miércoles, 31 de octubre de 2012

Ignacio Copani - Video clip "Cacerola de teflón"

 


PASARON CUATRO AÑOS PERO 

SIGUE TENIENDO ACTUALIDAD

martes, 30 de octubre de 2012

Guerra Guasú - Capítulo 02





GUERRA GUASU  cap.  2

Segundo capítulo de la serie documental Guerra Guasú, realizada íntegramente por la TV Pública de la Argentina. Un documental, una muestra histórico-artística, la visita del Presidente depuesto Fernando Lugo, charlas con especialistas y toda la información sobre este proyecto en www.tvpublica.com.ar/guerraguasu
¡Te invitamos a participar!

Una serie documental de cuatro capítulos de una hora de duración, que busca interrumpir largos años de silencio en la producción cultural argentina a propósito de la guerra más importante que vivió América Latina y que liquidó al Paraguay del siglo XIX, la experiencia política y social más igualitaria y celosa de su soberanía que quedaba en pie en la región.
La Triple Alianza, conformada por el imperio del Brasil, la Argentina mitrista y el Uruguay de Venancio Flores, necesitó cinco años, enormes esfuerzos y cuantiosos empréstitos ingleses para derrotar a una sola nación, a un país campesino que quería modernizarse sin perder su autonomía. Probablemente este sólo dato sea útil para dar cuenta de la realidad que ya era Paraguay, atacado con el argumento de terminar con la que llamaban la tiranía del presidente Francisco Solano López. De los 600.000 habitantes del Paraguay de entonces, apenas sobreviven 200.000.

La pretensión de este documental es instalarse de lleno en la misma guerra. Sigue la marcha de los ejércitos que, mucho más que tropas regulares y profesionales, eran multitudes armadas. Nombrar lo que se omitió. Poblar de imágenes lo que se quiso desterrar de la memoria. Recuperar las huellas que sobrevivieron a la Historia de los vencedores y sus saqueos. Dar la palabra a hombres y mujeres que viven donde el fuego de una guerra injusta como pocas, fue la ráfaga de Historia más cierta que los abrasó. Ir al momento y al lugar donde el destino de una Nación y un pueblo se torció y aún hoy es difícil augurar el día en que vuelva a retomar la senda de justicia y soberanía.
Ficha técnica:

Dirección: Alejandro Fernández Mouján y Pablo Reyero.

Investigación y Contenido Histórico: Javier Trímboli.

Guión: Mariana Iturriza y Fernando Ansotegui.

Música Original: Abel Tortorelli.

Voz Narradora: Liliana Herrero.

Voz de citas: Pascual Menutti.

Productor Ejecutivo: Walter Soffiantini.

Equipo de Producción: María de los Ángeles Ceruti; Victoria Pérez y Dalmiro García.

Postproducción: Adrián Zobkow y Esteban Mariotti.

Postproducción de sonido: Adrián Barnes.

Arte Digital: Postproducción VFX.

Animación y concepto estético: Fabián Valdivia, Mariano Reyero Silva, Nicolás Karpow y Gastón Thibaut.

Diseño Gráfico: Maximiliano Martín

Postproducción de sonido para arte digital: Sebastián Castronuovo

Coordinación: Horacio Suárez y Arturo Fernández.

Fotógrafía: Nadia Ingaramo.

Equipos de Exteriores:

Paraguay (Zona Sur): Producción: José María Alaniz y Ricardo Ottone. Realizador: Sebastián Fontana. Sonido: Juan Carlos Tremsal. Conductor de cámara: Santiago Clausen. Microfonista: Mauro Llorente. Reflectorista: Ariel Toledo.

Paraguay (Zona Norte): Producción: Guillermo Aguilar y Martiniano Cardoso. Realizador: Santiago Falcucci. Sonido: Octavio Morelli. Conductor de Cámara: Hernán Barrientos. Microfonista: Daniel Hermosa. Reflectorista: Francisco Dorado.

Provincia de Corrientes: Producción: José María Alaniz e Ignacio Cari Dechat. Realizador: Sebastián Fontana. Sonidista: Eduardo Aranda. Conductor de Cámara: Santiago Clausen. Microfonista: Pablo Flogliarini. Reflectorista: Fernando Sosa. Chofer: Feliciano Valenzuela

Provincia de Entre Ríos: Producción: Jorge Canali y Marcelo Tejeira. Realizador: Santiago Falcucci. Sonido: Octavio Morelli. Conductor de Cámaras: José Tarallo. Microfonista: Mauro Llorente. Reflectorista: Francisco Dorado. Chofer: Marcelo Martínez

Ingesta VTR y conversión de formatos: Fernando Díaz y Nicolás Cabaddías. Operadores de VTR: Triana Leborans, Diana Csipka, Germán Mariotti, Brian Oddone, Andrea Gerace y Lautaro Rodríguez. Envasados: Carlos Pons, Raúl Ifran, Felipe Gómez y Carlos Sánchez.

lunes, 29 de octubre de 2012


“Europa debe aprender...”

Por Natalia Aruguete

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“La única manera de salvarnos es gastando en más solidaridad y no ajustando”, afirma Pierre Salama.
En el marco de la crisis profunda que vive la Unión Europea, Cash entrevistó a uno de los economistas heterodoxos más reconocidos de Europa, Pierre Salama, quien fue invitado por el Cemop para participar del VI Encuentro Internacional de Economía Política y Derechos Humanos. Economista francés y profesor de la Universidad de París XIII, Salama enfatizó su crítica al estilo alemán de imponer sus intereses por sobre los de la UE y reclamó mayor federalismo y solidaridad. Además, advirtió sobre la fragilidad de las economías de América latina, pese a mostrarse menos vulnerables frente a la crisis.

¿Cómo evalúa el reciente anuncio de ajuste hecho por el gobierno francés?
–El gobierno no hizo promesas importantes y aplica su programa, que es liberal de izquierda, porque se comunica –habla con los sindicatos, por ejemplo–, pero la ideología es liberal. Su prioridad es disminuir la deuda. Para eso se necesita aumentar impuestos y reducir los gastos. La gran diferencia con los gobiernos de derecha es que los más ricos son los que van a pagar.
¿Se trata de un aumento impositivo progresivo, desde su punto de vista?
–Exactamente. La verdad es que, durante la época de (Nicolas) Sarkozy, la desigualdad en el pago de los impuestos era cada día más fuerte. En cierta manera, ésta es una tentativa de hacer una política diferente en relación con la anterior. Es una medida de izquierda dentro de la filosofía de derecha.
¿Y sobre la disminución de los gastos?
–Me parece una idea estúpida, porque si se disminuye el gasto público aumentan las probabilidades de recesión. Y si hay recesión será imposible lograr el déficit del 3 por ciento que Hollande desea tener. Y estaremos frente a una espiral como la de España o Italia. Europa debe aprender de Argentina y de las políticas de ajuste que se hicieron durante los ’90 en América latina.
¿Por ejemplo?
–A diferencia de Brasil, donde el gobierno gastó más aumentando el salario mínimo, o de China, donde hubo un financiamiento mayor de infraestructura, en Francia se gastó más para salvar a los brokers. Muchos en Francia e Inglaterra creían que, mediante el impulso del gasto público, retomarían el crecimiento y que eso significaría la superación total de la crisis. Pero el dinero que recibieron los bancos no lo usaron en créditos, sino que especularon con bonos y sobre el hecho de que los países tienen un proceso de endeudamiento por causa de los propios salvatajes.
Desde una mirada estructural, ¿qué observa respecto de la relación entre el sistema financiero y el sistema productivo en el marco de la crisis actual?
–Hace mucho tiempo que algunos economistas, sobre todo de izquierda, piensan que hay una relación entre sector productivo y sector financiero. La gran mayoría, en cambio, pensaba que había, de un lado, un sector financiero y, del otro, uno productivo. Lo que pasa en el sector productivo es consecuencia de lo que ocurre en el financiero. En países como los Estados Unidos, los salarios no crecen desde hace años, aunque sí hubo un aumento de los créditos, con lo que la gente pobre podía pagar para la compra de un inmueble. Esto parecía virtuoso, hasta el momento en que la gente ya no pudo pagar más. Para nosotros, ese círculo virtuoso iba a virar en círculo vicioso, aunque era imposible saber cuándo.
En un primer momento se pensaba que la crisis no llegaría a América latina. Luego, que llegaría más tardíamente. Finalmente, que sus efectos no serían tan fuertes. En este contexto, ¿cómo analiza la relación entre centro y periferia?
–Recuerdo cuando se decía que el país que podría resistir más la crisis era México. México registró una caída del PBI cercana a 6 puntos. Argentina y Brasil estuvieron cerca de cero. Entonces no hubo desacoplamiento. Lo que hubo fue una tentativa de tipo keynesiana de superar la crisis, fundamentalmente sobre los salarios, el crédito y un poco sobre la construcción civil, pero no sobre las tramas productivas. Sobre todo en el caso de Brasil. Ahora, la situación es difícil para todos los países, no solo los de América latina. La apertura de las economías es mucho más grande, más aún a nivel financiero. Y los impactos de la globalización son más fuertes ahora que antes. Hay también otro punto para incluir en este análisis.
¿Cuál?
–Brasil parecía fuerte por tener importantes reservas internacionales, pero la gran mayoría de esas reservas proviene de la entrada de capitales, no de la capacidad de desarrollar un gran excedente. Esa es la diferencia con el caso chino, cuyas reservas provienen del excedente comercial. Cuando hay una crisis, el dinero se va afuera. Eso explica que en las economías de América latina haya menos vulnerabilidad. pero más fragilidad.
¿En qué encuentra menor vulnerabilidad y más fragilidad?
–Menos vulnerabilidad porque tienen un balance de pagos positivo, un déficit presupuestario no tan grande, reservas internacionales, un endeudamiento menor respecto del PBI. Y fragilidad porque estamos frente a un proceso de globalización mucho más grande a nivel comercial y a nivel financiero. Las reservas parecen reservas falsas, vienen de otros lados, no tanto en el caso Argentino aunque sí en los de Brasil y México.
¿Qué diferencias encuentra con el caso argentino?
–Aquí es diferente porque no hay entrada de capitales. Hay entrada como inversión directa, pero no para inversión de portafolio. Argentina ha decidido tratar de una cierta manera su deuda hace diez años. Ahora no les puede pedir dinero a los mercados internacionales porque debería pagar una tasa de interés muy alta. Entonces, la fuerza de la Argentina es que no tiene problema de salidas de capitales de este tipo, aunque sí tiene un problema de salidas de capitales que son de argentinos y de las firmas internacionales que, como en Brasil, envían su capital hacia sus casas matrices.
¿Cuáles son los efectos, tanto comerciales como financieros, de la globalización en el sector industrial?
–En el caso de Brasil tiene implicancias muy fuertes, producto de varios factores, como tener una tasa de cambio demasiado alta –que no es el caso de la Argentina– y el hecho de que, en el marco de la globalización comercial, no se puede insistir en competir con China, por ejemplo. Estamos, también aquí (en Argentina), frente a la aparición de economías rentistas. El precio de la soja en el mundo se mantiene. Es raro, pero es bueno para la región. En el caso de Rusia, de los Estados Unidos y de Australia, las otras materias primas tuvieron una caída bastante fuerte. El problema es la debilidad que existe por la dependencia de los precios de las materias primas.
Usted señaló que la desindustrialización no ha sido un fenómeno exclusivo de América latina, sino también de los países de la Eurozona, a excepción de Alemania. ¿Qué rol juega el fenómeno de la deslocalización en ese proceso?
–El problema de Europa es completamente diferente. En América latina, salvo en el norte de México, no hay procesos de deslocalización. La deslocalización es desde los Estados Unidos hacia México y hacia China. Aquí el problema es la competencia con China –y mañana quizá también con la India–, que tiene capacidad de imponer precios bastante bajos, a lo que se agrega un problema de “dumping social”.
¿Qué tipo de políticas cree que son necesarias frente a esa situación?
–La única manera de salir de ese problema es favorecer una política de progreso técnico, de construcción de productos de alta tecnología, que tienen una demanda bastante fuerte. Es lo que hizo Alemania y, precisamente, no lo hizo Francia. Francia se especializó en productos de media y baja tecnología, no hizo el esfuerzo de favorecer la producción de alta tecnología, a excepción de algunos productos, como aviones. En Europa, hay procesos de desindustrialización dados por la deslocalización. Las empresas francesas prefieren trabajar en Túnez, Marruecos y China, porque el costo de mano de obra es más barato. Los franceses son bastante rentistas.
¿Por qué lo dice?
–No quieren hacer el esfuerzo de invertir en tecnología, prefieren obtener inmediatamente el dinero. Lo que podemos bajar no es ya el costo de la mano de obra, sino la relación entre mano de obra, salario y productividad. Si se aumenta la productividad a partir del progreso técnico se puede pagar salarios altos. El costo de la mano de obra en Alemania es más o menos el mismo que en Francia.
En Alemania, el nivel de los salarios está estancado desde hace décadas.
–Sí, es verdad. Pero es el mismo nivel en ambos casos.
¿En qué medida le sirve a Alemania mantener la moneda única? ¿Cuáles son los límites del euro?
–Hay dos sueños. El primero es la posibilidad de construir otra Europa, menos grande, sin países como Grecia, España o Italia. Una Europa con círculo paralelo, con una periferia. El problema es que muchos de esos países, como Grecia, pertenecen ya a la Zona Euro. Los argentinos conocen bastante bien lo que pasa cuando se abandona una zona. Después de la convertibilidad, Argentina debió decidir con qué moneda iba a pagar a París. Estamos frente a un sueño y un problema. Si Grecia abandona la Zona Euro y adopta una moneda nueva, ¿con cuál va a pagar después de una gran devaluación?
Si “el primer sueño” es que Grecia quede fuera de la Zona Euro, ¿cómo explica los rescates a ese país?
–El segundo sueño es interesante porque, para que exista la Zona Euro, se necesita una responsabilidad mayor por parte de los gobiernos, un control más fuerte de los presupuestos. ¿Por qué no? Se llama federalismo. La Zona Euro solo puede existir en una solidaridad de la política presupuestaria y de la política impositiva. Yo estoy de acuerdo con el federalismo, pero no debe hacerse del modo en que Alemania lo viene haciendo.
¿Y de qué manera debe hacerse?
–No es que uno sea el jefe y el otro deba obedecer, porque inmediatamente la crisis deviene nacionalista y se desconoce la soberanía. Ya se abandonó la soberanía monetaria. En mi opinión, de la crisis del Euro se sale con más federalismo y no de la manera que trata de imponer Alemania. Para los bancos alemanes es muy bueno que haya un rescate –por ejemplo, en España–, porque eso hace que los bonos suban.
Para que Europa compatibilice su sistema financiero, jurídico, laboral, se requiere de recursos económicos.
–En la Zona Euro existe la posibilidad de una solidaridad aún más fuerte. Cuando se construyó el dólar en los Estados Unidos, se tomaron dos decisiones. La primera fue que la gente de un estado pudiera ir a otro estado y trabajar sin problemas. La segunda fue que cuando existiera un problema en Texas, por ejemplo, Washington debía ayudar. Esa es la tradición de la solidaridad. Lo que nosotros hicimos fue crear una Zona Euro sin solidaridad. La única manera de salvarnos es gastando en más solidaridad y no ajustando

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sábado, 27 de octubre de 2012


Extrañamos a Néstor

Por Estela de Carlotto *
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Néstor Kirchner fue un patriota, un político valiente que se atrevió a hacer lo que algunos presidentes constitucionales no se animaron. Por eso, cuando hace dos años lo sorprendió la muerte, el pueblo argentino se terminó de sacudir la modorra del “no te metás” –impuesta por la dictadura militar primero y reforzada más tarde por el neoliberalismo salvaje de los años ’90–, para comprometerse aún más con el modelo de país que él había propuesto construir.
Hasta 2003, el Estado argentino amparó a los asesinos y a sus cómplices e hizo del olvido y la impunidad una política pública. Aquel año, con la llegada al poder de Néstor Kirchner, nuestro país asumió los derechos humanos como proyecto de país. Néstor y Cristina, cada uno a su turno, rompieron con el círculo de impunidad avalado y promovido a lo largo de dos décadas por los mandatarios que los precedieron. Los criminales de la dictadura, que hasta entonces caminaban impunes entre nosotros, comenzaron a ser juzgados y condenados.
Durante las gestiones de Néstor y de Cristina nuestra Asociación pudo resolver 32 casos de nietos apropiados, todos ellos hijos de nuestros hijos desaparecidos. Estos nietos han sido fruto de nuestra búsqueda pero también del mayor acompañamiento del Estado.
Con la asunción de Néstor nos hemos sentido más acompañadas. No somos las únicas. Millones de argentinos y argentinas sienten que ya no están frente a un Estado ausente y por eso mantendrán vivo en su memoria y en sus corazones su recuerdo. El firme compromiso que Néstor y Cristina asumieron con los derechos humanos desde el principio fue de la mano de una fuerte ampliación de los derechos sociales y de ciudadanía. Las Abuelas, que todos los días caminamos las calles, visitamos escuelas y dialogamos con organizaciones de la sociedad civil, percibimos todos estos avances que buena parte del espectro mediático prefirió ocultar, hasta que no pudo hacerlo más.
Poco conocíamos de Néstor cuando accedió a la Presidencia. Sin embargo, lentamente fuimos descubriendo su compromiso y voluntad por construir un país más justo y soberano. Fue él quien pidió perdón en nombre del Estado por las atrocidades cometidas durante la dictadura y así abrió las puertas a la verdad histórica: se anularon las leyes de obediencia debida y punto final; comenzaron los juicios a los genocidas, y cada lugar de encierro, de tortura y de muerte se convirtió en un espacio de memoria.
Todas estas políticas permitieron la reconstrucción de lazos solidarios desintegrados durante décadas en Argentina. El –y hoy Cristina– fue quien supo leer las demandas sociales y articular con instituciones y organismos que veníamos trabajando en ellas en pos de la construcción de nuevos derechos. Supo dialogar, generar puentes, confiar, apostar y exigir. Es decir, construir colectivamente, a través de la militancia.
Este legado de compromiso, de solidaridad, de lucha contra el individualismo y de apuesta a lo público es el que ha sembrado junto a nuestra querida Presidenta y es el que hoy recogen cientos de jóvenes militantes. El mismo legado que dejaron los 30 mil desaparecidos y miles de detenidos y exiliados de la dictadura.
Hace dos años decíamos que debíamos acompañar a Cristina para seguir profundizando las políticas iniciadas, para que todos y todas vivamos en un país más justo. Hoy, y luego de su reelección, hemos visto muchas de esas políticas concretadas: la Asignación Universal por Hijo, la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la ley de matrimonio igualitario, entre otras medidas que ampliaron derechos.
A pesar de los contundentes resultados de las elecciones del año pasado, existe un sector –cuya punta de lanza son los grupos mediáticos concentrados–, que sistemáticamente intentan frenar la profundización del modelo. Es necesario estar atentos y continuar apoyando todas las medidas que amplían derechos, cuidar los logros conseguidos hasta ahora, discutir hacia adentro –en unidad– hacia dónde queremos ir y, para cumplir con los sueños de Néstor y los de nuestros hijos, seguir haciendo de la participación popular un culto. Sólo así, con el respaldo real de la gente, escuchando sus demandas y traduciéndolas en políticas eficaces y duraderas, podremos hacer frente a las embestidas de los que siempre piensan con el bolsillo y nunca con el corazón.
Como hace 35 años, las Abuelas seguiremos caminando por la vereda del pueblo, como valientemente, cuando nadie lo esperaba, hizo Néstor. La llama que encendió seguirá viva. Lo vemos en nuestros nietos y en los miles y miles de jóvenes militantes que sueñan su mismo sueño, que también es el de nuestros hijos, el sueño de la patria grande y de la justicia social.
* Presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.

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En primera persona gracias por las ganas de hacer




ROBERTO CABALLERO




Cuando nos sorprendió la muerte de Néstor Kirchner, Tiempo Argentino apenas gateaba como diario, llevaba sólo cinco meses en el kiosco. Fue una semana después del asesinato de Mariano Ferreyra.

No terminábamos de recuperarnos del primer golpe, cuando el segundo nos dejó literalmente destrozados. Fuimos del espanto de un crimen a la orfandad de una partida inesperada. En siete días, Dios inventó un mundo. A nosotros, en el mismo plazo, ese mundo se nos cayó encima, y nos dejó casi sin aliento.
Estábamos trabajando, haciendo revisionismo en tiempo real, contando que el Censo 2010 –que Clarín y La Nación boicotearon desde sus tapas–, había sido un éxito, cuando sonó mi celular. Era un veterano de mil batallas, un tipo curtido en los asuntos del poder, con heridas abiertas por el bisturí del cinismo, el que llamaba: "Murió Néstor, murió…", me dijo, casi balbuceante. No hablaban sus cuerdas vocales: era su corazón, que yo pensé que no tenía, pero se ve que Néstor se lo había encontrado. No le creí de entrada. Me costó entender que hablaba en serio. "Fue bueno con nosotros", me dijo, parecía un chico, y se largó a llorar, y me cortó la comunicación.
Allí supe que era cierto. Este diario, el del Bicentenario, siempre fue un colectivo de trabajo. Estaban Cynthia, Gus, Hernán, Capo y Andrea y toda la redacción pensando en cómo cubrir una noticia horrible que, a su vez, nos interpelaba como personas. Hicimos un número especial. Con mucho esfuerzo. Pero si hacía falta, no sé cómo, hubiéramos hecho diez.
Sabíamos que Néstor Kirchner estaba mal de salud, que se cuidaba poco o nada, que después de una operación de carótida había ido al acto en el Luna Park con la juventud kirchnerista, sin guardar reposo. Pero nadie dudaba de su fortaleza y, de pronto, nos sorprendió su fragilidad, tan humana.
Una multitud se reunió espontáneamente en la Plaza de Mayo. Las filas eran interminables. Los sollozos, conmovedores. El país que no contaban los diarios dejó sus ocupaciones cotidianas para darle el adiós a ese flaco desgarbado, de trajes cruzados y mocasines fuera de moda, que los había hecho creer de vuelta en algo. Fui testigo directo de eso que Raúl Scalabrini Ortiz llamó el subsuelo de la Patria sublevada. Asumo que toda esa inmensa ceremonia de gratitud colectiva me perturbó. Como periodista, debía testimoniar lo que ocurría. Traté de hacerlo lo mejor que pude. Sin embargo, recuerdo haber escrito un editorial ("Ni un paso atrás") que me salió de las tripas, imaginando que la contracara de esos funerales populares era el brindis de la Argentina conservadora, que veía partir a su enemigo, el líder de una Argentina democrática que había hecho realidad muchos de los sueños que todos soñamos.
Escribí a las apuradas y salí corriendo a la Plaza. Entré en la Casa Rosada por primera vez desde la salida del diario. Estuve a dos metros del féretro. Vi llorar de modo desgarrador a Alicia Kirchner y a Juan Manuel Abal Medina y a una larga hilera de argentinos anónimos que veían de cerca lo que no podían creer. Kirchner había muerto.
Yo mismo no podía creer lo que allí sucedía. Estaban los que le agradecían por haber bajado el cuadro de Videla, los que querían decirle que habían encontrado trabajo, los ex combatientes de Malvinas que lo despedían como a un padre, los que se habían contagiado de su esperanza, los que habían podido mandar a sus hijos a la universidad, y los que venían del segundo y tercer cordón del Conurbano a decirle que ya tenían casa. Gracias a él.
Y estaban, también, los que, como yo, asistíamos al ritual en silencio, respetuosos del momento final, sin poder disimular que un tajo de lágrimas nos abría las mejillas. Pasadas las tres de la mañana, me fui a mi casa con un montón de palabras atragantadas. Al no poder gritarlas, me las llevé conmigo.
Volví a ver el féretro de Kirchner hace un mes. Tuve necesidad de ir a Río Gallegos. Había escuchado hablar del Mausoleo. Quería decirle lo que no había podido gritar aquella noche.
Esperaba encontrarme con algo más grande. Los medios hegemónicos habían pintado el lugar donde descansan los restos de Kirchner como si fuera un monumento a Kim Il Sung. Si se lo compara con el resto de las tumbas, claro, parece grande, pero para ser el destino final del primer presidente de la Unasur, que además sacó a la Argentina de su peor crisis en 200 años, no lo es tanto.
Al cajón accede sólo la familia. Lo pude ver de lejos. Algunos llevan flores, otros piedras, por el rito judío, y yo llevaba la edición homenaje que hicimos en el diario para dejarla en algún rinconcito. 
Así y todo, dentro de la bóveda no pude decir palabra. No me salieron.
 Tuve que salir, sentarme en un banco, mirar el profundo celeste del cielo patagónico, para animarme. Y casi en un susurro, elegí una de todas las palabras: "Gracias". Porque yo no sé a ustedes, pero a mí ese tipo me contagió las ganas de hacer.
Hacer un diario, imperfecto pero apasionado, como el que ustedes están leyendo.
Y ayudar a construir un país para nuestros hijos, mejor del que nosotros vivimos.
Lo estamos haciendo. Entre todos.

TIEMPO ARGENTINO

viernes, 26 de octubre de 2012


ANTICIPO DEL LIBRO DERECHO A LA IDENTIDAD DE GENERO. LEY N° 26.743

Verdad, conciencia y generosidad

El libro, que acaba de ser publicado por la Editorial La Ley, es una obra académica colectiva, coordinada por Carolina Von Opiela, que da cuenta del debate jurídico en torno de la sanción de la Ley de Identidad de Género, en mayo pasado. Aquí, Página/12 adelanta el prólogo del escritor y periodista Osvaldo Bayer.

Por Osvaldo Bayer

Adelanto



Pocas veces he encontrado una investigación tan completa como en este caso. Estudios que van al fondo de la cuestión. Un tema tan complejo y tan poco discutido en la historia del ser humano. La identidad de género. Algo a lo que se está llegando a su plena claridad. En todos sus aspectos. Y que ha movido a lo esencial para la vida pacífica y honesta: su aspecto jurídico, su historia en cuanto a las costumbres y religiones de los pueblos, y una bibliografía detallada cuyas citas son de gran valor para el estudioso y el lector en general.
Todo el volumen deja el sabor a la enorme injusticia que se cometió con el “otro sexo” y sus derivaciones. El otro sexo fue condicionado así por la naturaleza misma y no se trató de una “degeneración” o una “propensión al pecado” contra principios religiosos ni contra las denominadas “buenas costumbres”.
Y todo eso hasta hace muy poco. Y todavía hoy. He cumplido ya 85 años y me consta el trato que propinábamos ya en el colegio primario a los varones con rasgos o modales femeninos: “maricón”, “mariquita”, “putito”, etc. Los manoseos eran constantes, el escupitajo, el bajarle los pantalones para avergonzarlo. Recuerdo que las maestras trataban de protegerlos teniéndolos a su lado, lo que ocasionaba más la reacción de los “viriles” cuando los veían solos a los llamados afeminados. Entre las chicas, a las que “imitaban a los varones” se las llamaba “machonas” o “varoneras”. Claro, era la ignorancia total acerca de las creaciones de la naturaleza en el ser humano. Más todavía, yo visité en 1954, en la cárcel de Devoto, a un amigo que era preso político y, en esa visita, el me mostró cómo el pabellón de al lado estaba dedicado a homosexuales, detenidos precisamente por ser acusados de esa “degeneración”. Es decir, cómo deben haber sufrido esos seres diferenciados en la historia de la humanidad. Por eso es un gran triunfo de la Ciencia, el Derecho y la Etica todos los estudios realizados y los avances que han tenido lugar en los últimos años en las sociedades del mundo.
Y por eso este libro y sus autores nos llevan al nudo de la cuestión. Aquí, como decimos, el lector encontrará todas las fuentes para formarse una opinión definitiva. Y una base para obtener argumentos para cualquier discusión pública sobre el tema.
En el análisis exhaustivo que se hace en todos estos ensayos sobre la identidad de género se aprende a ver con dolor cuánta irracionalidad en este tema dominó al mundo en su historia, con discriminaciones no sólo de política estatal sino también de las religiones y de las costumbres diarias influenciadas por la creencia religiosa y los prejuicios de género. Se trata ante todo de la defensa de la libertad y de la dignidad de las personas. De la lucha contra toda discriminación. Y donde más se nota es en el concepto de igualdad. ¿Se puede llamar acaso democracia a los países donde sí se elige a candidatos entre diversos partidos políticos mientras las realidad de esa sociedad muestra diferencias totales como la falta de viviendas para familias y a metros de distancia se instalan lujosas mansiones para magnates de la economía? Sí, ese es un problema vital para una sociedad, más cuando se canta en el Himno Nacional la digna frase de “ved en trono a la noble igualdad”. Una igualdad a alcanzarse no sólo en lo económico sino en lo social y en lo ético. Y en este serio problema de la discriminación sexual.
Por eso, un gran paso adelante en la lucha democrática por la dignidad fue la sanción de la ley 26.618 de julio del 2010 acerca del matrimonio igualitario, que dejó para siempre de lado la discriminación contra las comunidades gay y lesbiana, que se completó con la ley aprobada por el Congreso el 9 de mayo de este año sobre identidad de género. Un verdadero paso adelante ya que esta ley argentina quita a la esfera médica o legal la decisión de las operaciones de reasignación sexual y las lleva al plano de la decisión personal respetando la autonomía corporal. Además, se obliga al sistema público y privado a proveer tratamientos hormonales y operaciones parciales o totales en el desarrollo de la identidad.
Eso se llama grandeza en cuanto al prójimo y un basta a la violencia en la discriminación sexual. En tal sentido, debemos decir que la humanidad avanza en este aspecto. Es un triunfo del respeto a los derechos humanos y en este libro se sigue paso a paso los diferentes encuentros nacionales e internacionales que fueron avanzando cada vez más en declarar cuáles son esos derechos sin discriminación alguna para ningún sector de las poblaciones. Esto fue muy importante para que se diera fin poco a poco con las discriminaciones, como en el acoso en las escuelas o no permitir la entrada de transexuales en lugares de trabajo.
En el 2006, en Yogyakarta, Indonesia, se va a producir un hecho trascendental, en el congreso de veintinueve especialistas que establecerán que “los seres humanos de todas las orientaciones sexuales e identidades de género tienen derecho al pleno disfrute de todos los derechos humanos”. Fue un paso fundamental que, sin duda, llevó al cambio fundamental de gran parte de los países a aprobar las leyes de igualdad sexual para la identidad de género.
Claro, todo esto ha obligado a tomar medidas certeras con respecto a la identidad. Y justo esto está desarrollado con profunda investigación en estos textos. Bastaría repetir los títulos de cada uno de los ensayos de este libro para quedar en claro acerca del detalle justo de cómo la legislación debe actuar acerca de cada uno de los casos que se presenten.
Es un conjunto de páginas brillantes las que tiene en sus manos el lector. Este libro debería estar en todas los establecimientos de enseñanza para ser consultado por los docentes que debieran dar clases especiales sobre esta problemática natural para lograr la comprensión y sabiduría, que es un paso hacia la verdadera igualdad y generosidad, limpiándola de egoísmos nacidos en la pequeñez del pensamiento oscuro.
Pero también en los hogares donde los hijos comienzan a preguntar: ¿qué es un trans, qué es un homosexual, qué es un travesti? Los padres, en ese sentido, tienen que compenetrarse en respuestas bien estudiadas. Este libro es una especie de Biblia en esta materia. Gracias a los autores por su profundidad científica y su amplitud de mira. La generosidad trae consigo la paz, el fin de la violencia.

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domingo, 21 de octubre de 2012


ESTRUCTURA HISTORICA DE UN GENOCIDIO

La guerra contra el Paraguay


Por José Pablo Feinmann

Nueve de abril de 1865. El general Lee rinde las tropas de la Confederación luego de la batalla de Appomattox. El Sur algodonero y esclavista queda devastado. Hacía tiempo –pero sobre todo luego de la derrota de Gettysburg– que sus tropas pedían a gritos la paz. El Norte de Lincoln, el país industrialista ligado a la creación de un mercado interno y de un país poderosamente capitalista, había triunfado. Gran Bretaña, sus banqueros, sus productores que requerían materias primas de los mercados de ultramar –ya preocupados por el rumbo que la guerra venía tomando para el Sur– se quedan sin su poderoso proveedor de algodón. Echan su mirada hacia el ancho mundo y se preguntan: “¿Dónde hay algodón barato?”. Lo hay. Pero está en una pequeña República dominada por un “tirano” que ha desarrollado una economía proteccionista, que tiene altos hornos, astilleros, que fabrica sus armas, que ha importado técnicos europeos y los ha incorporado a su proyecto de desarrollo autónomo, nacional. Le dicen “la China de América”. Los ingleses conocen cómo tratar a ese tipo de países que se obstinan en negarse a entrar en la senda de la civilización. (Nota: los ingleses no son los “malos” de esta historia. Son un Imperio y tienen que desempeñarse como tal. Los imperios son imperios. Habitualmente tienen modales sanguinarios. A veces, con mucha frecuencia, ejercen la diplomacia. O, como veremos en este caso, la astucia.) Tuvieron ese problema con China y abrieron sus puertas cerradas a cañonazos. Hay que hacer lo mismo con el Paraguay. Pero –deciden, y he aquí la gran astucia– no se tomarán ellos el trabajo de hacerlo. Pedro II, a quien se le dice “monarca tropical”, gobierna el vasto imperio del Brasil. También es un aliado fervoroso de Inglaterra. Su mano de hierro en América latina.
Es un dato fascinante de la historia que la derrota del Sur algodonero se produzca en 1865 y la Guerra contra el Paraguay empiece en ese mismo año. Inglaterra no podía esperar. Brasil y Argentina deciden atacar al tirano paraguayo, tarea a la que su suma el pequeño país uruguayo, un milagro de la diplomacia británica, que lo fue por la derrota del más grande caudillo de América del Sur: José Gervasio Artigas, de quien ya nos ocuparemos. Cada uno acude a esa guerra basado en intereses diferenciados. Brasil por la ambición de Pedro II y por los intereses británicos, imperio que es su fundamento histórico y al que representa. Mitre y Argentina por razones mucho más complejas.
Diecisiete de septiembre de 1861. La Confederación Argentina, bajo el mando del general Urquiza, es derrotada en Pavón. Se sabe que es la derrota más cuestionada de nuestra historia y le costará su vida al jefe que ordenó la retirada. La batalla estaba decidida a favor de los bravos jinetes entrerrianos y de los federales que se les habían sumado. Mitre no gana la batalla, Urquiza le entrega la victoria. Cuando un oficial le pregunta –algo altanero y sobre todo desconfiado– “por qué la retirada”, Urquiza ordena su inmediato fusilamiento.
Luego de Pavón, Urquiza deja al federalismo en manos de Buenos Aires. Mitre declara una “guerra de policía” al gauchaje federal de las provincias mediterráneas. Desde San Juan, Sarmiento la conduce. Detallar las crueldades de estas operaciones ya ha sido hecho. Además, Sarmiento y Mitre cumplían el “plan histórico y civilizador” de los conquistadores del capitalismo colonialista. Que se trate, aquí, de un colonialismo interno no cambia mucho. Para Sarmiento, los gauchos federales eran lo mismo que para el Mariscal Bugeaud los jinetes árabes. Lo dice en su libro de viajes. Cuando el Mariscal Bugeaud llega a Argelia, hace quemar vivos a quinientos argelinos para hacerles saber con quién habrán de tratar. Sarmiento admira a este Mariscal francés a quien el país de las luces rinde honra como “el conquistador de Argelia”. De modo que algunas de sus frases más terribles (“Si Sandes mata gente, déjenlo. Es un mal necesario”) deben ser encuadradas en este contexto y no como vitupero moral. La única (y fundamental diferencia) entre Lincoln y Mitre es que el primero hizo un país, que las matanzas de indios se continuaban con la carretas de los colonos. Con el ferrocarril al Oeste. Que la industria era el centro de todo el desarrollo del país. Y la creación de un mercado consumidor. Mitre mató para Buenos Aires y luego Roca para diez familias que se repartieron la Patagonia. Estos son los motivos esenciales de las diferencias entre una potencia y un pequeño país hundido en un monocultivo que generó una clase ociosa. Lincoln hizo un gran país, Mitre una bella ciudad con palacetes franceses y un bello teatro de ópera.
Volvamos, brevemente, a Sarmiento: su frase (referida a Ambrosio Sandes) “es un mal necesario” expresa lo que creía sobre las matanzas. No se trataba de una cuestión moral o piadosa. Había una violencia a favor del progreso y la civilización. Otra, a favor del atraso. Pero aquí la cosa se complica. Las montoneras federales se unen a la “hermana República del Paraguay”. Este es el motivo central de la guerra a López. No “el ataque” a unos barquitos que andaban por Corrientes. Ese fue el Pearl Harbour de Mitre: “¡Guerra al Paraguay! ¡Atacó unos lanchones allá por Corrientes!”. No, había que liquidar al Paraguay porque era el último bastión rebelde contra la civilización de Buenos Aires. Alrededor de ese bastión se unían todas las montoneras federales que seguían peleando después de Pavón. Sobre todo, Felipe Varela. Varela expresa sus propósitos en una Proclama (1866) y en un Manifiesto (1868). Son dos magníficas piezas inspiradas en Alberdi.
Aquí, hay que detenerse. Después del desastre de Curupaytí, Mitre regresa del frente para ocuparse de las montoneras federales. Solano López sigue guerreando. Urquiza, en el Palacio San José, inmóvil. En pocos países de América debe haberse constituido un frente tan poderoso contra las fuerzas “civilizadoras”. O pudo haberse constituido. Hay un punto axial: ¿y si Urquiza no hubiese traicionado al proyecto de la Confederación? No olvidemos que a este proyecto no le faltaba un puerto: Paraná. Le sobraban intelectuales: Juan Bautista Alberdi, Carlos Guido Spano, Olegario Andrade, Miguel Navarro Viola, Juan María Gutiérrez (sí, el joven liberal romántico del Salón Literario, el exiliado de Montevideo, el compilador de las obras de Echeverría. ¿Era Gutiérrez un bárbaro? Sin duda no: pero –-diría Mitre– había elegido esa causa). Tenía tropas, armas y un pueblo que no quería desaparecer bajo la gula de los comerciantes porteños. Tenía, también, un enorme aliado: “la hermana República del Paraguay”, como le dice Varela en su Proclama de 1866. ¿Y si ganaban? ¿Y si gobernaban Urquiza o Felipe Varela? ¿Y si formaban un gabinete con los intelectuales brillantes que los respaldaban? (No olvidemos que Alberdi fue ministro de Relaciones Exteriores de Urquiza.) Milcíades Peña (uno de los pocos historiadores que saben hacer filosofía política y muy bien) dice que Urquiza o Varela, en el Fuerte de Buenos Aires, habrían tenido que hacer lo mismo que Mitre: someterse al poder del imperio británico. Preguntemos: ¿someterse o negociar? No se crea que estamos haciendo historiografía contrafáctica. Porque si la retirada de Pavón fue el punto decisivo, el quiebre de un proyecto a punto de triunfar, entonces todo se reduce a las características individuales de Urquiza. Con otro caudillo, en Pavón, con un hombre como López Jordán, los jinetes entrerrianos entraban a galope tendido en una Buenos Aires aterrorizada. ¡Si Mitre nunca ganó una batalla! ¿Cómo habría podido frenarlos? En fin, el tema es altamente complejo. Si Mitre ya había tejido sus alianzas con Gran Bretaña tan fuertemente como para conseguir su respaldo, como para que el elegido fuera él, nada habría sido posible. Inglaterra diseñó todos los países que se formaron en el siglo XIX. Todos los que le importó al menos, que fueron la mayoría. Pero –volviendo al Paraguay– ¿se entiende ahora el interés de Mitre en su destrucción? Para Mitre, destruir al Paraguay era terminar con la cuestión político-militar interna de la Argentina. Porque el Paraguay era un país poderoso. Lo sabemos: el ejemplo de que un desarrollo autónomo en América latina era posible. ¿Lo era o el Paraguay terminó destruido porque no lo era?
Fue un genocidio. Mitre se retira después de Curupaytí. El bueno de Rufino de Elizalde (de más que aceitadas relaciones con los ingleses) le pide que reprima la rebelión de los gauchos federales mediterráneos. Brasil queda al frente de la guerra. Las matanzas son inenarrables. El Paraguay llega a pelear con niños a los que les pintan bigotes con carbón para que parezcan hombres. Los asesinan. Las madres piden que les permitan retirar los cuerpos. Les dicen que sí. Cuando lo intentan las matan. Se calculan muchas cifras de muertos. Ya sabemos que en estos casos las estadísticas son horribles. Unos dicen seiscientos mil. Otros un millón. Da lo mismo. La frialdad de las cifras paraliza. Uno no puede sentir nada. Horroriza más ver a un solo muerto que una estadística de cientos de miles. Lo cierto es que sólo quedan vivos doscientos mil paraguayos. Mujeres, ancianos y niños. Todos los hombres han sido asesinados. La población del país, antes de la guerra, se calculaba en un millón doscientos mil. Es sencillo deducir a cuántos mataron. Solano López resiste hasta el final. Lo matan en Cerro Corá. Alcanza a gritar: “¡Muero con mi patria!”. Tenía razón. Este genocidio sigue negado por la Argentina oficial. También los turcos –todavía– niegan el genocidio contra los armenios.

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sábado, 20 de octubre de 2012


La mediación no resuelve la violencia


Por Ana Maria Suppa *

Hace unos meses, en la provincia de Buenos Aires, un juicio por violencia de género intentó “resolverse” por el sistema de mediación penal. La suspensión de esta medida resultó un oasis frente a lo que se hubiese constituido en un verdadero retroceso.
En primer lugar cabe preguntar qué es lo que la mediación hubiese “resuelto” si se llevaba a cabo. Esta medida consiste en un acuerdo que requiere del consentimiento de las partes involucradas. De este modo, el acuerdo de partes cierra el caso y, por ende, impide que la Justicia siga actuando, que haya una sentencia y –sobre todo– que se proteja a la víctima.
La mediación penal implica la libertad para decidir y pactar con el otro. Y, en este punto, se podría equiparar los casos de violencia de género con el avenimiento, figura recientemente eliminada del Código Penal tras haber sido utilizada en La Pampa en el caso de Carla Figueroa (que terminó asesinada por quien fue perdonado).
En la mediación penal se parte de la premisa de que las partes están en iguales condiciones de decidir libremente y de actuar en su propio bien, interés y resguardo. No es así. No se trata de un conflicto entre partes que pueden decidir y acordar en un plano de libertad e igualdad sino de un vínculo de sometimiento, de una relación de víctima-victimario en la que se reitera incansablemente una escalada de violencia que muchas veces termina con la muerte de la víctima.
¿Cuáles son las posibilidades de una toma de decisión autónoma cuando ella está convencida de que él va a cambiar porque se lo prometió o amenazada y atemorizada porque le dijo que iba a matarla o a matar a los hijos? La fe en que mágicamente la relación va a cambiar y el temor a lo que él puede hacer son las dos patas en las que se asienta la imposibilidad de decidir con libertad.
La violencia de género no se detiene a menos que se intervenga desde afuera, que alguien denuncie y el Estado actúe. La mediación penal en casos de violencia de género repite la misma historia del avenimiento, deja –una vez más– a la mujer desprotegida, en desigualdad de condiciones para decidir, para pactar, una vez que la Justicia cierra el caso y la cuestión vuelve a dirimirse en la esfera privada. En este sentido, la ley bonaerense 13.433 debería excluir expresamente de su artículo 6º los casos de violencia de género y los vinculados a delitos sexuales donde también la disparidad de poder entre las partes y las marcas indelebles que dejan este tipo de delitos en la víctima hacen impensable la posibilidad de que ésta se siente con su victimario a encontrar una “solución”.
El Estado debe tener una fuerte presencia, la Justicia tiene que actuar con todo el rigor y quienes sostenemos alguna responsabilidad institucional debemos redoblar esfuerzos para que cada uno de los/las actores/as, jueces, fiscales, policías, profesionales de la salud, etc., conozcan y tengan en cuenta las características propias de esta problemática y puedan conformar una red de ayuda, protección, tratamiento y contención. A partir de allí estaremos en mejores condiciones para construir vínculos más justos y más democráticos.
* Directora general de Coordinación de Políticas de Género del Ministerio de Justicia y Seguridad de la provincia de Buenos Aires.

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La libertad del fuerte, y la del débil

Por Sandra Russo
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“Entre el fuerte y el débil, la ley es la que protege y la libertad es la que oprime.” La frase acompañó la campaña del líder del Frente de Izquierda francés, Jean-Luc Mélenchon, en las últimas elecciones. La mirada de Mélenchon sobre la realidad latinoamericana en general, y argentina en particular, permite alejar un poco el foco y ver algo más que un dirigente europeo de izquierda que reivindica a esta región como el escenario en el que se desarrollan hoy alternativas políticas potentes: esa mirada expresa también la necesidad europea del cambio de timón, de paradigma, de escala de valores, de noción de lo público y sobre todo del Estado.
Sin embargo, la frase que eligió Mélenchon no proviene de ningún líder populista latinoamericano sino de Henri de Lacordaire, un cura célebre del siglo XIX que, además de refundar la Orden de los Predicadores, daba conferencias multitudinarias en la iglesia de Nôtre Dame ante un público compuesto no sólo por feligreses: hacia 1835 se daban cita ante las prédicas de Lacordaire personalidades como Balzac, Tocqueville, Alejandro Dumas, Chateaubriand, Lamartine, Victor Hugo.
Tampoco es Mélenchon el primero en retomar esa frase que se refiere a nociones de la ley y de la libertad que no son las que han prevalecido en el pensamiento dominante en las últimas décadas. Aunque el discurso liberal de la libertad nos suena como si fuera lluvia, de natural no tiene nada. Hace apenas cuatro décadas, en 1969, hubo un papa, Pablo VI, que fue invitado especial en la celebración de los 50 años de la OIT (Organización Internacional del Trabajo). En ese discurso papal, Pablo VI recomendó a la OIT: “Formular en normas de derecho la solidaridad que cada día se afirma más en la conciencia de los hombres”. Aquel Papa saludaba la organización gremial y la legislación laboral y, para hacer explícito ese saludo, citó al cura Lacordaire en un párrafo que vale la pena releer: “Así como en el pasado habéis garantizado con vuestra legislación la protección y supervivencia del débil contra el poder del fuerte –ya lo dijo Lacordaire: ‘Entre el fuerte y el débil está la libertad que oprime y la ley que libera’–, en adelante tienen que dominar los derechos de los pueblos fuertes y favorecer el desarrollo de los pueblos débiles, creando las convicciones no sólo teóricas sino también prácticas para un verdadero Derecho Internacional del Trabajo, en la escala de los pueblos”. También citó la frase del cura Lacordaire el filólogo español de la Universidad Complutense Juan Luis Conde, en un trabajo notable titulado “Cómo llenar palabras vacías: el caso de ‘Libertad’”. En él, Conde hace un paralelismo entre dos grandes textos de análisis de lenguaje político. El primero, del alemán Victor Klemperer (autor de La lengua del Tercer Reich), que analiza el lenguaje propiciado por Goebbels; el segundo, el del británico George Orwell, La política y el idioma inglés, que es una crítica al lenguaje político usado en una democracia representativa de la posguerra.
Conde destaca que Klemperer, para describir las tácticas de comunicación del nazismo, usa la palabra “toxicidad”. Orwell recurre, por su parte, a “engaño”. Klemperer describe cómo el nazismo “se introducía en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente. El dístico de Schiller sobre ‘la lengua culta que crea y piensa por ti’ se vuelve a interpretar de manera puramente estética y, por decirlo así, inofensiva. Pero el lenguaje no sólo crea y piensa por mí sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica”.
Orwell, a su turno –su texto fue analizado en otro artículo en este mismo espacio–, denuncia “el declive” de la lengua inglesa en el habla política, describe una retórica corrupta que no se condice con los actos. “La prosa consiste cada vez menos en palabras elegidas por la propiedad de su significado y cada vez más en frases ensambladas como secciones de un gallinero prefabricado.” Critica también la escucha pasiva de esa lengua muerta, porque en general los públicos reaccionan “abriendo la mente de par en par y dejando que entren a mansalva todas las frases hechas. Ellas serán las que construyan las frases por ti, incluso pensarán los pensamientos por ti”.
En su exquisito trabajo, Conde hace un recorrido histórico por la palabra “libertad”, a la que apelan todos los discursos cualesquiera sean sus fines, incluso los contrarios a la libertad. Hace un rastreo desde el origen latino, muestra cómo se arraigó su significado de “no esclavo” durante siglos en los que, no obstante, la mayor parte de la humanidad siguió viviendo en condiciones infrahumanas. La detecta como bandera en las Guerras Púnicas del siglo III, y la encuentra como el gran consenso de la República de Roma. Y va observando, en ese recorrido, que libertad es una de esas palabras que “se resisten a una definición”: conviene que cada uno que la escucha le ponga la suya. Eso viene arrastrando la palabra, precisamente, desde la noción romana, cuando el ejército imperial iba anexando territorios, venciendo a una sucesión de déspotas exóticos, y en cada victoria declaraba la “libertad” de los conquistados. Ser libre ahí era ser súbdito o, en otros términos, gozar de la protección de Roma.
El filólogo Conde llega al presente y después de repasar que fue también en nombre de la “libertad” que se diseñaron las Estrategias de Seguridad Interior de los ’70, afirma: “Podríamos decir que a fecha de hoy, en el siglo XXI, a diferencia de lo que sucedía en la primera mitad del siglo pasado y hasta bien avanzado aquél, cuando se oye exigir ‘libertad’ podemos estar seguros de que está gritando la derecha, por no decir la extrema derecha. Significativamente, durante el golpe de Estado de Pinochet contra Salvador Allende, la canción elegida por los golpistas fue ‘Libre’, de Nino Bravo”. Se trata, dice, de “una usurpación del lenguaje” ilustrado y de izquierdas por parte de la derecha. Adaptaciones a la doctrina que Milton Friedman introdujo en su best-seller Free to Choose: A Personal Statement: la libertad es el derecho del dinero a gozar de sus privilegios, y el derecho a que ningún Estado los regule.
Es analizando esta voltereta en el aire de la palabra libertad que el filólogo Conde cita, precisamente y volviendo al principio, al cura Lacordaire. “Ese uso contemporáneo del concepto de libertad forma parte de una ofensiva sin precedentes contra cualquier proyecto de igualdad entre los hombres. Pretende devolvernos a una etapa anterior a la existencia de la ley y el derecho, atravesando profundas capas de conocimiento adquirido y consolidado cuyo sumario haría un ilustrado francés, el religioso Henri Dominique Lacordaire, en un discurso pronunciado en la memorable fecha de 1848 en una Conferencia en Nôtre Dame: ‘Entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, entre el amo y el siervo, es la libertad la que oprime y la ley la que redime’. En otras palabras, como cualquiera entendería para el caso de un combate entre un peso pesado y un peso pluma, en una situación de flagrante desigualdad, no hay nada más injusto y peligroso que la libertad. Sin equidad, sin árbitro, sin reglas, la libertad es pura barbarie.”

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Guerra Guasu (HD) - Capítulo 01



EN CUATRO CAPÍTULOS LA TELEVISIÓN
PÚBLICA ARGENTINA PRESENTA
LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA
 (BRASIL, ARGENTINA Y URUGUAY)
CONTRA EL PUEBLO PARAGUAYO.
MUY BUENA PARA REPENSAR LA
HISTORIA EN TIEMPOS DE UNASUR.


La Televisión Pública Argentina  presenta "Guerra Guasú", la Guerra del Paraguay


(Canal 7 – Estreno Sabado 20 de Octubre – 20.30 HS.)
GUERRA GUASÚ, LA GUERRA DEL PARAGUAY, es una serie documental en cuatro capítulos de una hora, que busca interrumpir largos años de silencio en la producción cultural argentina a propósito de la guerra más importante que vivió América Latina. La Triple Alianza, conformada por el imperio del Brasil, la Argentina mitrista y el Uruguay de Venancio Flores, necesitó cinco años, enormes esfuezos y, vale señalarlo, cuantiosos empréstitos ingleses para derrotar a una sola nación, a un país campesino que quería modernizarse sin perder su autonomía.
El documental sigue la marcha de los ejércitos que, mucho más que tropas regulares y profesionales, eran multitudes armadas. Da la palabra a hombres y mujeres que viven donde el fuego de una guerra injusta como pocas fue la ráfaga de Historia más cierta que los abrasó. Nos lleva al momento y al lugar donde el destino de una Nación y un pueblo se torció y aún hoy es difícil augurar el día en que vuelva a retomar la senda de justicia y soberanía.
Una producción rodada en los campos de batalla de Paraguay, Argentina, Uruguay y Brasil, donde las huellas persisten y la memoria no ha muerto. Rescatando los registros visuales de la época –fotos, cuadros y grabados- que sobrevivieron a esta feroz contienda.
Guerra Guazú, La Guerra del Paraguay, una serie producida íntegramente por la Televisión Pública. Con la Dirección de Alejandro Fernández Moujan y Pablo Reyeroy producida por el Area de Cine de la TV Pública. Asesor Histórico: Javier Trimboli. Guionistas: Mariana Iturriza y Fernando Anzotegui.
Productor Ejecutivo: Walter Soffiantini. Productores: José María Alaniz, Jorge Canali y Guillermo Aguilar. Voces: Liliana Herrero, Pascual Menutti. Música: Abel Tortorelli.
Equipo de Producción: Victoria Pérez, Ricardo Ottone, Martiniano Cardoso, Marcelo Tejeira, Maria de los Angeles Ceruti e Ignacio Cari Dechart. Realizadores: Sebastián Fontana y Santiago Falcucci. Edición: Adrián Sobkow. Centro de Arte Digital de la TV Pública.
Guerra Guazú, La Guerra del Paraguay es una producción del Área Cine de Canal 7 a cargo de Alejandro Fernández Mouján y Pablo Reyero

domingo, 14 de octubre de 2012


Sobre el odio y la paz en democracia


Por Mempo Giardinelli


Con la reciente rebelión de gendarmes y prefectos, si una cosa quedó clara es que todo discurso democrático pierde sentido y credibilidad cuando no se corresponde con un comportamiento democrático a la par.
Días después, y cuando se observa un desplazamiento de la política hacia el terreno judicial, cabe concluir que el golpismo en la Argentina existe y cambia de formas. Y ha de ser por eso, porque está vivo y actuante, que cada vez que ante manifestaciones de este tipo algunos salimos a decir que hay peligro de golpe, se nos acusa de exagerados o de agitar fantasmas.
Se discute entonces al emisor del mensaje pero no el mensaje. Y, argentinamente, se paraliza y deforma el debate.
Esto sucede, además, en circunstancias como las actuales, en las que la oposición política cede protagonismo a los medios y no sólo deteriora así su propia representatividad sino que autoriza, aunque no lo quiera, el aventurerismo y el maximalismo de sectores muy retardatarios por derecha y también por izquierda.
Así, el enfrentamiento con el Gobierno no se enmarca en construcción política alguna, propositiva y pacífica con vistas a ser alternativa en 2013 y 2015. Al contrario: lo que hay son expresiones heterodoxas, que incluyen griterío y provocación, funcionales a intereses empresarios y a nostálgicos de la dictadura.
De tal modo parece surgir una oposición que no es tal. Las protestas y acusaciones inorgánicas debilitan aún más a los ya desdibujados partidos políticos, a la vez que exaltan el rol de algunos comunicadores expertos en efectismo y espectáculo, y en muchos casos de dudosa moralidad.
Esa heterodoxia e inorganicidad conlleva, en esencia, valores destituyentes, porque esmerilan las bases de la democracia con discursos inflamados de fervor antipolítico y desprecio por las formas de la democracia (que en esencia es un conjunto de formas a respetar), con lo que impiden o eluden debates y subrayan solamente una supuesta, inexistente ingobernabilidad.
Es un hecho, y lamentable, que mucha gente cree que cree lo que los medios y sus periodistas todo terreno les hacen creer que creen o que deben creer. Así de sencillo y retorcido es el asunto.
Y sucede que con esos ciudadanos, muchos de los cuales pertenecen a las clases medias y medias bajas, no hay que enojarse ni hostigarlos, por más que sean muchos de ellos los que más hostigan. Hay que tratarlos con extrema paciencia y tolerancia, porque aunque no vayan a cambiar es necesario serenarlos para que no se salgan de los carriles democráticos.
Ellos son las verdaderas víctimas de la impresionante manipulación informativa que impera hoy en la Argentina –basada en el arte de titular con lo que no sucede como si fuera inminente que sucederá– y con la cual se inoculan un odio y un resentimiento absurdos. Y desde ya que no es imposible vivir en una sociedad partida al medio mientras se cumplan las reglas de la democracia, pero de todos modos es complejo, arduo y peligroso.
Y es que el odio es un sentimiento inferior, innoble, que degrada más al que odia que al odiado. Desprovisto de ética alguna aunque el odiador se autoconvenza de que su odio deviene de razones morales, odiar imposibilita todo diálogo y acuerdo. Anula acercamientos porque ensancha abismos. Y deviene enfermedad, patología que bien puede ser colectiva.
Además es un hecho que todo gobierno es cuestionable por errores, omisiones y en algunos casos abiertas comisiones como algunas que bueno sería que en el presente se investigaran y sancionaran. Pero también es un hecho cierto que los cambios que la democracia ha traído a este país son cada vez más profundos, igualitarios y modernizadores. Razones éstas por las cuales los odiadores se enfurecen, gritan, desprecian y se cierran a todo análisis, comprensión y diálogo. Porque no soportan la democracia. No es que no la quieren; es que no la toleran, les resulta tóxica.
Desde ya, está claro que el odio y la negatividad generalizados no son patrimonio exclusivo de quienes no apoyan al Gobierno. También hay blogs y expresiones kirchneristas que agitan las aguas, en la idea de que quienes no acuerdan con el Gobierno son golpistas o “enemigos”, y a veces en tonos tan belicosos como los del sistema multimediático. Eso no es bueno, y debieran tomar nota de ello los que sostienen, o dicen sostener, al Gobierno.
El odio y el resentimiento, como el golpismo, la desestabilización y el ánimo destituyente existen, pues, y se activan cada tanto en la Argentina. Guste o no a algunos lectores, denunciarlo a propósito de escarceos como el reciente de gendarmes y prefectos, es un imperativo democrático.
Y acaso también pretende ser una suave docencia para que los disconformes, los de veras afectados y los opositores de todo calibre puedan expresar sus ideas en forma pacífica, exponiendo razones y proyectos en lugar de alaridos y provocaciones. Y se sometan así a la suprema voluntad de la Constitución y las leyes. Y a su estricto cumplimiento. Como debe hacerlo la ciudadanía toda.

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sábado, 13 de octubre de 2012


¡Qué grande!

Por Eduardo de la Serna *

Nobel a la Unión Europea.
¡Eso sí que es justicia! ¡Eso! ¡Para que aprendan!
Como cuando se lo dieron a Kissinger, que se ocupó de la Paz en el mundo entero impulsando el Plan Cóndor, o poner pacifistas en el gobierno como el generalísimo Pinochet, o Videla, o los pacifistas gobernantes de América latina. O cuando se lo dieron a Obama por ser el primer afrodescendiente en llegar a la presidencia del Imperio.
¡Esos son Nobel! Ahora la Unión Europea; para que Grecia aprenda por la fuerza el precio de la Paz; que los desocupados españoles y portugueses sepan que lo que les ocurre es en aras de la Paz. Y para que el Fondo Monetario pueda seguir sacando tarjetas amarillas, siempre en aras de la Paz. Por no recordar la importancia de la UE en Irak, Afganistán y demás pacificados.
Me acuerdo cuando el Nobel se lo daban a gente o a grupos menores como Amnesty, Pérez Esquivel, Rigoberta... Que haya un Premio de la Paz con el nombre del inventor de la dinamita parece llevar introyectado un oxímoron. Parece que se cierra la parábola. ¿Será que Bush, Astiz, Berlusconi y Amin Dada se preparan para el año que viene?

* Coordinador del Movimiento de Sacerdotes en Opción por los Pobres.

Daniel Paz & Rudy

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viernes, 12 de octubre de 2012


Con los desaparecidos no

Por Adrián Murano

Periodista

El destino es así. Caprichoso, inmanejable. Aleccionador. El pasado martes 9 de octubre, las Abuelas de Plaza de Mayo revelaron el hallazgo del nieto recuperado número 107. Pocas cosas exhiben con mayor crudeza la vigencia del daño perpetrado por la dictadura que esos chicos a los que les fue sustraída su identidad. Ellos son, al mismo tiempo, un ejemplo de lucha –la de Abuelas–, un símbolo de esperanza –para los que aún buscan a sus familiares– y un recordatorio potente del horror sufrido por 30 mil desaparecidos, entre los que estuvieron sus padres.
El destino hizo que, el mismo día, el periodista Jorge Lanata cometiera el disparate de equiparar su breve retención en el aeropuerto de Caracas con la desaparición forzada de personas. Dijo: “Nos rodearon, nos sacaron los documentos y nos metieron en un pozo. Lo que nos pasó no es muy distinto a lo que ocurrió con los 30 mil desaparecidos”.

Lanata, es obvio, tiene derecho a sentirse molesto por haber sufrido una retención policial que considera injusta. También, claro, puede especular como quiera sobre las motivaciones que habrían provocado una situación tan desagradable como innecesaria. Incluso puede, como lo hizo, utilizar el episodio para caracterizar como una “dictadura” al gobierno de Hugo Chávez, para publicitar sus programas y otros emprendimientos comerciales, para alimentar su ego, para fustigar al gobierno de CFK, para recobrar el centro de atención por unos días.

Lanata puede decir lo que se le cante, porque para eso nos ganamos, defendemos y gozamos el derecho a la libre expresión. El mismo derecho que nos permite decirle a Lanata, entonces, que es una canallada comparar su contratiempo aeroportuario con el horror padecido por las víctimas del terrorismo de Estado. Que su banalización serial de las desapariciones ofende a los familiares, distorsiona los hechos históricos y les da letra a quienes buscan la impunidad de los delitos de lesa humanidad relativizando la gravedad de esos crímenes. Que es miserable bastardear la lucha de los organismos de derechos humanos porque se “aburrió” (sic) del tema. Justo él, que en el pasado se sirvió de esa lucha para fundar y posicionar un diario.

Sólo Lanata sabe si el tedio lo invadió antes o después de firmar contrato con el –dignatario de la dictadura– Grupo Clarín. O fue producto de su creciente adicción al show. Poco importa el origen de sus palabras comparado con sus consecuencias: frivolizar el terrorismo de Estado es revictimizar a sus víctimas. Y no hay show en el mundo que justifique semejante atropello.

VEINTITRES

jueves, 11 de octubre de 2012


La amenaza haitiana

Por Eduardo Galeano
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Este artículo está dedicado a Jorge Marchini
Como de costumbre, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas repite que mantendrá la ocupación militar de Haití porque debe actuar “en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión”.
¿A quién amenaza Haití? ¿A quién agrede?
¿Por qué Haití sigue siendo un país ocupado? ¿Un país condenado a vigilancia perpetua? ¿Obligado a seguir expiando el pecado de su libertad, que humilló a Napoleón Bonaparte y ofendió a toda Europa?
¿Será por aquello que los esclavistas brasileños llamaban “haitianismo” en el siglo XIX? ¿El peligroso contagio de sus costumbres de dignidad y su vocación de libertad? ¿El primer país que se liberó de la esclavitud en el mundo, el primer país libre, de veras libre, en las Américas, sigue siendo una amenaza?
¿O será porque ésa es la normalidad impuesta por un mundo devoto de la religión de las armas, que destina la mitad de sus recursos al exterminio del prójimo, llamando gastos militares a los gastos criminales?
Las Naciones Unidas gastan 676 millones de dólares en la ocupación militar de Haití. Una millonada para sostener a diez mil soldados, que no tienen más mérito que haber infectado al país con el cólera que mató a miles de haitianos y seguir practicando impunemente violaciones y maltratos a mujeres y niños.
¿No sería mejor destinar ese dineral a la educación? Más de la mitad de los niños haitianos no va a la escuela. ¿Por qué? Porque no pueden pagarla. Casi toda la educación primaria es privada y el Banco Mundial veta los subsidios a la educación pública y gratuita.
¿O no se podría destinar esa fortuna a casas habitables para las más de trescientas mil víctimas del terremoto, que siguen viviendo en carpas provisorias? ¿Provisorias por siempre jamás?
¿O consagrar esos fondos multinacionales a mejorar la salud pública, que todavía depende de la milagrosa solidaridad entre los vecinos de cada barrio y cada pueblo? Afortunadamente, esas tradiciones comunitarias de ayuda mutua siguen generando la misma energía creadora que ilumina las prodigiosas esculturas y pinturas de los artistas haitianos, capaces de convertir la basura en hermosura, pero mucho podrían mejorar si se destinaran a fines civiles los derroches militares

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Yo soy el 54%, vos no sos el 46%

Cortito y al pie.
Yo soy parte de ese 54%.que votó al FPV en las últimas elecciones de Octubre de 2011.
Voté por Cristina por segunda vez. La primera de ella también fue la primera mía, ella fue
mi primer voto.
Yo sí soy el auténtico 54%.
Vos -que votaste otra opción- sos parte de otro porcentaje. Que no es el 46%.
Vos sos otra cosa.

Te lo explico:
Si votaste a Binner, sos el 16,81%
Si votaste a Alfonsín, sos el 11,15%
Si votaste a Rodriguez Saa, sos el 7,98%
Si votaste a Duhalde, sos el 5,89%
Si votaste a Altamira, sos el 2,31%
Si votaste a Carrió, no sos nada... jajaja ok, sos el 1,84%

Y si por una de esas cosas, me decís "pero yo no voté a Cristina y ella sacó el 54%, 
así que yo soy el 46% restante que no la votó", si querés ir por la negativa...
Entonces bueno, te la acepto y te respondo:
Yo no lo voté a Binner.
Entonces -sabelo- soy el 83,19%
No lo voté a Alfonsin. Soy el 88,85%
No lo voté a Rodriguez Saa. Soy el 92,02%
No lo voté a Duhalde. Soy el 94,11%
No lo voté a Altamira. Soy el 97,69%
No la voté a Carrió. Soy el 98,16%

Si de mayorías hablamos...

Digo, repito e insisto.
Yo soy el 54%
Vos podés ser -dependiendo de a quién hayas votado- el 16,81%, el 11,15%, el 7,98%,
el 5,89%, el 2,31% o el 1,84%.
Pero no sos el 46%

jueves, 4 de octubre de 2012

Sobre el golpismo y la violencia




Por Mempo Giardinelli

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Si esto no es un intento de golpe, que me digan el nombre. Y no hablo de los prefectos y gendarmes que se sublevaron, y que son, desde luego, trabajadores, y como tales tienen reivindicaciones y derechos. Admitamos que las de ellos en esta ocasión fueron justas y atendibles. No es de ellos que habla esta reflexión.
Pero sí de la impresionante histeria de los golpistas. De los viejos fragoteros, los profesionales y los nostálgicos con resurrecciones periodísticas como la del Sr. Aldo Rico. Como viejos lobos que salen a ladrar, desesperan por tumbar al gobierno constitucional a como dé lugar, a cualquier costo. Azuzados, desde atrás, por La Nación y Clarín, verdaderos interesados en la caída de un gobierno que los vuelve locos porque quiere que se cumplan ciertas leyes que afectan sus intereses.
Semejante animosidad, sólo vista hace más de medio siglo cuando se llegó a bombardear la Plaza de Mayo, es sencillamente absurda en esta etapa de la democracia.
Pero está sucediendo, y ya sabíamos muchos que algo así iban a intentar. Lo tengo escrito y los tiempos sombríos son el hoy de esta atormentada sociedad que somos los argentinos.
Desde ya que algunos van a decir que éstas son exageraciones y que el golpismo destituyente no existe. Pero ahí están las furias y puteadas que se escucharon últimamente, y los mails mentirosos e incendiarios que están circulando y que han venido haciendo efecto en cierta pobre inocencia de alguna gente. Minoritaria, pero sustantiva. Y atendible, como todo en democracia. Pero no determinante y, sobre todo, no válida como recurso de autoritarios y oportunistas.
Basta ver los comentarios de supuestos lectores en los diarios que los admiten, donde las amenazas son ya cotidianas. Así crean ese clima de miedo, presentándose como “defensores de libertades”. Falsos, desde luego.
Habrá que tener mucho cuidado, porque las espirales de violencia, cuanto más irracionales y negadas son, más peligrosas. Recuérdese no sólo aquel 16 de junio porteño sino también el Bogotazo cuando asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, y tanto más. Y que nadie diga que esto es exagerar. Ninguna exageración es mucha, en esta materia.
Curiosamente, lo que hay que hacer es ayudarlos. Paradójicamente hay que ayudarlos calmándolos. Serenando a quienes desde las sombras engañan a muchas buenas personas que no saben por qué están enojadas. Que “creen” que aspiran a una libertad que hoy es plena y que precisamente se les terminaría si –hipótesis imposible– acaso un golpe triunfara.
Y es que ahora mismo la Argentina está pasando por uno de sus mejores momentos en términos de democracia, igualitarismo, desarrollo e inclusión social. Nada menos. Y cuando eso pasa –se vio en Ecuador y en Bolivia últimamente–, algunos trogloditas se excitan y estimulan la violencia desde atrás y sin dar la cara.
Cierto que falta concretar muchísimas reivindicaciones, pero jamás en el último medio siglo les ha ido tan bien a los argentinos; jamás hemos tenido una soberanía económica como la actual; ni tienen nuestras clases medias mejores posibilidades para sus hijos, para crecer y educarse. Obvio que hay miles de problemas, pero hay que recordar cómo estaba este país hace unos años. Con Cavallo y sus corrales. Con los recortes del señor López Murphy a los jubilados y a la educación. Con los ricos que no pagaban impuestos; con los capitales que venían no a invertir sino a especular; y con los negociados fabulosos que era cada renegociación de una deuda interminable.
Hay que achicarles a todos el miedo absurdo que tienen: a los que echan leña al fuego e incluso a los que desde las sombras sueñan horribles revanchas. Primero comprenderlos, no devolverles los gritos. Resolver la cuestión de los salarios de los trabajadores de la seguridad y desarmar en el acto toda artimaña golpista. Denunciarlo internacionalmente y alertar a la ciudadanía para que se exprese, en todo momento, por la paz.
El Gobierno, además de despedir a los responsables de este uso político de estos trabajadores, debe hacer una tarea fenomenal con sus propios, con sus funcionarios, con sus jóvenes. Todos deben dar ejemplo de calma, de comprensión de los diferentes, de contención de los equivocados.
Y también hay que destacar el casi en ningún medio mencionado silencio del socialismo y el radicalismo. Que yo quiero leer como gesto de prudencia y sabiduría para no hacerle el juego a la perrada. Y ojalá no me equivoque.
Este episodio debe terminar siendo una gran oportunidad para la paz, porque la Argentina ya tuvo exceso de la perversa medicina de la violencia. Esta nación no puede suicidarse nuevamente. Ya votó a sus verdugos y/o los aplaudió más de una vez. Pero ahora nunca más, y hacerlo en paz. Sin violencia. Que es lo único que debe estar absolutamente prohibido y para siempre en esta tierra.

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lunes, 1 de octubre de 2012

LOS DISCURSOS DE LA REPRESION


La historiadora Marina Franco analiza la construcción de la violencia paraestatal antes del golpe del ’76

La investigadora muestra cómo el discurso “antisubversivo” nació antes del golpe de Estado y fue más allá de las Fuerzas Armadas. En los partidos, en el Congreso, en la prensa, explica Marina Franco, se cimentó ese relato que iba a fomentar la escalada represiva.

Por Leonardo Castillo

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–Una de las razones que la impulsó a escribir Un enemigo para la nación fue la convicción de que faltaba un análisis riguroso sobre el surgimiento de la violencia paraestatal que se impuso en el país entre 1973/76.
–Sí, es así. Si bien en los últimos años se empezó hablar de la Triple A como el inicio de la represión que tuvo lugar tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, quedarse sólo con eso resulta insuficiente. Hablar de la Triple A es referirse sólo a una faceta de un fenómeno orgánico más amplio. Me propuse ver la organicidad de un fenómeno autoritario que se inicia a fines de junio de 1973, precisamente después de los sucesos de Ezeiza. La Triple A es una cara ilegal y clandestina de una lógica que surge por esos días y que crece linealmente hasta 1976. A mi gusto, lo que faltaba era una mirada global de ese período. La banda represiva que creó José López Rega es inseparable de una escalada violenta que tuvo además un carácter legal.
–¿Por qué es tan difícil analizar la responsabilidad que tuvieron los partidos políticos en el surgimiento de la violencia que sacudió al país durante los años ’70?
–Después de 1983 se construye la ida de un corte en torno del golpe del 24 de marzo. Es algo que se construyó tras el fin de la dictadura y el juicio a las Juntas. Hubo como un corte abrupto de la historia, y la represión pasó a ser sólo obra del accionar que llevaron a cabo las Fuerzas Armadas, cuya responsabilidad es innegable, pero no estuvieron solas. Esta visión se basa en un corte memorial, construido y difundido por el alfonsinismo y que sigue vigente hasta el día de hoy. Se trata de una interpretación que impidió ver el rol de los civiles, el peronismo, las demás fuerzas políticas y diversos actores sociales que respaldaron y brindaron su conformidad para la represión que se ejerció con anterioridad al ’76. Además, el impacto brutal de la dictadura con el terrorismo de Estado y la desaparición forzada de personas significó una conmoción muy grande, y en parte eso explica por qué el énfasis se haya depositado mayormente sobre los crímenes de los militares.
–¿Lo que propone es desarmar una versión histórica?
–Exactamente, se trata de desarmar la ruptura que se construyó en torno del 24 de marzo y analizar las partes de continuidad que se dieron en eso.
–¿Puede decirse que el discurso antisubversivo surge antes de la instauración del terrorismo de Estado?
–Estaba presente antes de la dictadura y eso es una de las cosas que más estremecen cuando se estudia la historia de la primera mitad de la década de los ’70. En la prensa y en los discursos que se pronunciaban en las Cámaras legislativas se reproducía un discurso antisubversivo que no era sólo patrimonio de las Fuerzas Armadas o de las de seguridad. Sorprende constatar la evolución semántica que adquiere el término subversivo por aquel entonces. Durante los tiempos de la autodenominada Revolución Argentina, ese concepto se utilizó para descalificar a los militantes sindicales y políticos que protagonizaron movilizaciones como El Cordobazo o El Viborazo y luego a los integrantes de las organizaciones armadas que desafiaban a esa dictadura. Pero desde finales de 1973 se convierte en un calificativo que se utiliza para hacer referencia a los sectores de izquierda que militaban dentro del peronismo. El subversivo pasó a asimilarse con la figura del terrorista. Pero el salto mayor se dio en el gobierno de Isabel Perón, cuando la palabra pasó a designar a todos los sectores movilizados, sobre todo a los estudiantes. Se prefiguraba de esta forma a una alteridad cada vez más amplia y difusa que debía ser eliminada. Un enemigo. Un blanco al que apuntaba la mayor parte de los discursos políticos. Subversivos podían ser todos, desde los militantes de las organizaciones armadas hasta los sectores de la cultura. Era una concepción que contaba con un amplio consenso social.
–¿De los partidos políticos también?
–El peronismo fue uno de los protagonistas de la escalada represiva que se inicia en esos años y que desembocó en el terrorismo de Estado, pero suponer que es el único responsable es simplista y absuelve a los demás actores políticos, y sobre todo a las Fuerzas Armadas. La idea de un único y gran culpable de una tragedia violenta que envolvió a Argentina en los años previos a la dictadura es una noción atemporal que no alcanza a explicar lo que realmente sucedió. La historia es una construcción colectiva en la que intervienen varios factores y actores.
–Una de las tesis del libro es que en el período constitucional que antecedió a la última dictadura se inició una escalada represiva que condujo al golpe y posteriormente al genocidio que perpetró la dictadura. ¿Hubo algún momento en el que la tragedia pudo haberse evitado?
–La verdad es que no sé. Los historiadores somos muy malos haciendo análisis contrafácticos. Pero es cierto que hay algunos interrogantes interesantes respecto de cosas que sucedieron de una forma y que pudieron ocurrir de otra manera. ¿Qué hubiera pasado si las organizaciones armadas renunciaban a la violencia tras la asunción de Héctor Cámpora? ¿Qué hubiese sucedido si Perón no moría y completaba su mandato? Son elementos que podrían haber cambiado el juego político, pero es imposible saber hasta qué punto. Lo cierto es que a mediados de 1974 se ingresó en una espiral trágica que no pudo ser detenida.
–¿La figura de José López Rega fue tan importante en la escalada represiva que se desató?
–Centrarse en la figura de López Rega, más allá de las responsabilidades que tuvo, es lo más sencillo. Era brujo, místico y resulta una figura atractiva para ser estigmatizado como el malo de la película. Quedarse con la imagen de un mago que manipulaba a Perón es encontrar la solución perfecta para explicar todo lo malo que nos sucedió. Se gestó en la primera mitad de los años ’70 un proceso autoritario y represivo, que tuvo blancos concretos y albergó la violencia paraestatal. Y eso contó con el aval de las principales fuerzas políticas y sociales. Ese es el fenómeno que me propuse entender.
–Escribió El Exilio, una obra sobre las vivencias de los argentinos refugiados en Francia durante la dictadura. ¿Hay un nexo entre ese trabajo y Un enemigo...?
–Sí. Hay un nexo y tiene que ver con la emergencia del discurso de los derechos humanos. Trabajando en Francia con los exiliados comprobé que en los primeros años de la dictadura, en torno de la desaparición forzada de personas se construyó toda la acción política. Los grandes ideales que movilizaron a amplios sectores hasta unos años atrás habían quedado relegados, y era entendible pues se trataba de salvar vidas en Argentina. Pero ese discurso, en definitiva, viene a reemplazar todo aquello de lo que no se podía hablar, básicamente por la gran sensación de culpa que envolvía a los exiliados en esos años. Muchos de ellos provenían de organizaciones armadas y vivían con culpa el hecho de haber sobrevivido a la derrota. Había, en ese entonces, varias cosas de ese pasado inmediato de las cuales no se podía hablar. Entre ellas estaba el peronismo, que había sido víctima y actor de la represión, a través de la Triple A. El accionar de las bandas paramilitares entre 1973 y 1976 era algo que no podía ser mencionado. Tanto es así que muchos debates en el exilio versaban sobre a partir de cuándo se había iniciado la represión. Incluso, en los grupos integrados por peronistas de izquierda se establecía el 24 de marzo como punto de partida del terror de Estado y no se podía ir más atrás. Era un tabú que incluso se constataba en otros lugares donde se congregaba el exilio argentino. Es cierto que algunos otros grupos, vinculados con el PRT, hablaban de la Triple A, pero no profundizaban demasiado.
–¿Y los testimonios de esos exiliados fueron como un disparador que la llevó a repensar la historia de los ’70?
–Sí, fue así. Cuando me entrevisté con los exiliados noté que lo más traumático de esos años no había sido el destierro, sino la violencia. La violencia sufrida en carne propia, la padecida por seres cercanos y la que algunos militantes de organizaciones armadas habían ejercido contra otras personas. Esa centralidad de la violencia en la representación de la angustia del pasado fue lo que me hizo revisar los discursos anteriores a 1976. Comencé con un análisis sobre cómo los discursos de la prensa reflejaban el tema de la violencia y lo que encontré fue una construcción cultural y política que se articulaba sobre lo legal y lo ilegal, que servía de marco para la actuación de bandas paraestatales como la Triple A. Para una segunda parte dejé la construcción del discurso antisubversivo propiamente dicho.
–¿Y cuál era la lógica del discurso represivo que empezó a circular por esos años?
–Lo que se encuentra de parte de los actores políticos es que se había llegado a un punto en el que era necesario reprimir aun a costa de cercenar derechos y garantías consagrados en la Constitución. La amenaza de la “subversión” debía ser erradicada porque estaba en peligro la continuidad de la Nación. Esto era lo que circulaba antes de 1976.
–¿Cómo cree que fue el papel que jugaron las organizaciones armadas en el período 1973-76?
–Al retomar las acciones armadas hacen blanco sobre las Fuerzas Armadas. Por lo tanto, los militares azuzan la idea de la lucha antisubversiva como prioridad. Esto es algo que se verifica en los discursos pronunciados por altos oficiales entre 1974 y 1975 y que es consecuencia del accionar violento que llevaban a cabo las organizaciones armadas. Pero de todas formas, el grado de violencia ejercido por las Fuerzas Armadas y de seguridad no puede ser equiparado con el de las formaciones guerrilleras.
–¿Por qué los ’70 siguen despertando tanto interés?
–Porque es un período que costó muchas vidas y, como sociedad, Argentina tiene una deuda con todas esas víctimas. Y también cuesta porque está de por medio el peronismo, que fue durante buena parte del siglo XX un gran divisor de aguas, por lo tanto cualquier cosa que lo involucre genera una enorme tensión política. De todos modos, mi intención es analizar un período histórico, no pretendo traer el pasado al presente.
–Usted mencionó que este trabajo tiene por objeto sacarles argumentos a los sectores que hacen apología del genocidio. ¿Puede explicarlo?
–Muchas de las cosas que descubrí al analizar este período es que algunas cuestiones que sostienen los defensores de la dictadura tienen algunos visos de verdad. Por ejemplo, que los militares fueron convocados por un gobierno democrático, en 1975, y que contaban con el respaldo de buena parte de la sociedad es algo cierto, en buena medida. Durante el Operativo Independencia, en el Congreso se reclamaba el reconocimiento a los militares como víctimas de la subversión, lo que prueba también el respaldo político que tenían las Fuerzas Armadas incluso antes del golpe. Pero todos esos hechos no pueden exculpar a nadie del hecho de haber cometido un genocidio como el que se practicó a partir de 1976. Entonces, si desde la investigación y el debate público se reconoce la responsabilidad que tuvo la sociedad al convocar a las Fuerzas Armadas para combatir a las organizaciones armadas, los apologistas de la dictadura se quedan sin argumentos. En un juicio, bien se puede admitir que fue un error avalar el accionar de los militares contra todo lo que se consideraba como subversivo. ¿Pero eso exime a alguien de la imputación sobre un delito de lesa humanidad? En absoluto. Y fijémonos que en cada uno de sus intervenciones, Jorge Rafael Videla utiliza el decreto firmado por Italo Luder en 1975 mediante el cual se convocaba a las Fuerzas Armadas a “aniquilar el accionar subversivo” como una justificación. Sin embargo, eso no puede entenderse como una carta blanca para dar un golpe contra un gobierno democrático y ejercer después la represión que se desarrolló.
–¿Pero cómo es entonces que una sociedad llega al terrorismo de Estado y la desaparición forzada de personas?
–Porque se va corriendo el límite de lo tolerable, de lo que políticamente se puede hacer. Cuando se establece un cierto consenso sobre la necesidad de eliminar la subversión, y los subversivos terminan siendo la mitad de la población, se llega a niveles represivos como los que se verificaron desde el 24 de marzo de 1976. Lo que remarco es que el límite no se corrió ese día, se trató de una progresión, una escalada autoritaria. La dictadura no bajó desde un plato volador.
–¿La teoría de los dos demonios, que se buscó imponer en los años ’80, impidió un análisis más profundo de un fenómeno complejo?
–El gran problema es que funcionó como una especie de límite de lo que se podía decir y pensar. Entre ellas, la responsabilidad que tuvieron los partidos políticos, y en especial el peronismo, en la escalada represiva que antecedió al golpe. Afortunadamente, la sociedad ha puesto en cuestión esta teoría en los últimos 25 años y eso es bueno porque indica que intenta hacerse cargo de su pasado. No obstante, considero muy necesario rever la responsabilidad que tuvieron las organizaciones armadas en la violencia que tuvo lugar en los ’70, sin establecer equiparaciones con las fuerzas del Estado. En definitiva, la teoría de los dos demonios es una construcción histórica que hay que romper. Pero tampoco es sostenible que se acuse a alguien de ser funcional a esta teoría por poner en relieve críticamente aspectos de la militancia de aquellos años.
–¿Esa alteridad en función de la cual se construyó la figura del subversivo en los ’70 persiste aún en el imaginario social?
–Creo que sí. Mucho de lo que encarnó la subversión se transfiguró en los ’90 en lo que encarnaron los piqueteros para algunos sectores. La figura de otro social como una amenaza sigue presente. Hoy, por ejemplo, les toca padecerlo a los pibes de los barrios, que son las víctimas de la violencia policial. Pero somos una sociedad distinta a la de los ’70, por suerte venimos de otra acumulación.

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