin del socialismo e incluso el fin de la historia. Es más cómodo decir que no se cree en nada, que todo es igual, que nada merece la pena. El socialismo habría devenido en tiranía, la política en corrupción, los ideales en intereses.
La naturaleza humana sería esencialmente mala: egoísta, violenta, propensa a la corrupción.
En ese escenario, sólo restaría no creer en nada, por lo que es indispensable descalificar todo, adherir al cambalache: nada es mejor, todo es igual. Ejercer el escepticismo significa tratar de afirmar que ninguna alternativa es posible, ninguna tiene credibilidad. Unas son pésimas, otras imposibles. Algunos medios, como ya fue dicho, son máquinas de destruir reputaciones. Porque si alguien es respetable, si alguna alternativa demuestra que puede conquistar apoyos y protagonizar procesos de mejoría efectiva de la realidad, el escepticismo no se justificaría.
En realidad, el escepticismo se revela, rápidamente, en la realidad, ser un cinismo, tanto el uno como el otro, una justificación para la inercia, para dejar que todo continúe como está. Aún más que el escepticismo-cinismo está al servicio de los poderes dominantes, que acostumbran emplear a esos otavi-nhos (1) dándoles espacio y empleo.
Su discurso es que el mundo está cada vez peor, al borde de la catástrofe ecológica –todo se desmorona– y otros cataclismos. Promueven esa visión pesimista, incitan al escepticismo y a sumarse a la inercia, que permite que los poderosos sigan dominando, los explotadores sigan explotando, los engañadores –como ellos– sigan engañando.
Por más que digan que todo está peor, que el siglo pasado fue un horror –como si el mundo estuviera mejor en el siglo XIX–, que nada merece la pena, no pueden analizar la realidad en concreto. Para no ir más lejos, basta contemplar América latina, tema sobre el cual la ignorancia de esa gente es especialmente acentuada. Imposible no considerar que el siglo XX fue el más importante de su historia, el primero en que la región comenzó a ser protagonista de su historia. De economías agroexportadoras se avanzó a economías industrializadas en varios países, a la urbanización, a la construcción de sistemas públicos de educación y de salud, al desarrollo del movimiento obrero y de los derechos de los trabajadores.
Pero bastaría concentrarnos en el período reciente, en el mundo actual, para darnos cuenta de que las sociedades latinoamericanas –el continente más desigual del mundo– o por lo menos la mayoría de ellas, avanzaron mucho en la superación de las desigualdades y de la miseria. Aún más en contraste con los países del centro del capitalismo, referencia central para los escéptico-cínicos, que giran en falso en torno de políticas que América latina ya superó.
Las poblaciones de Venezuela, Bolivia, Ecuador, están viviendo mejor que antes de los gobiernos de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. La Argentina de los Kirchner está mejor que la de Menem. El Brasil de Lula y de Dilma está mejor que el de Fernando Henrique Cardoso.
Pero el escepticismo-cinismo desconoce la realidad concreta, no conoce la historia. Es pura ideología, estado de ánimo, que da cabida a los poderosos, partido que escogieron, al optar por dejar el mundo como está.
Trata de difundir sentimientos de angustia frente a los problemas del mundo, pero es sólo un cebo para transmitir mejor su compromiso para que el mundo no cambie, continúe igual. Incluso porque la vida está bien buena para ellos que comen de la mano de los ricos y poderosos.
Ser optimista no es desconocer los graves problemas de todo orden que vive el mundo, no porque la naturaleza humana sea mala por esencia, sino porque vivimos en un sistema centrado en el lucro y no en las necesidades humanas: el capitalismo, en su fase neoliberal. Desconocer las raíces históricas de los problemas, no comprender que es un sistema construido históricamente y que, por lo tanto, puede ser desconstruido, que tuvo un comienzo, tiene un punto medio y puede tener un final. Que la historia humana es siempre un proceso abierto a alternativas y que triunfan aquellas que logran superar ese escepticismo-cinismo que lleva agua a su molino para dejar todo como está, apuntando a la acción consciente, organizada, solidaria de los hombres y mujeres concretamente existentes.
(1) Brasil, personajes típicos del neoliberalismo que promueven el desencanto de la izquierda para intentar imponer la idea del tango “Cambalache”: Nada es mejor, nada todo es igual.
* Sociólogo. Secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso).

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martes, 13 de septiembre de 2011

domingo, 11 de septiembre de 2011

Campaña sucia contra Filmus: así se engañó a millones de porteños

Detrás de los globos de colores, la verdad del expediente






El juez Lijo secuestró contratos, órdenes de pago y facturas que unen comercial y políticamente a las firmas involucradas con el macrismo. Qué fue la “Campaña Telefónica 2011”. Cómo se diseñó. Por qué Rodríguez Larreta mintió a la prensa.
  En plena campaña electoral porteña, Daniel Filmus denunció que había sido víctima de una campaña sucia diseñada desde las sombras por Jaime Durán Barba, suerte de monje negro de Mauricio Macri, que vinculaba a su padre, supuesto arquitecto, con el escándalo Schoklender, algo que era completamente falso. El operativo montado utilizó un novedoso sistema de márketing telefónico, que diseminó en formato de encuesta el dato envenenado en millones de hogares, justo cuando la ciudadanía debía ejercer su derecho a voto. Es casi imposible cuantificar el daño que provocó esta propaganda negativa en las chances de Filmus y sería exagerado atribuirle la holgada victoria macrista a su eficacia, que también se explica por razones de estricto índole distrital y el blindaje mediático, tanto como por las falencias en la propia campaña del Frente para la Victoria. Pero es indudable que mientras Macri anulaba todo tipo de debate con sus globos multicolores, el golpe bajo perturbó a su oponente kirchnerista, que malgastó buena parte del tiempo en aclarar que su papá, de 88 años, se gana la vida vendiendo telas en el Once y no había terminado siquiera sus estudios. Hay cuatro puntos del libro El Arte de Ganar, de Jaime Durán Barba, que conviene releer a la distancia para comprender a qué se enfrentó Filmus, en julio pasado:
* “Si un adversario no es capaz de dominar sus emociones, la forma del ataque debe herir un punto sensible de su biografía, para que actúe de la manera más irracional posible.”
* “Si menciona que no puede dejar de responder cuando ‘su honor está en juego’ y cree que es preferible perder las elecciones que guardar silencio frente a un ataque que lo afecta en determinada área, ya sabe dónde golpear.”
* “Tómele la palabra. Hiera su honor con el ataque, incítelo a gastar todo su dinero amplificando el tema y gánele la elección.”
* “Lo grave para él es que cuando usted triunfe, la gente creerá que la acusación fue cierta. Es la lógica cruel de la política: los que ganan tienen la razón y escriben la historia.”
Macri ganó en primera vuelta por el 47% y también el ballottage, por el 64,2% de los votos, pero olvidar el tema sería consumar el sueño final de Durán Barba. Esto fue grave: la sociedad porteña fue víctima de una sofisticada operación cuyo objetivo fue manipular su voluntad electoral. Mientras algunos trabajan para sepultar los hechos y otro tanto los justifican como picardía, el juez federal Ariel Lijo sigue investigando en profundidad. A casi un mes y medio de la denuncia, el expediente reúne facturas, contratos y grabaciones que ayudan a entender cómo Durán Barba (representado por Guillermo Garat), Horacio Rodríguez Larreta y el PRO urdieron la maniobra, que fue solventada con fondos públicos. De la documentación surge que tanto Tag Continental, Connectic SRL, Opinión Confidencial SRL, Call and Contact Center SRL, Urban Brokers SRL y Artificialmente Real Imagen, entre otras empresas que Rodríguez Larreta dijo desconocer en conferencia de prensa, son proveedoras habituales del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y que la red de “falsas encuestas” montada tenía una intencionalidad política: asociar a los candidatos del kirchnerismo a escándalos reales o inexistentes.
Según obra en la causa 2661/11, en el domicilio fiscal de Connectic y Tag Continental, Talcahuano 446, piso 3, Dpto “B”, empresas donde el alter ego de Durán Barba, Guillermo Garat, figura como socio, fue secuestrado un informe titulado “Campaña telefónica 2011”. En él se detallan los objetivos del PRO: “Potenciar nuestro voto duro, endurecer nuestro voto blando, atraer nuevo voto posible, dividir los votos difíciles e imposibles entre los contendientes”; y también el universo al que debían dirigir sus esfuerzos: “550 mil hogares identificados, 1,3 millón de hogares con líneas telefónicas y 1 millón de celulares (base a comprar).” En su última página, se identifica cada target o grupo a abordar: “Se diseñará una táctica específica para cumplir con el objetivo del segmento; cada táctica por micro-target contará con 3 mensajes específicamente desarrollados.”
En recuadro aparte, están los mensajes de las encuestas truchas registrados en grabaciones también secuestradas durante el allanamiento. La campaña sucia tenía como objetivo central a Daniel Filmus, y en los mensajes se introducían datos falsos, inexactos y valoraciones rayanas con la discriminación que incluían menciones a Hugo Moyano, María Rachid o Pitu Salvatierra.
También en ese domicilio, Lijo secuestró una propuesta comercial de Tag Continental para la provisión de equipos y servicios al Ministerio de Educación porteño por un valor de $ 573 mil, tarjetas de funcionarios del PRO, acreditaciones varias de pagos del Tesoro del Gobierno de la Ciudad y solicitudes de la Jefatura de Gabinete de Rodríguez Larreta, entre ellas una orden de compra a Connectic por $ 200 mil para “seguimiento y apoyo de gestión por medio telefónico”, y corresponde a la emisión de 900 mil mensajes telefónicos; talonarios de recibos y notas de créditos de Connectic y Tag Continental emitidos hacia Alianza PRO, Fundación Nueva Gestión, Dirección General de Tesorería de GCBA, Fundación Creer y Crecer y facturas emitidas a favor del Ministerio de Ambiente y Espacio Público. Pero el requirente y mejor pagador, siempre, es la Jefatura de Gabinete de Rodríguez Larreta: hay una factura por $ 130 mil del 20 de mayo y otra, del 7 de junio, donde por $ 135 mil la Tag de Guillermo Garat proveyó “servicio de promoción y difusión, traslados, vestuarios, utilería, iluminación y materiales escénicos, afiches, flyers y globos”. Sí, los famosos globos de colores.
A veces Tag, a veces Connectic, o cualquiera de las otras firmas, aparecen facturando a todas las dependencias del GCBA, desde 2009 hasta junio de 2011, en campañas de difusión como la del Metrobús o por la provisión de “Sistemas de llamadas Automáticas” de las más variadas. Las empresas de Garat y Durán Barba son beneficiarias de decenas de adjudicaciones directas y licitaciones oficiales, como de trabajos encargados por el PRO de Mauricio Macri. Los papeles y documentos en poder de la justicia así lo acreditan.
Va a resultarle difícil a Rodríguez Larreta –y a casi todo el Gabinete porteño– explicarle al juez Lijo que no las conocía. También a Durán Barba se le va a complicar si pretende desconocer sus vínculos con Garat, el hombre clave que une todas las sociedades comerciales y tecnológicas detrás de la campaña sucia. 
Durán Barba cree que los que ganan tienen la razón y escriben la historia. Así lo dejó asentado en su libro.
Ignora la mano derecha de Macri que una cosa es escribir la historia y otra es pretender que esta se arrodille ante la mentira.  
TIEMPO ARGENTINO

domingo, 4 de septiembre de 2011

Mensajes de amor y de muerte

UNA CARTA ENCONTRADA EN LA CASA DE UN REPRESOR SIRVE DE PRUEBA DEL PLAN SISTEMATICO DE APROPIACION DE NIÑOS

La nota que se intercambiaron los apropiadores de Catalina de Sanctis Ovando habla de una asignación previa de los bebés y demuestra que el Movimiento Familiar Cristiano sabía de dónde venían los niños. Como contracara, la joven también conserva un texto que su madre biológica envió a sus padres en el que pedía “quiéranme en mi hija”.

Por Irina Hauser
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Catalina de Sanctis Ovando nació en la maternidad clandestina que funcionó en el Hospital Militar de Campo de Mayo.
Cuando era chiquita, Catalina se miraba al espejo y se llamaba a sí misma “cara de nada”. Hacía muecas a ver si algo cambiaba. “Cara de nada”, repetía. Quería decir que no se parecía a nadie, que sentía un vacío gigante y una distancia abismal respecto de quienes la criaban. Como muchos hijos de desaparecidos arrancados de los brazos de sus padres en la última dictadura, ella pasó la mayor parte de su vida con la convicción secreta de no ser la persona que le decían que era. Pero optaba por no indagar demasiado, mirar hacia adelante, o no mirar, y encerrarse en su cuarto. Aun el día que entendió todo al ver un aviso de Abuelas de Plaza de Mayo en la televisión, decidió seguir como hasta entonces. Varios años después, cuando la Justicia obtuvo indicios de que podía ser una nieta apropiada se escapó hasta Paraguay para evitar que analizaran su ADN. Protegía a sus apropiadores o –mejor dicho– tenía miedo de ellos, sobre todo de él, Carlos Hidalgo Garzón, un mayor retirado que trabajó en inteligencia del Ejército. La historia de Catalina de Sanctis Ovando está atravesada por todas esas contradicciones y por una prueba fundamental escrita en un papel, que al final la llevó a “abrir los ojos” y asimilar su historia: una carta de su apropiadora, que daría cuenta de que alrededor de los nacimientos en Campo de Mayo funcionaba una maquinaria para el robo de los bebés de las mujeres secuestradas, en la que además el Movimiento Familiar Cristiano tuvo un papel influyente en la selección de los niños y su asignación a determinadas personas.
María Francisca Morilla, la apropiadora, había escrito la carta a mano y la dirigía a su esposo, asignado en Tucumán. Lo llamaba por un nombre falso, pero con sus mismas iniciales (Carlos Helguera Gonçalves). Sobre el final decía textual: “Vino la asistente del Movimiento y quedó encantada con el departamento. Conversamos mucho y me explicó que ella hace siete años que está en el Movimiento y nunca vio que entregaran niños con problemas de salud o malformaciones, que son muy sanitos y que a ella le llamaba la atención lo normal que son esos partos. Luego te contaré en detalle la conversación”. El encabezado tiene fecha del 7 abril de 1977, que coincide con la del secuestro de la mamá de Catalina, Miryam Ovando, quien fue vista por última vez unos días antes, cuando estaba embarazada aproximadamente de seis meses. Uno de “esos partos” en la maternidad de Campo de Mayo fue el suyo.
Catalina encontró la carta mientras revolvía entre cosas viejas en la casa donde que habían vivido sus apropiadores. No hacía mucho que había recuperado su identidad. En ese momento estaba con Rodrigo, su pareja. “El se puso como loco, la veía como algo de gran valor, y para mí era una pavada. Me parecía que podía tener muchas interpretaciones. Mi apropiadora me había hablado alguna vez, al reconocer que yo no era su hija, de que habían estado en lista de espera del Movimiento para adoptar. Así lo decía. Cuando entendí qué era esa lista de reparto de bebés y que yo había formado parte de ella me dio mucha impresión, me pareció perverso”, cuenta Catalina a Página/12.
La carta quedó en un armario y fue hallada después por la Justicia durante un allanamiento. Los abogados de Abuelas de Plaza de Mayo pidieron esta semana en el juicio sobre apropiación de hijos de desaparecidos que sustancia el Tribunal Oral Federal 6 (TOF6) que sea incorporada como una prueba clave de la existencia de un plan sistemático de apropiación de niños (ver aparte), donde el Movimiento Familiar Cristiano los ofrecía en adopción, para dar apariencia de legalidad a las entregas. También ofrecieron la declaración testimonial de Catalina. Todo está a consideración de los jueces.

“Quiéranme en mi hija”

Desde hace algunos meses que Catalina lleva en su cartera otra carta, la contracara de aquella de su apropiadora. La que la llevó a reencontrarse con su identidad. Es una carta que escribió su mamá estando en cautiverio poco después de que ella naciera, dirigida a sus padres y a su hermano. Les cuenta lo “hermoso y terriblemente triste a la vez” que es “después de tanto tiempo tener la posibilidad de encontrarme frente a un papel y poder escribir, hablar, sentir”. Les dice en una parte que “estén todo lo tranquilos que puedan. Cuiden y quieran mucho a la nena (creo que está con ustedes, por supuesto), ojalá sea ella quien reciba todo de ustedes ahora (...) hay que tener fe y por sobre todas las cosas, saber que conservamos lo más importante: La vida. Los quiero mucho como siempre, más que siempre. Recuérdenme y quiéranme en mi hija, ella es quien sin saberlo lleva en sus venitas la sangre que yo llevo y quien más cerca de mí estuvo durante todo este tiempo. La extraño, la necesito”.
Miryam tenía 21 años cuando fue secuestrada. Estudiaba psicología en la Universidad de Rosario y militaba en la Juventud Peronista, igual que su esposo, Raúl René de Sanctis, que era estudiante de antropología. A él se lo llevaron en mayo de 1977. Se habían mudado a Buenos Aires, a una casa en Virreyes meses antes, y siguen desaparecidos. En el libro de partos del Hospital Militar de Campo de Mayo aparece el nombre de la apropiadora de Catalina como si hubiera dado a luz por cesárea el 17 de agosto de ese año a las cinco de la tarde. Pero unos pocos renglones más arriba dice “Ovando”, la palabra cesárea tachada y cambiada por “legrado” y la referencia de que habían removido un “feto sin vida de 45 días” a las 10.10 de la mañana. La fecha: 11 de agosto.
Catalina no fue entregada a su familia biológica, sino a sus apropiadores a poco de nacer. Tiene recuerdos borrosos de su infancia, itinerante según la provincia a la que asignaran a su apropiador. Cree haber sido “bastante payasa” de chica, por lo que vio en sus fotos. De los seis o siete años en adelante recuerda una vida más triste, en Capital Federal, en la que se percibía diferente de todas sus compañeras de la Escuela Santa Ana y distinta de quienes creía sus padres, que la llamaban María Carolina (Hidalgo Garzón). “Un día, subiendo en el ascensor, me miré en el espejo y le dije a mi apropiadora que no me veía cara de nada. Tendría siete u ocho años. Ella decía que era parecida a su padre y al hijo del hermano de mi apropiador. Siempre buscando excusas, siempre mintiendo, como cuando decía que era psicopedagoga. Toda la vida me mintió con su edad”, reprocha Catalina. “En la secundaria me di cuenta de que no había fotos de ella embarazada; ¿qué me dijo? Que no se usaba y que tenía temor porque había perdido varios embarazos”, añade. “Las cosas estaban más que claras, sólo que yo no quería ver”, confiesa.
–¿Y cómo fue que supiste la verdad? ¿Cuando te citó la Justicia o antes? –le preguntó Página/12.
–Mucho antes. Estaba empezando a estudiar Bellas Artes en la facultad y un día veo que pasan una publicidad de Abuelas en la tele. Ahí toda la nebulosa que tenía cobró forma. Justo por esa época, además, venía pensando que no sabía si había soñado, o si tenía una fantasía o era un verdadero recuerdo, que me habían dicho alguna vez que era adoptada. Tomé coraje y le pregunté a mi apropiadora: “Yo soy hija de desaparecidos, ¿no?”. Llorando me dijo que sí, pero que ella me había curado el ombligo y mis padres habían muerto en un enfrentamiento, y que las familias no querían saber nada con los hijos de sus parientes detenidos, y que las Abuelas de Plaza de Mayo mentían y arrancaban a los hijos de sus familias, que por eso ella no me había contado la verdad. Me advirtió que si yo contaba algo ellos iban a ir presos.
Catalina recuerda que se llenó de más miedo. Su apropiador, a quien describe como “alcohólico”, se volvió “más agresivo” de lo habitual. Su apropiadora, “más depresiva”. “En casa había un ambiente muy violento e inestable”, dice. A medida que ella iba armando el rompecabezas, Hidalgo Garzón –que ahora tiene arresto domiciliario por su actuación en el centro clandestino La Cacha– la empezó a tratar de “subversiva”. Le decía “pacifista” y le llegó a escribir una carta en la que la trataba de “desagradecida” porque “la sangre criminal tira”.

Verdad y locura

Las primeras denuncias de que Catalina podía ser apropiada llegaron a Abuelas en el año 2000. Alguien que conocía a la familia dio los datos y las sospechas. En 2007, un nieto recuperado –Manuel Gonçalves– la fue a ver a la salida del profesorado de Educación Física, donde estudiaba tras abandonar Bellas Artes. “Me explicó que había un proceso judicial en marcha y que contara con ellos. Yo salí corriendo”, relata. Ese mismo año la citó el juez federal Ariel Lijo, le explicó que podía ser hija de desaparecidos y le pidió una muestra de sangre. “Quedamos en venir una fecha. Pero no me localizaron más porque me fui”, dice. Huyó con su pareja, Rodrigo, en una camioneta donde subieron hasta los tres gatos de ella. Pararon en Corrientes y luego siguieron hacia Paraguay, donde tenían expectativas de quedarse a vivir en un lugar llamado San Bernardino. “Llegamos, llovía, no había nadie, nos habían pedido coima por pasar una luz amarilla, teníamos pánico por haber cruzado la frontera sin registrarnos. Así que volvimos y terminamos en San Luis, donde vive la familia de Rodri, que nos prestó una quinta. Ahí me hicieron el allanamiento. Se llevaron mi ropa para sacar ADN”, suspira.
–¿Por qué te escapaste?
–No quería dar sangre o material genético en forma voluntaria. Sentía culpa con mis apropiadores, a quienes aún llamaba mamá y papá. No quería que por mi culpa fueran presos. Era algo infantil, tenía el fantasma que me habían inculcado de que las Abuelas eran malas. Les tenía miedo, a veces hasta odio. Pero después del allanamiento tuve cierto alivio. Ya está, pasó lo que tenía que pasar. Y volvimos a Buenos Aires. Mientras estaban en proceso los estudios genéticos, Rodrigo se puso a buscar información por Internet y a través de Abuelas para deducir quiénes podían haber sido mis padres. Hasta trataba de sacarle datos a Hidalgo Garzón. Catalina habla de (su ahora) marido con admiración: “Le mostró unas páginas de Abuelas y le preguntó si sabía quién era mi mamá. Y efectivamente él le señaló el nombre correcto. Le contó que un día después de ir a buscarme en el Ford Falcon a Campo de Mayo, llamó preguntando si habían ‘volado el paquete’, o sea a mi mamá. Dijo que el médico que me había entregado fue (el apropiador) Norberto Bianco”.
En septiembre de 2008 el juez Lijo citó a Catalina. Se dirigió a ella como “Laura Catalina”, su nombre completo y auténtico. Ella se enojó mucho. “Es el nombre que te puso tu mamá”, le dijo él. “En ese momento me dieron la carta que ella había escrito en cautiverio. Yo ni creía que fuera de ella. Me dieron unas fotos horribles, viejas y borrosas. Mi primera impresión fue no creer el resultado”, asegura. También fue notificada su familia biológica, pero Catalina no quiso conocerlos por entonces.
Sus apropiadores fueron citados a indagatoria y se descompensaron. “Quedé atrapada, teniendo que hacerme cargo de ellos”, se queja. Hidalgo Garzón se hizo pasar por loco y en el ínterin insultaba a Catalina a través de una página web. Lo mismo hacía con el juez. A mediados de 2010 una junta de médicos forenses concluyó que intentaba mostrarse más deteriorado de lo que estaba. El y su mujer fueron procesados y recientemente enviados a juicio oral. El vive en un geriátrico, ella con un pariente.

Familia

Catalina decidió que no quería verlos más recién en la segunda mitad del año pasado. Fue después de que se animó a contactar a su familia biológica, casi todos de Rosario. Osqui, primo hermano de su papá, le mandó un montón de fotos por e-mail.
Dos semanas después se fue para allá. Conoció también a Fabián, el hermano de su mamá. Y se quedó muy impactada al ver a otro primo de su papá, Javier. “¡Me vi igual a él!”, exclama. Esa primera vez fueron a comer a una parrilla de “el inglés”, un compañero de rugby de su papá. Y conoció a las parejas de todos, y los hijos, y encontró una familia enorme, a la que ahora visita cada dos por tres. Para el 11 de agosto le hicieron un cumpleaños sorpresa. La llenaron de fotos de sus padres, que lleva consigo a todas partes. Son fotos en las que ahora por fin se reconoce a sí misma. La emociona tanto como saber que su mamá “hacía gimnasia deportiva y yo acrobática”, “mi papá estudiaba para ser antropólogo, algo que me hubiera gustado a mí”. “Uno es una suma del ambiente y lo genético, yo siempre me sentí diferente de mis apropiadores; lo genético fue más fuerte”, celebra. El paso que faltaba lo dio en marzo cuando les mandó un mail a sus seres queridos que decía en letras de color violeta: “Familia, amigos, les escribo desde esta nueva dirección de correo electrónico con éste, mi nombre... a ver si nos vamos acostumbrando... ¡ustedes y yo! ¡Los quiero mucho y los extraño! Besitos y abrazos. ¡Catalina!”. Al final de la entrevista, le salió una frase del alma: “Ahora puedo vivir con alegría”.


La carta que Myriam Ovando les escribió a sus padres mientras estaba secuestrada: “Cuiden y quieran mucho a la nena (creo que está con ustedes, por supuesto), ojalá sea ella quien reciba todo de ustedes ahora (...) hay que tener fe, y por sobre todas las cosas, saber que conservamos lo más importante: La vida. Los quiero mucho como siempre, más que siempre. Recuérdenme y quiéranme en mi hija, ella es quien sin saberlo lleva en sus venitas la sangre que yo llevo y quien más cerca de mí estuvo durante todo este tiempo”.



La carta que la apropiadora le envió a su marido, Carlos Hidalgo Garzón: “Vino la asistente del Movimiento y quedó encantada con el departamento. Conversamos mucho y me explicó que ella hace siete años que está en el Movimiento y nunca vio que entregaran niños con problemas de salud o malformaciones, que son muy sanitos y que a ella le llamaba la atención lo normal que son esos partos”.

Página12

sábado, 3 de septiembre de 2011

La disputa por el sentido y el 14 de agosto

Por Ricardo Forster





Pocas, por no decir escasísimas, son las sociedades que han logrado abrir la caja de Pandora de los medios de comunicación desplegando un debate público y transversal formidable que marca un antes y un después en la historia política, cultural y comunicacional del país. Desde hace décadas, eso es más que evidente para cualquier observador, que los fenómenos mediáticos asociados a la industria del espectáculo y la información son temas de análisis académicos y teóricos (allí, por lo tanto, no se encontraría la novedad argentina). Lo original, lo inusual y aquello que marcó la diferencia fue que saliendo de ámbitos reducidos propios del mundo universitario y de congresos para especialistas, lo que se desplegó entre nosotros fue un debate que atravesó a la sociedad, que la convocó y la conmovió desbordando los límites infranqueables y haciendo saltar los mecanismos del prejuicio y develando lo que permanecía velado para la mayoría y como estructura del secreto celosamente resguardada por el poder corporativo. Y eso fue posible porque se dio en el espacio público y en el interior de una extraordinaria coyuntura política que habilitó un conflicto recreador de la vida democrática.

Lo que antes se circunscribía a ámbitos acotados y bajo la regla, casi siempre, de los lenguajes académicos poco accesibles para el gran público y por lo general alejados de la controversia política, se trasladó a otro escenario en el que se entremezclaron distintos lenguajes y diferentes experiencias como nunca se había logrado ni probablemente intentado previamente. Todo se puso en discusión: la estructura monopólica, la carencia de independencia y de objetividad, la falta de circulación igualitaria de las palabras y las imágenes, los intereses económicos puestos en juego, la asociación entre medios de comunicación concentrados y giro neoliberal, la manipulación de las audiencias y la construcción sistemática de sentido común y de opinión pública. Simplemente cayeron los mitos de la autonomía periodística y se abrió esa fortaleza inexpugnable desde la que se ha buscado y se sigue buscando fijar las grandes líneas políticas del país. Y eso se hizo respetando el estado de derecho, el juego democrático y dándoles participación a los excluidos de la comunicación y a los que suelen permanecer invisibles.

Se trató, por lo tanto, de un conflicto cultural-político de amplias dimensiones que logró horadar el grueso muro de autoprotección y de silencios destacando la significación de ese tipo de disputa en la puja por la hegemonía cultural en un momento clave de la historia argentina. Quedará como un notable acierto del kirchnerismo y de quienes desde la esfera cultural se comprometieron con la defensa del Gobierno en medio de la ofensiva agromediática, haberse atrevido a dar esa pelea que, a priori, parecía imposible de ser ganada tomando en cuenta la envergadura del adversario. Haber comprendido el contenido y el sentido de esa disputa y haberse empeñado a fondo eludiendo las componendas y las resignaciones tan al uso de la mayor parte de las fuerzas políticas a lo largo de las últimas décadas, acabó por otorgarle una dimensión que enlazó lo épico con lo político, lo oculto con lo visible y lo que parecía inabordable con el trabajo sistemático de desmontaje de la máquina mediática. El kirchnerismo transitó, de un modo inesperado, por el territorio vedado de los grandes medios de comunicación abriendo, de ese modo, una profunda brecha en el interior de un dispositivo que parecía intocable. De ahí en más todo texto periodístico sería traducido de acuerdo a la lógica desplegada por el conflicto, es decir, se quebraba la lectura acrítica e inocente y se inauguraba, bajo nuevas condiciones, el tiempo del cuestionamiento y el desenmascaramiento. Por eso, hoy, le resulta tan difícil a la corporación mediática imponer, como verdades indiscutibles, sus operaciones políticas. Sirva esta introducción, creo que necesaria, para abordar lo que me propongo discutir en este artículo insistiendo, una vez más, con la dimensión de batalla contracultural que adquirió, a partir del conflicto por la 125, la disputa por el relato, uno de cuyos ejes ha sido el de la controversia comunicacional. Destacando, a su vez, que el resultado del 14 de agosto no puede ser reducido, como se lo quiere hacer, a la bonanza económica y a los altos índices de consumo. Alguna importancia debe haber tenido, estimado lector, esta larga disputa cultural política que fue cambiando la hegemonía del decir y de su aceptación social.

Cuando poco y nada queda por cuestionar lo que emerge, una y otra vez, es la ya conocida y gastada estrategia de reducir la política a fraude o corrupción. Cuando las fuerzas mancomunadas de la oposición no saben de qué modo salir del estupor que todavía las invade desde la noche del 14 de agosto, es la corporación mediática la que sale a dibujar la estrategia para intentar, con desesperación elocuente, debilitar a un gobierno que se encamina a paso seguro a revalidar su legitimidad en las elecciones de octubre. Algunos intentan esgrimir una vez más el fantasma del hegemonismo con la intención de que una parte del electorado se vuelque hacia los partidos minoritarios al menos votando legisladores de la oposición; otros se pasan la factura de los errores y no alcanzan a salir de su propio pantano; los demás, ya resignados, se preparan para futuras batallas que queden allende octubre, imaginando que si este no fue su tiempo lo será un futuro próximo cuando “la crisis mundial golpee sobre nuestra economía y desvanezca el modelo kirchnerista”. Lo que sigue permaneciendo ausente es el debate, en el interior de esas fuerzas políticas, de su propia responsabilidad a la hora de intentar explicar, con algún grado de verosimilitud, las causas de sus fracasos. Hace mucho tiempo que la cooptación de la oposición por la agenda mediática la dejó huérfana de ideas.

Lo cierto es que nunca como en estos días, el ciudadano de a pie pudo contemplar el vacío argumentativo y la falta de propuestas y de cualquier atisbo de seriedad de parte de una oposición que, como dijimos en algún otro artículo, se parece más a una tienda de los milagros que a un conjunto de fuerzas políticas capaces de desplegar posicionamientos acordes con las necesidades de nuestro país. Al propio oficialismo le está faltando una oposición a la altura de las circunstancias capaz de plantearle desafíos políticos e intelectuales que pongan a prueba la consistencia de sus estrategias y de sus objetivos. La pobreza más que franciscana de la oposición degrada la vida democrática, la hace más frágil e inconsistente allí donde le deja a las usinas mediáticas hacerse cargo de “inventar” cada semana algún “escándalo” que pueda dañar a Cristina Fernández de Kirchner.

Mientras sigan siendo las tapas de Clarín o las “sesudas” columnas de opinión de periodistas e intelectuales “independientes” que se despachan a diestra y siniestra desde las páginas de La Nación, las que fijen “la política” de la oposición, el destino de esta última continuará siendo el pantano en el que seguirán hundiéndose inexorablemente. El Gobierno, mientras tanto, seguirá desarrollando una gestión que parece convocar a una mayoría consistente de ciudadanos que ya no comen vidrio y que han podido establecer una relación entre su propia experiencia y lo que efectivamente viene aconteciendo en el país. Pocas veces, como en estos meses, se ha producido una clara puesta en evidencia de lo que ha sido la construcción de un relato de la realidad que se organizó alrededor de la falacia, el fraude informativo y la deslealtad respecto de la propia realidad. Un viejo contrato entre los medios de comunicación, hasta hace poco hegemónicos, y su público ha quedado al borde de la ruptura. Ese contrato exigía, al menos de parte de los medios, un cierto equilibrio, un juego mínimamente verosímil que no arrojara sobre la realidad un manto de ficciones insostenibles. Más allá de los aciertos y errores del Gobierno, ha sido la propia corporación la que, con su intransigencia salvaje y su absoluta carencia de ecuanimidad informativa, ha habilitado la sospecha creciente del ciudadano dispuesto a no dejarse capturar por un relato atravesado por el odio y el prejuicio y sostenido con exclusividad en la defensa de intereses económico-políticos. Atrapados en su propia dinámica, los grandes medios concentrados no pueden cambiar una práctica que los conduce directamente hacia la deslegitimación que, cuando finalmente ocurre, es muy difícil, por no decir imposible, de remontar.

Todos, sin excepción, siguen azorados porque tanto insistir con un relato hecho de críticas despiadadas, de denuncias inconsistentes y nunca comprobadas de corrupción, de profecías incumplidas acerca de catástrofes inminentes, de improvisación gubernamental, de jóvenes “subversivos” copando cargos y afianzándose como ejes de un poder omnipresente y autoritario, de una Argentina “aislada del mundo” y débil para enfrentar los tremendos desafíos de una época de crisis, de pobres más pobres que nunca, de clientelismos desmadrados, de supuestos “vientos de cola” que explican el crecimiento de la economía o de la “utilización oportunista de su condición de viuda” por parte de la Presidenta (alcanzando aquí el paroxismo de la impudicia), etcétera, etcétera, no han producido otra cosa que un efecto boomerang sobre ellos mismos. ¿Quién puede resistir la lectura de diarios que desde la primera hasta la última página sólo despliegan una lógica del terror informativo? ¿Quién puede creerles a quienes sólo se dedican a reproducir hasta el hartazgo operaciones que se deshacen al correr de los días para ser reemplazadas por otras operaciones que esperan el mismo destino?

No se trata de que el Gobierno haya hecho todo bien, eso es algo absurdo e insostenible en el interior de una sociedad y de una realidad compleja y contradictoria en la que nada es sencillo ni lineal. Siempre hay errores, fallas, desvíos, problemas de distinto tipo que son parte de la vida de una sociedad y de las fragilidades propias de la política de cualquier oficialismo (incluso de aquellos gobiernos que pueden ser reconocidos como virtuosos). El kirchnerismo ha atravesado sus propias contradicciones pero lo ha hecho de cara a la sociedad y sin eludir el debate público. Le ha tocado gobernar un tiempo argentino extremadamente difícil, no sólo por las condiciones internas siempre problemáticas sino, también, por las arduas vicisitudes de la economía mundial; pero lo ha hecho con decisión y creatividad sacando al país de una dinámica de decadencia que parecía irrefrenable. Lejos de aceptar esto, la oposición político-mediática prefirió inventarse su propia realidad elevándola a verdad incuestionable. Los resultados del 14 de agosto rompieron en mil pedazos esa estrategia absolutamente inverosímil y terminaron por llevar a las fuerzas opositoras a un callejón sin salida. De muchas cosas se vuelve, menos del ridículo y de la transformación en pellejos vacíos de quienes supuestamente deberían ser portadores de tradiciones políticas y de propuestas efectivas capaces de dirimir con quien hoy fija las condiciones del debate en el interior de nuestra sociedad: el kirchnerismo. Un debate, como se ha dicho, que recuperó el espacio público y la participación ciudadana como una genuina virtud democrática. Y lo hizo resignificando la dimensión política de la controversia cultural multiplicando las voces de todos aquellos que se sintieron convocados para producir un hecho inédito en la historia de nuestro país: la promulgación democrática de una nueva ley de servicios audiovisuales nacida de una multiplicidad de voces que se entrelazaron para hacer inviable la continuidad de la ficción construida impunemente por la corporación mediática. Algunas de las consecuencias de esa ardua disputa por el sentido están a la vista y contribuyeron a la victoria del 14 de agosto. 
 
EL ARGENTINO

viernes, 2 de septiembre de 2011

Tensiones de crecimiento


Por Javier Lewkowicz
 
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“A nosotros nos fue bien así, sigamos con esto. Busquemos la tasa de crecimiento más alta posible, que mejore las condiciones sociales y no desmadre las cuentas fiscales.” Alejandro Robba, subsecretario de Coordinación Económica, aseguró a Página/12 que la intención del Gobierno en un posible próximo período es que la economía siga creciendo fuerte, a diferencia de lo que, ya desde hace varios años, plantea buena parte de la oposición, que opta por “enfriar”. Ro-bba forma parte del grupo de economistas heterodoxos de la “Gran Makro” junto a Santiago Fraschina. Pretenden que las carreras de Economía de distintas universidades incorporen el estudio de la economía kirchnerista, según explicaron. La semana que viene, la agrupación realizará, en Paraná, su segundo congreso.
–Un crecimiento de alrededor del 5 por ciento para 2012 se explicaría, para el Gobierno, a partir de un escenario internacional de incertidumbre. Sin embargo, las exportaciones no son el motor del crecimiento argentino sino que lo es la demanda interna.
–Las exportaciones influyen en la tasa de crecimiento, son una parte importante de la demanda agregada. Si se caen, pueden generar una baja en el avance del PIB. También la evolución de las exportaciones influye sobre la recaudación, vía retenciones. De todas formas, la Argentina logró tener un bloque de exportaciones industriales que puede compensar lo que se pierda de exportaciones vinculadas con el agro.
–¿La intención es seguir creciendo lo más fuerte posible más allá de las tensiones que puedan surgir?
–Creo que ésa es la idea. Las tensiones surgen porque se crece mucho. La opción más fácil es achicar, hacer política fiscal y monetaria contractiva, y crecer 3 o 4 por ciento. Ahí va a aumentar el desempleo. Los sectores de la derecha que dicen que tenemos que crecer menos, usan el modelo de inflación de demanda, pero la inflación actual es en buena medida importada. A nosotros nos fue bien así, sigamos con esto. Busquemos la tasa de crecimiento más alta posible, que mejore las condiciones sociales y que no desmadre las cuentas fiscales. Trabajemos con políticas más a nivel micro para atender problemas en la balanza de pagos o distributivos. Brasil es distinto, puede crecer menos y que el desempleo no caiga porque, aunque su tipo de cambio nominal esté más apreciado, tienen un set de políticas activas muy importantes y que ya están instaladas.
–¿Puede generar problemas en el mercado de trabajo un crecimiento del 5 por ciento?
–Con un nivel de crecimiento de alrededor de 5 por ciento todavía no se generan problemas con el desempleo. Por debajo de esa tasa tendrían que crecer en peso las políticas de ingreso para compensar el tema del empleo, pero eso es lo que no se quiere hacer. La política de ingreso no debe reemplazar a la generación de empleo, como sucedía en los ’90.
–¿Cuál considera un nivel de desempleo “friccional”?
–Algunos economistas dicen que ya estamos en pleno empleo; yo no creo que sea así. Se puede llegar al 4 o 5 por ciento. Y además de esos puntos para bajar hay un 30 por ciento de economía informal, es decir que todavía hay más cantidad de horas hombre que no se utilizan.
–¿Qué análisis hace del nivel de pobreza que persiste a pesar de ocho años de fuerte crecimiento económico?
–Ocho años de crecimiento acelerado para un país que vivió políticas de destrucción durante 30 años, no es nada. Si me hace esta misma pregunta dentro de 4 o 5 años, si es que la Presidenta gana las próximas elecciones, pensaré que habremos tenido esa falla. El Plan Argentina Trabaja o la Asignación Universal por Hijo tienen muy poco tiempo de ejecución. Se están haciendo políticas más sofisticadas, por eso creo que se va a ir resolviendo. También está la demanda de derechos de segunda generación. Además del ingreso personal está la educación, la salud o la vivienda. Ahí están algunos de los desafíos del próximo gobierno.
–¿Qué significa “profundizar el modelo”?
–Trabajar para hacer más equilibrada la estructura productiva, seguir utilizando los tipos de cambio múltiples como una política de repartir las productividades y tener cada vez más una economía equilibrada desde el lado regional y distributivo. Están dadas las condiciones para tener una política más sofisticada de sustitución de importaciones, promoción de exportaciones industriales y para avanzar en un proceso de “sudamericanización” de la economía argentina. El desarrollo de los países lo dirige el Estado, eso está por detrás de la medida de utilizar los derechos políticos en las empresas donde la Anses tiene inversiones. A partir de eso creo que va a ser mucho mejor la relación con el sector privado.
–¿Cómo surgió la idea de crear la Gran Makro?
–Un conjunto de economistas, estudiantes de Economía y de ciencias afines, la mayoría sub-40, con una visión común, decidió que es necesario trabajar en forma conjunta. Tiene que ver con formalizar una corriente económica. Acá hay un modelo exitoso en lo económico que no tiene un relato académico. Es más: muchas veces es ninguneado por la academia. El modelo de crecimiento empujado por la demanda debe ser estudiado en las facultades. Queremos discutir los programas de las universidades. El cambio cultural del que habla la Presidenta, que se vio en el Bicentenario, que está más relacionado con la historia, se tiene que dar en todas las áreas.

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