lunes, 5 de noviembre de 2012

Los sentidos de las cacerolas



Malestares, dicotomías


Por Alejandro Grimson *


¿Es posible hoy en Argentina escribir algo que no genere inmediata irritación de uno o varios sectores? ¿Es posible plantear argumentos que permitan leer en la coyuntura problemas que la trascienden? ¿Es posible que esas ideas no sean consideradas contorsiones discursivas de intereses mezquinos o preguntas fanatizadas?
La emocionalidad de la política constituye un rasgo decisivo del momento actual. Ha inaugurado una crisis interpretativa que nunca habíamos visto en años recientes. El mismo dato, una medida de gobierno, una frase de la Presidenta, provocan cinco o diez interpretaciones distintas.
Las movilizaciones del 13 de septiembre expresaron una agregación de demandas altamente heterogéneas que deben ser cuidadosamente analizadas. El hecho de que sean movilizaciones cuyo sesgo sea una crítica y un reclamo en varios aspectos preocupante, e incluso el hecho evidente de que un sector de los manifestantes estuviera cuestionando la legitimidad democrática del Gobierno con profunda intolerancia, no puede enceguecer el análisis ni contribuir a estereotipaciones. Si se escogiera este camino se renunciaría a comprender los motivos que permitieron ese fenómeno y se contribuiría a su fortalecimiento.
Lo que debe llamar a la reflexión es por qué sectores preocupados por temas puntuales han quedado articulados en una movilización heterogénea donde participa y vocifera también el minoritario grupo que odia a este Gobierno. De ninguna manera todos los que pueden haber simpatizado con esa protesta son racistas o misóginos, pero en la protesta los había. ¿Se entiende que ambas cosas son ciertas?
Ahora, ¿de dónde sale ese racismo, ese odio, esa crítica a políticas sociales? Sabemos que es un fenómeno antiguo de la Argentina. Pero digamos también que décadas de fuerte segregación urbana, de crecimiento de la educación privada, de la salud y la seguridad privada han fortalecido islas en la sociedad argentina. Existe una parte minoritaria pero importante que no tiene la más remota idea de las vivencias y sufrimientos de los sectores populares. Y mucho menos se pregunta por sus derechos, ni los reconoce como tales.
Cada vez que sectores de la oposición apuestan a la agregación de demandas antikirchneristas, acaban presentando una mezcolanza que le impide presentar un proyecto consistente. Esto se agrava por la consolidación de un microclima antipopulista, donde se pierden de vista todos los matices y los contextos. En la oposición hay claras diferencias políticas, pero la fracción que está definida por su antikirchnerismo ha perdido el registro de cambios muy significativos.
Hay otros malestares sociales que deben ser comprendidos. Una crisis económica internacional nunca es buena para ninguna sociedad, ni para ningún gobierno. Difícilmente en un contexto de ese tipo no haya alguna erosión de capitales políticos. Pero la misma sociedad que apoyó con amplias mayorías la nacionalización de YPF y muchas medidas en la misma dirección, ve con preocupación otros procesos económicos, con implicancias sociales y culturales.
Frente a la opción de generar una creciente polarización considerando a las movilizaciones como un todo homogéneo, se trata de asumir el desafío de comprender aquello que no podemos compartir, para distinguir críticas de una derecha consolidada de otras críticas y malestares que tienen explicaciones más complejas. No se debe unificar lo heterogéneo.
Es necesario, a la vez, entender que por más que haya poderes que pretendan movilizar a la sociedad, sólo pueden conseguirlo en circunstancias muy específicas. Comprender esas circunstancias y revertir aquellas que es posible revertir contribuirá a quitarle espesor a un tipo de manifestación que puede apuntalar un proyecto que socave muchos de los avances logrados en estos años. Si la derecha tuviera un poder infinito, ¿por qué no organizaron estas protestas en 2010 o en 2011?
Hay una crisis internacional grave que está golpeando muy fuerte. Hay errores del Gobierno propios de 2012. Amplios sectores sociales (muchos que no participarían nunca en este tipo de protestas) tienen la inquietud, la duda, acerca de si el Gobierno registra tales errores o los ignora.
Un tema que considero decisivo se refiere a las distancias perceptivas. Quitando los discursos “anti”, es clave que el Gobierno analice el modo en que sus funcionarios se posicionan ante las injusticias que hay hoy en el país. Las reacciones frente a la desigualdad existente en el transporte público es contrastante con la sintonía que lograba el presidente Kirchner cuando decía “estamos en el infierno” o “pasamos al purgatorio”, generando percepciones compartidas entre la ciudadanía y sus líderes. Resulta clave reducir al mínimo las distancias perceptivas. Una de las mayores distancias, que ayuda al malestar que apuntala estas protestas, se genera con la cuestión de la inflación. Nada cabe agregar a la visión planteada hace unas semanas por el Plan Fénix.
Otra distancia perceptiva está generada por la manera de entender a la propia economía. El dólar o la inflación son fenómenos multidimensionales, sociales, políticos y culturales. Implican memorias culturales y son percibidos a partir de criterios de justicia o injusticia. Ninguna de estas y otras cuestiones son analizadas por la mayoría de los economistas. Hay medidas económicas que tienen consecuencias culturales y políticas que los economistas no saben calcular pero, más grave aún, no saben que deberían ser calculadas. No se trata sólo de choques de intereses matemáticamente calculables en función de posiciones estructurales, sino de intereses cultural y hegemónicamente constituidos a partir de matrices perceptivas.
Es imposible que la Argentina se desarrolle con una fuga de capitales equivalente a la que tuvo en su historia reciente. Pero eso no significa que haya medidas de estricta justicia (nadie puede comprar dólares con ingresos no declarados) y medidas donde la ausencia de criterios claros y previsibles torne potencialmente injusto el acceso a las divisas. Divisas que se necesitan para varias actividades completamente legales y relevantes para la economía y la cultura. Desdolarizar la economía y el ahorro exige un plan complejo y una ejecución cuidadosa, que incluye la creación de formas sólidas de ahorro. La “cultura del dólar” es el resultado de las vivencias históricas de 1975, 1989 y 2001, donde no sólo se transfirieron ingresos de los sectores populares a los poderes concentrados. También, en cada episodio, hubo injusticias horizontales, entre amigos y familiares de la misma clase social. En aquellas oportunidades los que menos confiaron en el Estado y en el peso salieron ganando. Revertir esa dolarización será un trabajo lento que exige extremo cuidado en las formas de instrumentación.
Evidentemente, entre los “malestares” hay muchos otros temas que las oposiciones han logrado instalar en un sector de la sociedad. La cuestión de la re-relección parece ser la más unificadora, para lo cual necesitan desconocer las palabras de la Presidenta en Harvard. Pero entre sus varias aristas, cabe preguntarse en qué país hay gobernadores de grandes provincias declarando su postulación presidencial con tres años de antelación. Respecto de la democratización de la comunicación, resulta claro que hay un amplio consenso social en función de que todas y cada una de las voces puedan estar en el espacio público. Aquellos que aman escuchar a los periodistas más opositores obviamente tienen pleno derecho a hacerlo. Y los que desean escuchar a otros, también. Toda la contundencia que el Gobierno aporte para insistir en las garantías de que ninguna voz será acallada, le quitará peso a esta cuestión. Ningún argumento ni hecho adicional que apuntale esa garantía estará de más.
Acompañando un contexto de crisis internacional, las limitaciones y los errores pueden ser más notorios. Aunque haya quien pueda pensar que contando con amplio apoyo electoral los errores son secundarios, el término “secundario” puede ser interpretado de dos modos muy diferentes. En un sentido, “secundario” significa que el balance desde el 2003 es claramente positivo, lo cual me parece indiscutible. En otro sentido, “secundario” significa que los errores son irrelevantes, lo cual es falso. Escuchar las críticas no para cambiar el rumbo, pero sí para distinguir lo que debe ser corregido, implica retomar la vocación hegemónica en el sentido gramsciano. La construcción del bloque histórico siempre implica analizar si se puede conceder en lo no esencial para preservar lo esencial.
Para comprender un fenómeno tan heterogéneo, es crucial también analizar los temas por los cuales no protestan quienes organizan el 8N. Podemos comprender mejor los significados de esa movilización entendiendo lo que no está en su agenda. No hubo el 13S fotos de Mariano Ferreyra ni de Roberto López (el qom asesinado en Formosa), ni de Cristian Ferreyra ni habrá el 8 de Miguel Galván, del Mocase de Santiago del Estero. Tampoco consideran riesgos para la república que una jueza intente impedir un aborto en oposición a la Corte Suprema, ni les preocupan temas relacionados a la minería, que implicaría reclamar por más regulación del Estado.
Un 54 por ciento de los votos otorga no sólo una legalidad contundente para cumplir el mandato constitucional, sino que expresa una amplia legitimidad. Si sectores de la derecha creen que esa legitimidad se ha perdido, se sorprenderán en cualquier momento, porque los sectores populares no están dispuestos a perder nada de lo logrado. Más allá de que sea una consigna, sustancialmente la idea implicada en el “nunca menos” debería ser comprendida por cualquier proyecto de oposición que pretenda interpelar a las grandes mayorías. Con todos los problemas que pueda tener este o cualquier gobierno, sigue sedimentada una mayoría de argentinos que de ninguna manera está dispuesta a retornar al modelo que hizo estallar al país.
Al mismo tiempo, la construcción de hegemonía es un proceso siempre inacabado, abierto, que nunca puede darse por sentado. La coyuntura actual exige que los grandes lineamientos políticos sean acompañados por una genuina sintonía fina de la gestión, tarea que sólo puede ser llevada a cabo por equipos con jerarquías claras. Una sintonía que reconozca problemas, que torne transparentes los datos y los procesos, que planifique acciones y que se rija para todos los casos con principios de justicia y equidad.
Hay un punto ciego del debate político actual. Es un gran misterio con qué gobiernos de la historia argentina comparan los opositores al actual. Tampoco se sabe con qué gobiernos actuales es comparado el gobierno argentino, salvo que sean los neoliberales que trabajan en un rumbo diferente al elegido por la mayoría. Es muy fácil hacer críticas descontextualizando, haciendo como si no hubiese crisis económica internacional, como si no hubiese diversos poderes sociales, como si la Argentina hubiese tenido en el siglo XX muchos gobiernos maravillosos. Cualquier acción política adquiere sentido sólo en un contexto específico. Actuar sin leer adecuadamente los contextos sólo puede alimentar la crisis interpretativa.
* Antropólogo.

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