miércoles, 7 de noviembre de 2012


Las paradojas de la protesta

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Por Iván Almeida *

Celebración de la democracia

Para el 8 de noviembre se están congregando, en forma más o menos organizada, grupos heterogéneos de personas que quieren manifestar en contra del gobierno nacional. En las convocaciones aparecen consignas de no provocar y de no dar entrevistas a la prensa. Es decir que hablarán sólo las pancartas y las cacerolas.
Ni intereses ni ideales comunes congregarán a esas personas. Tampoco el lenguaje promete ser homogéneo. Algunas pancartas manifestarán el odio, otras, la desesperanza o simplemente el cansancio. Un estilo respetuoso podrá frotarse con evocaciones al nazismo, con insultos, y hasta con augurios de muerte. Lo que circunstancialmente reúne esta heterogeneidad es sólo el enojo frente al actual gobierno y el deseo, o la invitación, o el proyecto, de que quienes lo componen vuelvan cuanto antes a sus casas. Eso no significa que todos coincidan en una opción de reemplazo. Implícitamente sostienen que cualquier gobierno sería mejor. Ese ya es un punto de coincidencia. El segundo es una razón compartida que los lleva a querer expulsar al Gobierno; con distintas tesituras, volúmenes de voz y modalidades de agresión o de argumentación, todos afirman que en este país se ha perdido la libertad, o incluso que se trata de una dictadura. Estos parecen ser los hechos a los que, sin mayores sorpresas, deberíamos atenernos.
Personalmente, propongo vivir ese acontecimiento como una alta, irónica, y jubilosa celebración de la democracia. En efecto, todas esas personas, ciudadanos libres de un país libre, independientemente del grado de agresión o de racionalidad de sus carteles, podrán hacer escuchar sus voces sin ninguna represión. Viven en un país en el que, curiosamente, está prohibido por ley perseguir penalmente no sólo a quien difamare a un funcionario público, sino incluso a quien lo calumniare. En Francia, cuna de los derechos humanos, no hace mucho un ciudadano fue detenido simplemente por usar, respecto del presidente Sarkozy, la frase irrespetuosa que este mismo había pronunciado contra un pasante. En la Argentina de hoy, eso no podría ocurrir. Tal vez porque Francia es una democracia y Argentina, una dictadura.
Una leyenda de la historia de la filosofía cuenta que, allá por el siglo IV a. de C., Diógenes el Cínico, escuchando una clase de Zenón que negaba el movimiento, se puso a caminar repitiendo que el movimiento no existe. Era su forma paradójica de “celebrar”, con su acción de caminar, el movimiento que su discurso negaba. Y ya en nuestra era, Wittgenstein sostenía que el lenguaje tiene dos funciones, decir y mostrar, y que a veces (como ocurría en su propio Tractatus) puede mostrar lo contrario de lo que dice.
El 8 de noviembre, miles de personas sin duda, en forma más o menos responsable y digna, refutarán el contenido de sus improperios escritos, por el hecho mismo de manifestarlos sin temor a represión. Al decir que en este país no hay libertad, estarán celebrándola en acto. Hasta se podría soñar que, en un futuro más o menos lejano, el 8 de noviembre de 2012 sea celebrado como una fecha histórica, como el día en que, frente al resto del mundo, los más recalcitrantes opositores al gobierno argentino, los reclamadores de libertades perdidas, salieron a la calle a exhibir la paradoja, a mostrar con sus actos, que en Argentina hay una total libertad de pensamiento y de expresión.
* Doctor en Filosofía.

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